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El juicio había llevado dos años, en el cuál el acusado salió con una sentencia demasiado ligera para todo el dolor que había ocasionado.

Las familias afectadas solo tuvieron una pequeña bonificación monetaria, algo absurdo e insignificante comparado con el dolor de perder un ser querido.

Con respecto a los Angel, se había logrado que las pequeñas estudiaran en el colegio totalmente gratis, un colegio muy prestigioso por cierto. Ya que el acusado era dueño de estas instalaciones fue una de las opciones que su abogado les dió y no les quedó de otra más que aceptar.

Y así fue como Jody tuvo que seguir con su vida, con un gran vacío en el corazón. Sin embargo, ver crecer a sus hijas era una motivación para seguir  adelante.

Durante ese tiempo, los Gallagher fueron de gran ayuda, Lauren le daba el amor necesario a las chicas y cuando podía las llevaba a pasear junto con su hijo sin esperar nada a cambio.

De esa manera surgió la amistad y cercanía entre Sam y Aidan.

Hoy era uno de esos días de paseo, en un parque cerca del vecindario, era un día soleado pero fresco a la misma vez.  Jody se había vuelto muy sobre protector con respecto a que estuvieran en la calle, todos en su lugar lo harían.

A pesar de que los niñas aún no tenían muy en cuenta de lo que pasaba en sus vidas.

Mientras London y Aidan corrían por todo el parque, subiendo a las resbaladillas y columpios como si nada más importara. Samy como solía llamarla Aidan corrió en dirección a el negocio donde se encontraba su padre. Estaba a punto de llegar, cuando cayó de rodillas sobre el césped.

Al instante tanto London como Aidan hicieron el ademán de ir con ella, pero contrario a lo que pensaban se levantó como si nada retomando su camino.

–¡Papi mira esto! –gritó acercándose a él, quién trataba de no reír por su anterior caída.

– ¿Qué es eso Chiquita?

–Mira– le extendió su mano mostrándole una piedrecita blanca. Pasaron unos segundos en los que Jody la miró sin entender. Sam se rió– Es un corazón. Es mi corazón –explicó– y es para ti.

Su padre no pudo evitar que los ojos se le llenarán de lágrimas antes de cargarla y besar su frente.

–Gracias mi amor.

Sam le regaló una sonrisa para luego retorcerse intentando bajar. Jody guardó la piedra sin forma en su bolsillo viendo como su hija corría de vuelta a jugar.

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Con ocho años de edad la pequeña Sam ya era capaz de atender el puesto con la mínima ayuda.

A pesar de haber sufrido algunas crisis económicas el negocio seguía en pie. Claro con ayuda de trabajos extras que conseguía Jody.

Ahora vendían fuera del colegio que era primaria, secundaria y preparatoria, todo en una. Así cuando era hora de la salida Samara veía a su hermana y algún que otro amigo.

–Hola Samy –saludó Aidan con una  sonrisa. Como el resto de los días portaba su aburrido uniforme escolar, la única diferencia era que ese estaba echo un desastre.

–Hola Aidy ¿Qué te voy a dar hoy? –sonrió amable. El chico tardó un rato en contestar y Sam se preguntó si eso tenía que ver con que su playera estuviera llena de manchas de lodo.

Quiso preguntar si se encontraba bien. Pero pronto lo averiguaría.

Y lo lograría de dos maneras. La primera, con un n cambio de en sus gestos. La segunda, el sabor de helado que compraba.

I CREAM 🍦 •Aidan Gallagher•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora