Capítulo 1

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Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de Brigid the Fae y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

-x-

—Han pasado casi tres años. ¿Durante cuánto tiempo piensas ignorar esto?

Creo que me ha ido bastante bien...

—No por mucho tiempo más, hanyou.

No os he preguntado a ninguno de los dos...

—Eso no importa. Vas a llegar al punto de no retorno...

—... ¿Y cómo vas a explicarles a tus amigos lo que ocurre cuando te conviertas en un salvaje? ¿O a Kagome?

Inuyasha apretó los dientes e intentó no explotar en voz alta. Kagome no tiene necesidad de saberlo. He aguantado cosas peores que esta.

—Que así sea, entonces, pero recuerda, hanyou, pronto será primavera. No tendrás elección...

El hanyou prácticamente gruñó mientras sus lados humano y youkai dejaban de hablar. Sabía condenadamente bien que casi había llegado la primavera. Podía sentirlo. Sabía lo que se avecinaba y sabía que no podía librarse de ello. Pero si pudiera ignorarlo...

Cuando todavía era un niño, su madre (como haría cualquier buena madre) le había dado la charla. Lo que le había contado ella, se lo había contado el padre de él y, tras el fallecimiento de su madre, Myoga había llenado los huecos. Mientras crecía, Inuyasha no vio por qué era tan importante esta charla. Como era un hanyou, los humanos con los que se cruzaba le temían y los youkai rehuían de él. Era un milagro que un hanyou llegase siquiera a la edad adulta y mucho menos que procreara.

Por el más breve instante, pensó que tal vez tendría un futuro con Kikyo. Pero Kikyo quiso cambiarlo, convertirlo en humano para adecuarse a sus objetivos porque no podía soportar la idea de que él perteneciera a dos mundos. Cuanto más pensaba Inuyasha en ese hecho, más seguro estaba de que habría decepcionado terriblemente a su madre, pero ¿Kikyo había querido siquiera una familia?

Inuyasha sí, secretamente. Como había crecido solo, se hacía el hanyou distante, pero ansiaba compañía. Recordaba lo cariñosa que había sido su madre y solía fantasear con que su esposa sería igual con sus propios hijos. Y entonces despertaba de su ensueño y recordaba que estaba destinado a una vida de soledad.

Entonces conoció a Kagome, una chica de siglos en el futuro cuya alma le había pertenecido a Kikyo en un principio. Era torpe, tenía mala puntería y perdía la compostura rápidamente... todo lo que Kikyo no era. Había roto la esfera sagrada, no soportaba limpiar la carne de caza y a menudo le desquiciaba ensuciarse.

Sin embargo, en algún momento del primer año, Inuyasha había dejado de verla como una copia barata de Kikyo y, en cambio, ahora era simplemente Kagome. Ya no era tan torpe, había mejorado mucho en el tiro con arco y controlaba mejor su temperamento. Por supuesto, como viajaba con él, el tener la mecha corta era comprensible. Kagome daba lo mejor de sí misma y trabajaba duro para reunir los fragmentos de la esfera. Y aunque no se ponía quisquillosa para preparar la cena, todavía arrugaba la nariz cuando tenía que meterse en el pringue de los youkai en busca de los fragmentos. Ese era el único momento en el que ahora se quejaba diciendo que necesitaba un baño.

El que Kagome lo aguantara durante casi tres años era una demostración de su paciencia. No sabía cuándo, pero su fascinación por pincharla había evolucionado a una atracción que cada vez era más difícil de ignorar. Al igual que las demás cosas que le habían contado de niño.

Fiebre de apareamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora