Ocho

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Cloe

—Que no se mueva, si intenta escapar ya sabéis lo que tenéis que hacer.
Mi corazón latía cada vez más fuerte. Intentaba liberarme de los amarres en mis muñecas pero era imposible, al igual que en mis tobillos. Sentía como me faltaba el aire y me ahogaba entre mis palabras, intentando formular alguna frase, pero no podía. No podía decir nada.
—Pequeñaja no tienes de qué asustarte— me dijo el mismo hombre, pero en su tono había burla, ironía y desprecio.
Una mujer entró a la sala oscura en la que estaba aprisionada. Los tacones que llevaba repiqueteaban contra el suelo, llenando la silenciosa y tenue sala del ruido que provocaba con sus zapatos. Pero al igual que el hombre no pude identificar su cara.
—Es demasiado pequeña, señor— la mujer sonaba algo preocupada, pero no por mi, sino por lo que tramaban, por las consecuencias que podían desencadenar si alguien descubría lo que me iban a hacer.
—No te pago para que repliques mis órdenes.
De la nada noté las ásperas y robustas manos de aquel hombre agarrarme bruscamente la cabeza, de manera que no pudiera moverla. Mis latidos aumentaban cada vez más. Mis pulmones ascendían y descendían cada vez más rápido, como si fueran a estallar en cualquier mísero instante. Y sin esperármelo, noté el frío pinchazo de una aguja adentrándose contra mi cuerpo. Notaba como un líquido estaba siendo inyectando en mis venas y mis ganas de querer liberarme del agarre y de las correas cada vez era mayor y más ansioso.

Abrí los ojos rápidamente. Tenía una fina capa de sudor sobre mi frente, mis manos estaban sudorosas y algo rojas de apretarlas tanto. Me quité las sábanas de encima agobiada. La misma pesadilla, pero esta vez había avanzado un poco más. Aquel pinchazo se sentía demasiado real. Demasiado real como para un sueño...

Necesitaba despejarme o no podría volver a dormir en lo que quedaba de noche. Bajé a la cocina haciendo el menor ruido posible, no sabía si alguien vivía en la base —exceptuándome a mi—, así que por si las moscas, evitaría que se despertaran por mi.

Distinguí la silueta de un hombre abriendo el frigorífico. Era musculoso, tampoco podía detenerme en los detalles porque las luces estaban apagadas y lo único que alumbraba era el interior del frigorífico. Ignorando por completo que había alguien en la cocina cautelosamente saqué de un cajón una tableta de chocolate que me molesté en comprar hace dos días.
—Mierda— dijo con la voz algo ronca —. Podrías haberme avisado que estabas aquí— refunfuñó.
Era Bucky. Había sacado del frigorífico un refresco y se había acercado a la encimera de la isla para tomárselo, quedando frente a mí. —Un gusto verte de nuevo... James— le mostré una de mis más falsas sonrisas.
Tomó un trago de su refresco sin separar sus ojos de los míos, —Es Bucky. Ya te lo dije.
Como si no hubiera dicho nada le quité el envoltorio a mi chocolate y comencé a comérmelo de onza en onza. Mientras que nos envolvía un silencio algo incómodo para mi gusto.
—¿Tú tampoco puedes dormir?— me digné a preguntarle. Tampoco es que me importara su respuesta, pero debía romper este silencio, simplemente necesitaba mantener una conversación.
—Si pudiera no estaría aquí, ¿no crees?
Le miré molesta, pero tampoco le contesté.
—¿De dónde has sacado eso?— me preguntó haciendo un pequeño ademán con la lata hacia mi chocolate.
Arqueé una ceja, —Si por alguna razón estás pensando que lo voy a compartir vete olvidando.
Por alguna extraña razón vi como se le curvaba hacia arriba una de las comisuras de sus labios y no pude resistirme a sonreír. Quién sabe, estaba demasiado cansada. Recién había terminado una misión y si fuera poco había tenido una pesadilla.
—¿Cuál es tu historia?— me preguntó y le dio otro sorbo a su refresco.
—¿Mi historia?— le repliqué. —Así que ¿ahora es cuando nos ponemos profundos y contamos cosas sobre nuestro pasado? ¿verdad?— dije sarcásticamente sonsacándole un pequeño bufido.
Preciosa, sólo tengo curiosidad de saber que hace una cría en los vengadores.
—Primero, no me llames preciosa y mucho menos cría— una sonrisa se le dibujó en el rostro —. Y segundo , yo podría preguntarte lo mismo, ¿no crees?
Levantó las manos brevemente, como si fuera una especie de apaciguamiento y dejó su refresco vacío en la encimera. —Bien. Steve me pidió que le hiciera un favor pasándome por aquí y ayudando. Pero tan rápido como acabe me iré.
Asentí con la cabeza. —¿Steve y tu os conocéis de hace mucho?
—De hace demasiado, diría yo... ¿Y tu?
—Yo le conozco desde hace unos años, pero tampoco tantos— dije mientras tiraba el envoltorio de chocolate en la basura, pero luego volví hacia donde estaba. Sabía a lo que se refería pero tampoco me fiaba de él. Nos habíamos conocido hace unas seis horas aproximadamente.
El rio falsamente, —Que graciosa, sabes que no me refería a eso.
—¿Ah, no?— sonreí, —Buenas noches, James— me despedí para volver a la cama.
—Es Bucky— dijo en voz alta cuando estaba a punto de salir por la puerta.

Eran las cinco de la tarde y ni Nick Furia me había contactado y mucho menos Alexander Pierce. Había estado buscando información sobre la dosis pero por más libros y páginas web que buscara no encontraba absolutamente nada.

Ahogué un grito de frustración. Había intentado hasta buscar los tipos de componentes que llevaba la fórmula. Pero nada. Esto era un auténtico desastre.

Bucky

Apenas había conseguido dormir, bajo mis ojos se estaban pronunciando unas ojeras notables para cualquiera con algo de vista. Estaba harto. Harto de las malditas pesadillas que me atormentaban por las noches. Harto de que no pudiera descansar tranquilo. Cada vez que cerraba los ojos aparecían. Una tras otra.

—Buck, ¿estás bien?— Steve me dio un apretón sobre mi hombro y me miró preocupado. Me daba rabia que se preocupara por mi. Porque siempre había sido al contrario, siempre era yo el que le defendía. El que estaba apoyándole en los malos momentos. Y no me gustaba que me viera así. Vulnerable.
—Todo está bien, ¿pasa algo?
—Ven— y a su lado llegamos a la sala de reuniones. Donde estaban todos reunidos menos Cloe.
«¿Qué hace ella viviendo aquí si ni siquiera estaba en las reuniones?»
—¿Y la chica?— le pregunté a Steve de manera que sólo él me pudiera escuchar.
—A ella la queremos mantener al margen de esto.
Asentí y no dije nada. Obviamente me había dejado curioso, la noche anterior estaba perfectamente. Aunque ha decir verdad no la conocía de nada, pero por su actitud me pareció una cría algo irritante.

Stark comenzó a glorificarse por sus grandes fuentes, ya que consiguió nueva información sobre Alexander Pierce. A mi lo único que me había quedado claro sobre ese tío era, que era un ex-espía forrado, con demasiado tiempo libre.

—Este imbécil intenta convertir a gente que tiene retenida en Rusia en sus soldados personales, ¿sus razones? Se me ocurren miles.— empezó a enumerar con una mano vagamente las razones —Poder. Riqueza. Destrucción. No me ha costado infiltrarme en su sistema informático, pero el jodido apenas tenía información. Lo único que nos podría servir es que su última llamada fue anoche con un número que no tiene identificado en Moscú. No he podido sonsacar nada más.
—¿Entonces qué? ¿Estás diciéndonos que vayamos a Rusia como si nada?— saltó Steve, —¿Te haces a la idea de las repercusiones que podrían ocurrir si decidieran tomar asuntos legales contra Estados Unidos?
—Cálmate, abuelo— le replicó Stark. —Tengo un plan. Pero para llevarlo acabo primero tenemos que hacer esto. Natasha tu te encargaras en acercarte a él lo máximo posible en la S.H.I.E.L.D. Te infiltraras en su despacho y colocaras este USB — señaló uno sobre la mesa — en su ordenador, procura que esté como mínimo tres minutos, esto reunirá toda la información que necesitamos automáticamente.
Natasha asintió, —Será fácil. Confía en mí.
—Por ahora es eso. La demás parte del plan os lo contaré cuando tenga esa información, mientras tanto no levantéis sospechas. Natasha o Clint si veis algo inusual respecto Alexander en el trabajo decídmelo.

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¡Espero que os guste!

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