Un minuto de silencio.

Capítulo uno.

Hoy es Nochebuena. Siempre el mismo día, cada año. Siempre la misma cena. Siempre convivimos con las mismas personas. Siempre esperamos los mismos regalos. Hoy es Nochebuena, y a mis dieciséis años estoy pasándola sola. Es extraño ¿no? ¿Qué hace una adolescente pasando Nochebuena y Navidad comiendo sopa Maruchan y viendo televisión? Bueno, mis padres trabajan. Salen de viaje siempre y casi nunca los veo. Segunda pregunta: ¿Por qué estoy escribiendo todo esto? Pues, la respuesta es que hoy encontré mi libreta azul. Una vieja libreta de pastas azules que llenaba con todas las cosas que me pasaban a diario. Era algo así como mi diario de vida. Comencé a escribirlo cuando tenía nueve o diez años máximo. Claro que los "problemas" y situaciones que vivía entonces no eran nada comparado con lo que vivo ahora. Y creí que si las escribía todas, cuando fuese más grande las leería y mi reacción sería diferente. Y así fue. Este es un motivo. Mi libreta azul me inspiró a escribir parte de mi vida, para que recuerde cada detalle de ella. La única diferencia es que ahora no escribiré mi día a día, sino que voy a regresarme algunos años. A cuando entré a la secundaria.

Me llamo Kenia. Vivo en Vancouver, Canadá.  Y les contaré lo que ha pasado en mi vida el último par de años. 

Hace dos años ni siquiera iba a la escuela. Mis padres pensaron que eran mejores las clases particulares tomadas en casa. Mi maestra también era mi nana, y a la vez mi mejor amiga. Claro que tenía amigos de verdad. Me refiero a, amigos de mi edad. Vivían cerca de mi casa, aunque solo salíamos un par de veces a la semana a jugar. Ellos iban a la escuela, tenían tareas que hacer y esas cosas. Con el paso del tiempo salíamos a jugar menos, y para cuando me di cuenta ya tenía doce largos (y no tan largos) años de vida. Mi nana había fallecido. No podía creerlo. Rita era la persona a la que más confianza le tenía. Más cercana a mí que mis propios padres. Pero no sólo me había quedado sin nana, también sin compañía. A mis padres solo les interesaba qué iban a hacer conmigo. En quien más podrían invertir su dinero para que cuidara a su hija, mientras ellos ganaban más dinero, claro. "De algo se tiene que vivir, hija" me decían. Al principio, cuando era más pequeña lo entendía así. Pero cuando maduré un poco más comprendí que ya teníamos suficiente dinero como para "vivir" y nos sobraba. Claro que uno debe tener gusto por su trabajo, pero ellos han llegado al punto en que no están con su hija ni en Nochebuena. 

Así es como comenzaron las entrevistas para mi nueva nana, maestra y amiga. Aunque yo no quería. Y después de tres días de conocer señoras y jovencitas, muy agradables por cierto, decidí que nadie llegaría jamás a ser como Rita, y se lo dije a mis padres. Ellos me consienten y siempre cumplen mis caprichos, estaba consciente de ello. Así que al no querer  a ninguna de las personas entrevistadas, me animé a decirles que quería ir a una escuela de verdad. Era mi oportunidad.

 –Entonces Kenia, ¿con quién te gustaría quedarte en casa?- me preguntó papá.

 –Pues... la verdad, con ninguna de ellas- le respondí.

-¿Cómo que ninguna? Creí que una de ellas te había parecido buena opción. Ya falté a dos citas de trabajo, no me digas eso ahora- alegó mi madre.

 –Pues, todas son muy lindas. Pero me gustaría entrar a una escuela... una de verdad, por decirlo así.

Deben imaginar la cara de mis padres al oír esto. Fue una total sorpresa. Tal vez habían esperado esta reacción de mi parte desde hace años, pero no. Fue ese el día decisivo para cambiar el resto de mi vida, o al menos mi adolescencia.

 –De acuerdo hija, pero aunque fueras a una escuela ¿Quién te llevaría y te traería de vuelta?- dijo papá.     

 –Pues no sé. Pero me niego a seguir estudiando en casa- les dije.

Nuestra conversación terminó allí tras la llamada que recibió mi mamá. No me importó mucho a estas alturas. Esa había sido una de las conversaciones más largas que había tenido con ellos desde hace mucho. Definitivamente salir de casa no me haría nada mal.