Capítulo IX: 1978

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Luan creció rodeada de historias y leyendas referentes al bosque cercano a su pueblo

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Luan creció rodeada de historias y leyendas referentes al bosque cercano a su pueblo. Desde ni.ña tuvo prohibida la entrada a ese lugar, pero la curiosidad, dicen, mató al gato.

Año 1974. Bosque Black Hills.

Unos jóvenes de entre dieciséis y dieciocho años, Roy Climent, Luan Doile, Sam Fisher, Lizzy Brown y Terry Duckson, conducían por una carretera secundaria y poco transitada. Llevaban el coche cargado de utensilios para acampar el fin de semana, dispuestos a demostrar las leyendas horribles, que rodeaban ese bosque, eran totalmente falsas. Tanto la historia de la bruja de Blair, como la leyenda del lobo y el cazador, fueron cuentos arraigados en las creencias de los vecinos del pueblo, que utilizaban para asustar a los pequeños y evitar que una desgracia ocurriese con los curiosos niños que buscaban aventuras más fuertes.

—Roy, si se entera mi padre, va a matarnos a todos. —Y no le faltaba razón. El último rincón en la faz de la Tierra dónde tenía prohibido acercarse, estaba cada vez más cerca.

—Lizzy, por eso dijimos que pasaríamos el fin de semana, en la casa del lago, de Terry. ¿Por qué crees sino que está aquí?

Terry dió un pescozón a Roy, mientras inhalaba el humo de la calada, cerrando los ojos y disfrutándolo.

—No seas capullo, Roy. Sabes que no puedes vivir sin mí. De hecho, ninguno podéis vivir sin él fantástico Terry. —Respondió divertido, mientras le entregaba el cigarro liado, mezclado con mariguana.

— ¡Serás fantasma!

Luan y Lizzy, eran las únicas que rehusaban asistir al viaje. Habían crecido escuchando anécdotas de todo tipo, desde gente que desaparecía y a la que jamás se volvió a ver, hasta extraños suicidios, de personas, que no presentaban señales o indicios de depresión. Sin contar con los anales del viejo circo abandonado, que llamaba la atención de quienes conocían y no, su existencia y lo que un día significó, tanto, como terror y pesadillas les producía.

Cuenta la leyenda que hace mucho tiempo, el circo era una atracción tan famosa, que personas de todo el mundo viajaban hasta Burkittsville para presenciar lo que el circo de los horrores mostraba a un público de dudosa moralidad. Algo ocurrió para que un veinticinco de abril de mil novecientos dieciséis cerrase sus puertas y apagase sus luces para siempre. Las habladurías, se referían a las funciones, como pesadillas, que algún enfermo sádico había traído el infierno a la tierra. Incluso una de las representaciones estrella, trataba de una mujer hermosa, atada y amordazada a una mesa camilla, mientras un espécimen brutal e inhumano, considerado un sádico sexual, con poco cerebro y corpulento, producía laceraciones profundas en las extremidades de la muchacha, para luego soltarle descargas eléctricas con una máquina de electrochoque, hasta que comenzaba a soltar espumarajos por la boca y perdía el conocimiento. Se decía que el enorme engendro, de cara desfigurada y fuerza sobrehumana, disfrutaba tanto del daño que la producía, que solía emitir gritos y jadeos placenteros, mientras frotaba, su diminuta erección, en ocasiones puntuales, contra la mujer inconsciente, por los daños causados.

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