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Ajena al deseo que había despertado en Harry, Alissa se preguntó por qué se habría sentado precisamente en su cama y se avergonzó de sí misma, pero no se movió. De repente, la perspectiva de mantener las distancias con él y de limitarse a una relación exclusivamente platónica, le parecía tan interesante como un aguacero helado.

– Me gustas cuando estás completamente sobria -dijo él

– Aprenderé a mantener mi copa llena -bromeó ella, sonriendo-. Así no me la llenarán cada vez que un camarero pase por delante.

Encantado con su sonrisa, Harry dejó el teléfono sobre un mueble y la tomó de la mano. Ella se arrodilló en la cama. Él le acarició el cabello, la besó apasionadamente y le quitó el camisón. Cuando la prenda cayó, Harry capturó los pechos de Alissa con las manos y, a continuación, le lamió los pezones hasta que ella sintió un calor intenso entre las piernas y soltó un gemido.

– No puedo dejar de desearte -murmuró él.

Harry pasó los dedos sobre los rizos dorados de su pubis y frotó suavemente su clítoris antes de aventurarse dentro de ella.

Alisa contuvo la respiración, tan ansiosa de caricias como si su primer encuentro no se hubiera producido. Separó las piernas y se aferró a sus hombros para apoyarse hasta que él la alzó en vilo, la apoyó en el cabecero de la cama y cubrió de besos su cuerpo.

– Quiero hacerte el amor como debí hacértelo esta tarde -anunció-. Quiero volverte loca de placer.

Harry la tentó con la lengua y los dedos en su sexo hasta que ella empezó a temblar. Alissa se seguía sintiendo culpable, pero aquello no tenía nada que ver ni con lo correcto ni con lo incorrecto: era simplemente maravilloso, y sabía que Harry no se había aprovechado de ella ni la primera vez ni entonces: hacía lo que ella también quería hacer.

Al cabo de unos minutos, cuando ya no podía más, Harry se puso un preservativo y la penetró. Estaba tan excitada que alcanzó un orgasmo violento al sentir el contacto. Sus convulsiones estuvieron a punto de provocar que él también llegara al clímax, pero se contuvo, le levantó las piernas y empezó a moverse con más y más fuerza.

Alissa tuvo un segundo orgasmo, que estalló en su interior como unos fuegos artificiales. Cuando terminaron, estaba tan cansada que pensó que no podría volver a moverse. Se sentía completamente satisfecha.

Harry se tumbó a su lado y la abrazó, cubierto de sudor.

– Eres tan apasionada, angil moy... -dijo, mirándola fijamente con sus ojos dorados-. Te deseo tanto que estoy considerando la posibilidad de no dejarte salir nunca más de esta cama.

Alissa no encontró fuerzas para cambiar de posición, así que se contentó con besar todas las partes de Harry que tenía a mano.

– Yelena me ha contado que estás deprimida por el divorcio de tus padres -murmuró él-. Es una verdadera locura.

Alissa se puso tensa.

– ¿Por qué te parece una locura?

– Porque has vivido veinte años en una familia feliz -respondió-. Deberías apreciar la suerte que tuviste.

Alissa parpadeó.

– Qué sabrás tú de eso -dijo, enfadada.

– Bastante más de lo que imaginas. Mi padre se pasaba la vida entrando y saliendo de la cárcel porque se dedicaba a robar coches; era un ladrón bastante estúpido. Y en cuanto a mi madre, se emborrachaba tanto que debía acostarla yo mismo cuando llegaba a casa.

Ella no supo qué decir, pero él siguió hablando.

– A mi padre lo mataron a tiros en plena calle, porque cometió el error de robar el coche de un gánster local. Y mi madre falleció un año después, cuando su hígado dejó de funcionar.

Alissa lo miró con tristeza.

– ¿Qué edad tenías entonces?

Harry respondió con calma absoluta, como si no sintiera nada al respecto; casi como si estuviera hablando de otra persona.

– Trece. Yelena insistió en que fuera a vivir con ella... éramos unos desconocidos cuando llegué, porque además de ladrón, mi padre también era un mal hijo -le explicó, mirándola a los ojos-. Yelena es la única familia que he tenido, pero me temo que le puse las cosas muy difíciles. En aquella época, yo era un chico verdaderamente rebelde.

Alissa le acarició los labios y dijo:

– Me lo imagino.

Harry rió.

– No, no te lo imaginas. Hemos crecido en mundos muy distintos. El tuyo era agradable y seguro, un hogar típico de clase media: seguro que tus padres te daban todo lo que les pedías.

– ¡En absoluto! -protestó.

– ¿Ah, no? Dime una cosa que no consiguieras -la desafió.

Harry se preguntó por qué estaría charlando con ella. Nunca charlaba con sus amantes después de hacer el amor.

– Me enamoré de un chico que era el novio de otra persona -respondió, ofendida por la insinuación de que había sido una niña mimada-. Lo superé al cabo de un tiempo, pero lo pasé muy mal.

– ¿No intentaste conquistarlo?

Ella lo miró con horror.

– De ninguna manera. Era el novio de mi hermana.

– Si no estabas dispuesta a luchar por él, es que no te gustaba tanto como dices, milaya moya -afirmó.

Alissa sacudió la cabeza.

– Por si no lo recuerdas, Harry, hay cosas más importantes que un capricho. Por ejemplo, la lealtad.

– Me pregunto si nuestro hijo saldrá a ti -declaró él, de repente-. Yo soy bastante frío cuando se trata de proteger mis intereses... espero que herede uno o dos genes de ti. Pero no más, porque si fueran demasiados, me temo que no podría sobrevivir en mi mundo.

Alissa lo miró con desconcierto.

– ¿Nuestro hijo? ¿De qué estás hablando?

Harry frunció el ceño y dejó de abrazarla.

– Si se trata de una broma, no tiene gracia.

– ¿Una broma? ¿Por qué iba a bromear? -preguntó ella-. Acepté casarme contigo, pero...

– Aceptaste casarle conmigo y tener un hijo conmigo. Lo sabes perfectamente -dijo él con impaciencia-. Pero si estás de acuerdo con eso, y no veo por qué ibas a estar en desacuerdo, estaría dispuesto a extender uno o dos meses la duración de nuestro contrato.

Alissa no podía creer lo que estaba oyendo: pero sobre todo, no podía creer que su hermana hubiera firmado un contrato en esas condiciones y no le hubiera dicho nada en absoluto.

Magnate - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora