Capítulo 4.

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Sylvie y yo somos los últimos en salir de la cafetería. Mientras ella cierra, yo arrastro la basura hasta el callejón y la tiro en el contenedor grande.

—Voy a darme un baño bien largo —dice Sylvie cruzando su brazo con el mío cuando comenzamos a caminar por la calle—. Con velas.

—¿No sales esta noche? —pregunto.

—No. Los lunes son una mierda, pero los miércoles por la noche son una pasada. Deberías venir. —Sus ojos brillan de esperanza, aunque se apagan al instante al ver que niego con la cabeza—. ¿Por qué no?

—No bebo. —Cruzamos la calle para esquivar el tráfico de la hora punta y nos pitan por no usar el paso de peatones.

—¡Que te den por el culo! —grita Sylvie atrayendo un millón de miradas.

—¡Sylvie! —Tiro de ella, muerto de vergüenza.

Ella se echa a reír y le hace la peineta al conductor.

—¿Por qué no bebes?

—No me fío de mí mismo. —Las palabras se me escapan de los labios, sorprendiéndome y sorprendiendo claramente a Sylvie, porque me mira con sus ojos castaños como platos... y después sonríe maliciosamente.

—Creo que me gustaría conocer al Harry borracho.— Resoplo mi desacuerdo.

—Yo me quedo aquí —anuncio señalando la parada del autobús mientras pongo un pie en la calzada, preparado para cruzar de nuevo.

—Nos vemos mañana. —Se inclina para darme un beso en la mejilla, y damos un brinco cuando nos pitan otra vez.

Hago caso omiso del idiota impaciente, pero Sylvie no.

—¡Joder! Pero ¡¿qué coño le pasa a esta gente?! —exclama—. ¡Ni siquiera le obstaculizamos el paso a tu flamante AMG, capullo del Mercedes! —Se dirige hacia el coche justo cuando la ventanilla del acompañante empieza a bajar.

Presiento una bronca. Ella se inclina—. ¡A ver si aprendes a...! —De repente se detiene, se pone derecha y se aparta del Mercedes negro.

Preso de la curiosidad, me agacho para ver qué la ha hecho callar, y mi corazón se salta unos cuantos latidos al ver al conductor.

—Harry. —Apenas oigo a Sylvie con el ruido del tráfico y de los cláxones. Se aparta de la calzada—. Me parece que te estaba pitando a ti.

Sigo parcialmente inclinado mientras mis ojos pasan de la espalda de Sylvie al coche, donde él está sentado, relajado, cogiendo el volante con una mano.

—Sube —ordena escuetamente.

Sé que voy a montarme en el coche, así que no sé por qué miro a Sylvie como pidiendo consejo. Ella niega con la cabeza.

—Harry, yo que tú no lo haría. No lo conoces.

Me pongo derecho y abro la boca para decir algo, pero no me sale ninguna palabra. Tiene razón, y no sé qué hacer. Mi mirada pasa del coche a mi nueva amiga. Nunca hago estupideces, hace mucho tiempo que dejé de hacerlas, aunque todos los pensamientos que me vienen a la cabeza en estos momentos indican lo contrario. No sé cuánto tiempo me paso plantado deliberando, pero salgo de mi estado de ensimismamiento cuando la puerta del conductor del Mercedes se abre y él rodea el coche, me agarra del brazo y abre la puerta del acompañante.

—¡Eh! —exclama Sylvie intentando reclamarme—. ¿Qué coño te crees que haces?

Él me empuja hacia el asiento y luego se vuelve hacia mi desconcertada amiga.

A Desired NightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora