Capítulo 5.

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Llevo una semana sin ser yo mismo. Todo el mundo se ha dado cuenta y me lo ha comentado, pero mi estado abatido ha hecho que dejen de preguntarme, todos menos Gregory, que estoy seguro de que ha hablado con mi abuela, porque pasó de estar curioso y pesado a preocupado y empático. Ella también me ha preparado una tarta tatín de limón todos los días.

Me encuentro limpiando la última mesa, con la mente ausente, pasando la bayeta de un lado a otro, cuando la puerta de la cafetería se abre y me encuentro frente a don Ojos Como Platos.

Sonríe incómodo y cierra la puerta con cuidado al entrar.

—¿Es muy tarde para pedir un café para llevar? —pregunta.

—En absoluto. —Cojo la bandeja y la dejo sobre el mostrador antes de cargar el filtro—. ¿Un capuchino?

—Por favor —responde cortésmente mientras se acerca.

Me pongo a la faena y hago caso omiso de Sylvie, que pasa con la basura y se detiene en cuanto reconoce a mi cliente.

—Qué mono —se limita a decir antes de seguir su camino.

Es verdad, es mono, pero estoy demasiado ocupado intentando quitarme a otro tipo de la cabeza como para apreciarlo. Don Ojos Como Platos es la clase de hombre al que debería prestar más atención, si es que voy a prestársela a algún alfa. No a los taciturnos, oscuros y enigmáticos que sólo quieren pasar veinticuatro horas contigo y, después, si te he visto no me acuerdo.

Empiezo a calentar la leche meneando la jarra en el chorro del vapor con ese sonido silbante que está tan en sintonía con mi mente. Vierto la leche, espolvoreo el cacao, coloco la taza y me vuelvo para entregar el café perfecto.

—Son dos con ochenta, por favor. —Extiendo la mano.

El cliente me coloca delicadamente tres libras en la palma y yo tecleo la orden en la caja con la otra mano.

—Me llamo Luke —dice lentamente—. ¿Puedo preguntarte tu nombre?

—Harry —contesto, y tiro las monedas en el cajón sin ningún cuidado.

—¿Estás saliendo con alguien? —pregunta con precaución.

Frunzo el ceño.

—Ya te lo dije. —Por primera vez, dejo que su aspecto encantador atraviese mi barrera de protección mental y las imágenes de Louis. Tiene el pelo castaño claro y lacio, pero no está mal, y sus ojos marrones son cálidos y cordiales—. Así que, ¿por qué me lo preg...? —Me detengo sin terminar la frase y dirijo la vista hacia Sylvie, que acaba de volver a entrar por la puerta de la cafetería, sin las dos bolsas de basura.

Le lanzo una mirada de reproche, sabiendo perfectamente que ha sido ella la que le ha dicho a don Ojos Como Platos que estoy totalmente disponible.

En lugar de quedarse a aguantar mi resentimiento, Sylvie huye hacia la seguridad de la cocina. Don Ojos Como Platos, o Luke, está algo nervioso y ni siquiera mira a la culpable de mi amiga cuando ésta desaparece.

—Mi amiga es una bocazas. —Le entrego el cambio—. Que disfrutes el café.

—¿Por qué me mentiste?

—Porque no estoy disponible. —Y me lo repito a mí mismo, porque es verdad, aunque ahora sea por un motivo totalmente diferente. Puede que haya rechazado la oferta de Louis, pero eso no ha hecho que olvidarlo sea fácil. Me llevo la mano a los labios y siento todavía los suyos, besándome, mordiéndome. Suspiro—. Es hora de cerrar.

Luke desliza una tarjeta por el mostrador y le da unos golpecitos con el dedo antes de soltarla.

—Me gustaría salir contigo, así que, si al final decides que estás disponible, me encantaría que me llamaras.

A Desired NightDonde viven las historias. Descúbrelo ahora