La verdad oculta

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Impaciencia, eso era todo lo que sentía en mi interior. ¿Cuándo volvería Beomgyu?

Desde aquel día en el manantial, no he dejado de pensar en nuestro beso, y en la manera en que prosiguió el día; había permanecido en su cuarto hasta altas horas de la noche, no hicimos absolutamente nada. Solo nos mirábamos el uno al otro, y antes de irme, Beomgyu me dio un beso fugas beso, pero eso fue hace cuatro días, y ahora... ahora no sabía donde estaba él. El pequeño bote ya no estaba varado al libre acceso, y no había otra manera segura de cruzar y llegar a esa casa. De igual manera, su madre, ni la señora Miniko daban alguna idea de vida; parecía que nada de eso hubiera llegado a pasar.

—¿Seguirás en tu habitación por el resto del día? —preguntó mi abuela.

Era cierto, había estado encerrado desde hace tres días; al día siguiente de nuestro beso, fui al campo, esperé a Beomgyu, pero nunca llegó, nunca hubo rastro suyo, era como si no fuese real. Como si nuestro beso nunca lo hubiese sido. ¿Y si todo había sido producto de mi imaginación? ¿Me estaba volviendo loco? Tal vez, pero, aun así, si mi tortura era lo locura, quería seguir viéndolo; ¿por qué la vida no me dejarías ese placer culposo?

—No —musité, caminé hacía la puerta de la habitación, y la abrí—, ¿hay algo en lo que pueda ayudar? —pregunté, mientras alzaba la vista.

Mi abuela sonrió para sí, esto era algo que la alegraba, ya lo daba por hecho.

—Pensaba ir a comprar unas cosas, ¿te gustaría venir? —preguntó.

Asentí.

Me cambié, había olvidado que tenía la misma camiseta desde hace días. Me lavé el rostro, y vestí la primera cosa que vi.

Mi abuela me esperaba muy cerca de las vallas que rodeaban nuestro jardín, así que me coloqué el calzado tan rápido como pude y salí a su alcance. El camino era trecho, con baches y de por sí muy incómodo. Cuando llegamos al corazón del pueblito, acompañé a mi abuela a comprar algunos abarrotes, verduras y unas carnes, aunque no me gustase, pero quería mantener mis pensamientos de Beomgyu lo más lejos posibles.

—¿Por cuánto tiempo crees que se hayan ido los pálidos? —preguntó alguien.

Giré la cabeza, era el grupo de Sonkang, ninguno parecía haber notada a la aberración andante.

—Espero que no regresen —respondió uno—, sabes que en la reserva nadie los quería, por muy poco que fuesen.

—Ya —concordó otro—, los pálidos no son los mismos desde el incidente del padre del chico ese.

—Cállate —murmuró uno.

Alcé la vista, supuse que ya me habían notado. Saludé con la mano, solo uno de ellos me devolvió el saludo: Sonkang.

—Hola —saludó, mientras caminaba hacia mí.

Asentí con la cabeza, devolviendo el saludo.

Sonkang hizo una señal con la mano, y sus amigos desaparecieron.

—No creo que sea muy buena idea que te vean conmigo —suspiré.

—No importa —respondió, mientras se recostaba a mi lado—, no es algo que me interese mucho.

—Qué bien por ti —solté.

¿Cuánto tiempo se demoraría mi abuela en salir de la tienda?

—¿Cómo has estado? —pregunté.

—Bien, en lo que cabe de la palabra —respondí sin mucho entusiasmo.

—Disculpa por la primera impresión que di —se disculpó.

✧ our lost summer» TXT; taegyu  ✧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora