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Cuando subieron a la limusina, Harry notó el rubor repentino de Alissa y le puso un dedo debajo de la barbilla para que lo mirara a los ojos.

– Veo que sigues enfadada conmigo.

– No, no estoy enfadada; ni voy a decir más tonterías infantiles. Soy consciente de que lo que ha pasado entre nosotros ha sido cosa de los dos -dijo ella, bajando los párpados.

Harry sonrió. Evidentemente, Alissa seguía enfadada con él e intentaba ocultarlo, pero era tan transparente que no lo conseguía. Aquello le pareció muy atractivo; no estaba acostumbrado a que las mujeres se comportaran de ese modo.

Además, su carácter seguía siendo un misterio para él. En más de un sentido, Alissa era todo lo contrario a lo que había leído en los informes psicológicos. En lugar de ser fría, era cálida; en lugar de indiferente, apasionada; y en lugar de ser superficial e individualista, era profunda y adoraba a su familia. De hecho, se había comportado maravillosamente bien con su abuela.

Se sacó una cajita del bolsillo y dijo:

– Tengo un regalo para ti.

– ¿Otro regalo? -preguntó ella con incredulidad.

– Siempre recompenso la excelencia -explicó él-. Y hoy has superado todas mis expectativas.

– ¿En la boda? ¿O en la cama? -ironizó.

Harry soltó una carcajada.

– En todas partes, angil moy.

A regañadientes, Alissa abrió la cajita y encontró un collar de diamantes tan fabuloso que parecía una de las joyas de la Corona que se exhibían en la Torre de Londres. Había decidido que no se mostraría impresionada, pero no pudo evitarlo; las piedras eran perfectas, preciosas, y entre todas ellas destacaba el colgante, en cuyo centro había una esmeralda enorme.

Alissa pensó que, si su hermana hubiera recibido un regalo como ése, se habría arrojado sobre él y lo habría cubierto de besos. Pero ella no era Alexa.

– Muchas gracias -se limitó a decir.

– ¿Es que no te gustan las joyas?

– Sí, claro que me gustan -contestó mientras lo sacaba de la caja-. Pero no es necesario que me regales este tipo de cosas.

Alissa se puso el collar, que estaba frío y pesaba bastante, y Harry se lo cerró. Justo entonces, ella recordó el comentario de su esposo sobre la excelencia y decidió que se refería a su encuentro amoroso. Inmediatamente, sintió una mezcla de vergüenza y excitación. Seguía pensando que lo que habían hecho estaba mal, pero le había encantado.

La limusina se detuvo ante la residencia de Harry en la ciudad. Cuando entraron en el edificio, él la tomó de la mano y la llevó hacia la escalera,

Al ver que pasaban por delante de la habitación donde había dormido la noche anterior, Alissa preguntó:

– ¿Adónde vamos?

– A tu suite nueva.

– ¿También es la tuya? -quiso saber, tensa.

– No, me temo que no soy muy romántico con esas cosas. No es mi estilo. Yo tengo mi propia suite... está en la puerta contigua.

Alissa se tranquilizó al saber que no iban a compartir el mismo espacio. Si dormían en habitaciones distintas, tal vez podría resistirse a la tentación.

Harry abrió una puerta y la acompañó, a través de un dormitorio gigantesco, hasta su cuarto de baño. La bañera estaba llena de agua caliente; a su alrededor, ardía una docena de velas.

Magnate - Harry StylesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora