Diez

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El viento chocaba contra mi cuerpo mientras aceleraba cada vez más y más. Nunca había sido muy partidaria de conducir de noche tan rápido aunque había veces que mi trabajo lo necesitaba. Porque al fin y al cabo mi vida se resumía en riesgos, vivía en constantes riesgos que podían acabar con mi vida en cuestión de segundos. Pero aquí estaba en dirección a la casa de una de las personas que más me habían marcado más en mi vida.

Nunca me había odiado tanto a mi misma. No podía evitar apretar mis nudillos, agarrando con cada vez más fuerza el manillar de la moto pensando en qué momento él se había convertido en mi debilidad. O al menos lo más parecido a eso. Era la primera vez que había sentido la necesidad de ver alguien de esta manera y eso era lo preocupante, porque en mi trabajo no podías permitirte que te vieran con alguien o al menos con alguien que no fuera como nosotros: letales.

Había veces que me cuestionaba si mi vida como agente era la más adecuada para mi, si tal vez lo mío era formar una familia y olvidarme de las misiones y de tener que mirar hacia todos los lados para comprobar si alguien me está siguiendo. Pero la respuesta era obvia, yo nunca había sabido hacer algo diferente a cumplir órdenes y asesinar para alguien, ya sin importar los motivos claves. No me importaba si trabajaba para alguien bueno o malo, el trabajo era el trabajo, y no podía renunciar a lo único que se me daba bien.

Desde mi partida a Rusia, estuve varios meses pensando en qué estaría haciendo en Nueva York, si habría encontrado a otra chica y había mandado de una vez a la mierda al jefe que tanto le puteaba en el trabajo. Lo más seguro era que se hubiera olvidado de mi y de todas esas noches en las que salíamos de fiesta hasta las tantas y veíamos películas en su casa.

Pero aquí estaba yo. Acelerando cada vez más rumbo a su apartamento. No estaba muy segura si seguía viviendo allí, pero quería ir. Tal vez era sólo para cerrar una de las pocas etapas que he tenido bonitas en mi vida. O porque por una vez en mi vida entendí que las personas son algo más que objetivos y compañeros laborales.

Al ver su edificio me tomé la libertad de frenar y aparcar en un parking que estaba dos calles más lejos de su apartamento. Necesitaba pensar qué decirle, pero ninguna de las opciones que me surgían en mente merecían la pena.
—Si me hubiera despedido al menos— maldije apenada. Mis pasos eran pesados, por cada paso que daba sentía una carga de conciencia en la que me culpaba mi falta de tacto y apego. Me culpaba de no merecerle, de no poder ser el tipo de chica que puede salir con chicos y tener vida amorosa, de no poder  estar de fiesta sin estar preocupada de alguna amenaza y de no poder disfrutar de la vida como una cría de mi edad donde mi única preocupación fuera llegar a fin de mes (algo que en parte me atormentaba a mi también).
En menos de diez minutos estaba parada frente a la puerta de su casa. —Allá vamos— toqué su puerta con mis nudillos varías veces y escuché como el televisor que antes daba el fútbol se había apagado. Unos pasos resonaban por la vieja moqueta y el chirrido del pomo resonó por el pasillo. La puerta de abrió lentamente y ahí estaba el. Aidas.
Una sensación me recorrió internamente, disparando a mi corazón a latir más rápido de lo normal, un tembleque se instaló en mis manos, por lo que las oculté metiéndolas dentro de los bolsillos de mi cazadora. Abrí la boca para hablar pero las palabras no salían y sólo podía sentir como el peso de la culpa caía sobre mi, hundiéndome en el suelo. En el momento en el que nuestras miradas chocaron, lo sentí. Me reconoció. Ninguno de los dos dijo nada, yo me perdí analizado su rostro, su pelo castaño desalborotado, sus ojos avellanas... Me fijé en los pequeños detalles que se le habían formado en la cara en el tiempo de mi misión. Sus rasgos faciales eran más maduros, su mandíbula estaba más marcada, su pelo castaño caía desordenado sobre su frente. Sus ojos avellanas me miraban con reproche, ira, pero con algo más... Algo que no supe deducir. Y no lo culpé, yo en parte me odiaba por irme, por dejarle, por no despedirme. Por no tener una vida sencilla y normal. Por no poder ser como el resto. Sus carnosos labios rosados estaban formando una línea y por lo demás me di cuenta que había estado practicando ejercicio.

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⏰ Última actualización: May 23, 2022 ⏰

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