Siete

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Antes de bajar de la embarronada furgoneta Pierce me dio un pinganillo del tono de mi color de piel y me hizo ponérmelo en la furgoneta frente a él. —Cualquier cosa que hagas me lo comunicaras desde este aparato.
—He realizado misiones más peligrosas y no he necesitado esto.
—Romanova, no te he pedido tu opinión. Tú puesto depende de que hagas bien esta misión, si desacatas mis órdenes conseguiré ponerte las cosas muy complicadas en la base.
Le lancé una mirada fría como el invierno. La dosis tenía que ser muy valiosa como para que necesitara que le hiciera un audiolibro de mi misión.
A regañadientes asentí, aún sabiendo que no conseguiría echarme ni relevarme de mi puesto en la base, pero debía fingir. Debía hacerle creer que mi puesto estaba en sus manos, que él era la única persona en ese momento a la cual debía acatar órdenes.

Bajé de la furgoneta y con una tranquilidad ensayada  entré al gran rascacielos. Cuando entré me fijé que un hombre frente a mí estaba pasando su identificación por un scanner y este al momento se iluminó de verde, haciendo que los guardias frente a él se apartaran dejándole pasar al resto del interior del edificio.
«Mierda.»
Escudriñé con la mirada mi alrededor. Varios hombres salían del edificio con unos vasos de café mientras charlaban. Tras ellos también salía una mujer de pelo rubio, lucía despistada y miraba con gran concentración un documento sobre sus numerosas carpetas. Su identificación sobresalía de sus pantalones. Sin pararme a pensarlo me acerqué a ella provocando un pequeño accidente en el que le quité sin que se diera cuenta su identificación que me permitía pasar el scanner.
—¿Estás bien?— pregunté haciéndole la inocente.
—Ten más cuidado— bramó en voz baja y recogió varias carpetas que se le habían caído al suelo para luego salir rápidamente del lugar.

Me acerqué al scanner y escaneé la identificación. Una luz verde se encendió en la pantalla y continué andando sin que me bloquearan el paso.
—Estoy dentro— le susurré al aparato.
Escuché como Alexander carraspeó desde el aparato, —Tienes que llegar a la décima planta. Ahí es donde tienen las dosis.
Rodé los ojos. Como si no supiera la planta a la que tenía que llegar. Como si no me hubiera estudiado toda la operación.
Tensé mis dientes molesta por el trato que me estaba dando, como si yo misma no supiera como realizar mi propio trabajo.

Varios científicos pasaron por mi lado y me uní a ellos en silencio, caminamos hasta el ascensor y les vi presionar el botón de la quinta planta. Yo presioné el botón para llegar a la séptima planta, en la que investigaban resoluciones para los combustibles que usamos en la actualidad.
Las puertas del ascensor se cerraron y una de las científicas dentro mirándome me preguntó, —¿Tú también te has quejado por la falta de organización en el departamento de compras?
Uno de los científicos resopló molesto, —Mary, tienes que dejar de preguntarle eso a todo el mundo. Hacen lo que pueden.
Mary puso los ojos en blanco con molestia.
La puerta se abrió en la quinta planta y salieron los tres científicos que habían dentro. Esta vez presioné el botón número diez y me metí las manos dentro de mis bolsillos.
Las puertas del ascensor no tardaron en abrirse en la décima planta, dejándome un panorama lleno de gente trabajando, yendo de derecha a izquierda. Mezclando componentes químicos que hacían brotar espuma azul de los matraces aforados.
Caminé examinando a las personas en la planta, pero antes de que pudiera llegar a la base de los componentes químicos realizados un hombre me paró.
—¿Quién eres? Enséñame tu identificación.
Aparentaba unos cincuenta años. Le brotaban unas cuantas canas de su cuero cabelludo, debajo de sus ojos florecían unas prominentes arrugas, al igual que en sus mofletes.
Sabía quién era. Dave Dunbar, jefe de departamento. Casado con un hijo en la universidad.
Le enseñé mi identificación falsificada.
—Señor Dunbar, soy Aria Hale, pensé que le habían avisado sobre qué empezaría hoy.
Su rostro se suavizó.
—Nadie me avisó sobre eso. Tendré que hablar con mi superior, pero ahora no importa. Necesitamos ayuda— hizo un ademán para que le siguiera hacia donde había una mujer mezclando varios componentes.
—Pratt, aquí te traigo algo de ayuda. Es Aria Hale va a cubrir la vacante que dejó Erik.
La mujer no pareció muy contenta al escuchar eso. Para mi suerte vi las gradillas a dos mesas de mi con las dosis.
—Hale, necesito que me aproximes el recipiente que contiene bromo.
Miré perdida a mi alrededor. Había seis recipientes. Sabía que el bromo era rojo pero había tres en diferentes tonalidades de rojo. Cogí uno de los tres sin cuestionármelo mucho y se lo tendí.
Ella confiando en mi, lo mezcló con las demás sustancias. Mala idea. El líquido comenzó a tornarse a un color ónix y ella pegó un brinco hacia atrás, horrorizada.
—¡TE HE DICHO BROMO!— todos pararon de trabajar para mirarnos alarmados. —¡EVACUAD LA PLANTA! ¡ESTO ES TÓXICO!
«Doble mierda.»

Rápidamente me acerqué a las dosis, aprovechando que los demás estaban dejándolo todo sobre las mesas para entrar al ascensor y fui a por la dosis 7628. Había dos. Dos dosis iguales de cada tipo. Las agarré y las guardé dentro de mis bolsillos. Él no tenía por qué saber que había dos dosis iguales y que yo me iba a quedar una.
—La tengo.
—Vuelve— escuché decir a Pierce.

Salí de inmediato por las escaleras mientras un suburbio de personas bajaban apretujándome. Me camuflé entre los demás científicos y rápidamente me subí a la furgoneta.

Alexander condujo hasta el motel, ambos estábamos envueltos en un sepulcral silencio. La radio estaba apagada y ninguno de los dos hablaba.
Frente al hotel extendió su mano hacia mí, —La dosis— espetó.
Saqué una y se la puse sobre la mano, —¿Cuándo pasaremos a la fase dos?
—Te avisaré.

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Nota de autora:
Espero que os esté gustando

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