Capítulo 3

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Ya van dos días sin saber nada de Adam ni de su familia. Empiezo a preocuparme realmente.

Hoy es sábado, un peso menos de encima, no voy a clases. Demasiado que tuve las agallas de ir a clases ayer, no aguantaría dos días seguidos, aunque pensándolo bien, hubiese sido mejor no haber ido, teniendo en cuenta la prueba de ayer, pero eso no me importa mucho, solo quiero a mi amigo de regreso.

Ayer conocí a una chica. Nunca me relacione con una desde el jardín de niños, solo a veces en clases, pero no era más que una conversación cortante y poco duradera. Me puse muy nervioso al chocármela, pensé que me daría una buena cachetada, pero note en sus ojos brillosos una mirada diferente. Se veía tan compasiva y me pidió disculpas, aun cuando yo fui el que no preste atención al caminar. Le note cara conocida, ya la había visto anteriormente por la escuela, más que nada en la biblioteca, si mal no recuerdo es una muy buena alumna, pero nunca le presté atención. Siento una sensación rara, difícil de explicar, es como si me agradara sin haberla conocido bien. Debe ser porque tuvimos una charla algo inconclusa. O quizá me ilusiono rápido.

Giro para quedarme acostado del lado izquierdo, así puedo observar hacia la ventana y ver las hojas de otoño caer y pegar en el fino vidrio, haciendo un sonido agradable a mis oídos, y noto una molestia en mi ojo izquierdo. Me toco para ver que tengo y por el tipo de dolor deduzco que es un moretón, y uno grande. Debió haberme pegado fuerte, pero casi no lo sentí, creo que ya estoy acostumbrado, duele más el saber que hay personas que quieren lastimarte, por el simple hecho de ser como eres, sin molestar a nadie.

Nunca pensé en vivir sin Adam, con el todo era gris como ahora, pero teníamos nuestra burbuja color de rosa. Ahora que ya no está todo se quedó simplemente gris. No sé qué hacer. Estoy desorientado. Es una sensación parecida a la que sentí cuando falleció mi madre, pero la vida me obligó a superar rápido ese suceso como también a madurar a más temprana edad que los demás niños, por mi entorno claro, y con mi entorno me refiero a mi padre.

Ya casi es mediodía así que bajo a la cocina y cocino un puchero, como los de mi madre, los de cada sábado de otoño al mediodía. Al verlo mi padre se queda mudo, estático, sin dar señales de vida, es uno de los pocos momentos de paz que tengo con mi padre (sin contar los que está dormido) por lo que aprovecho cada segundo. Fueron menos de diez segundos, pero me bastaron.

Espero a que mi padre se vaya a dormir la siesta para salir de casa.

Caminar por la acera de mi casa pisando hojas secas me llena de melancolía, melancolía que llena mis ojos de lágrimas, pero no tengo ganas de llorar. Paso junto al árbol que de pequeños, Adam y yo juramos ser amigos para siempre, teníamos solo cinco años. Ahora si tengo ganas de llorar, pero prefiero dejar para otro momento los problemas yo mismo, como hacia Adam conmigo... Adam.

Cuando veo un auto parecido al que tenía mi madre recuerdo lo que soñé esta noche, y la mayoría de las noches desde ese día. Sacudo mi cabeza y busco algo más alegre en que pensar. Solo se me viene a la mente esa chica. A la que solo le hable por unos segundos, sí, esa es la cosa más alegre que me ha pasado últimamente por no decir desde la muerte de mi madre (sin contar a Adam claro), cuando tienes poco aprendes a valorar cada detalle, creo que eso se les pasa de largo a muchas personas. No sé si tratar de alegrarme por hablar esos pocos segundos con Julie, creo que ese era su nombre, o pensar que mi vida sin Adam apesta.

Llego a la plaza, es pequeña, pero siempre me ha gustado. Me siento donde solía sentarme con Adam. Miro al cielo y susurro — Adam, ¿dónde te has metido?—.

Pasa el tiempo, y yo sigo tratando de pensar en blanco, me siento más solo que nunca. Tal vez debería hablarle a Julie, pero nunca fui bueno hablando con chicas, ¿y si se ríe de mí? ¿Y si termina siendo como la demás? ¿Y si solo trató de ser amable conmigo? ¿Y si estoy empezando a delirar? Mejor espero a que un milagro pase « Eso nunca va a pasar idiota». Lo sé, aún soy realista.

Pasan unos minutos y veo a un grupo de chicas caminando a una distancia relativamente lejos, pero llego a rescatar algunos rasgos básicos, una es rubia, las otras dos, castañas. Pero en una de las tres noto como si llegase a notar más de ella, pero realmente no lo hago.

Espera, ¿acaso es Julie?

La chica que me resaltaba entre la demás alza la mano como saludándome, o quizás este espantando algún insecto. Miro hacia atrás para corroborar que no sea otra persona, en la escuela muchas veces me molestaban con este tipo de bromas, y saludo, dubitativo.

Se acerca a un paso más acelerado. Cuando reacciono ya está frente a mí.

— Noah, ¿Verdad?—. Lo dijo con una sonrisa que se le notaba  que no era solo por quedar amable conmigo.

« No tartamudees idiota». — Sí, tú debes ser Julie, Julie A...—. Sé el apellido, pero no puedo terminar de pronunciarlo.

— Adams, Julie Adams—. Lo dijo soltando una pequeña carcajada. Parece una chica muy feliz, o quizá solo deja los problemas para otro momento. —Ellas son mis amigas, Lisa y Susan—. Parecen buenas chicas.

— Mucho gusto chicas—. Lo digo tratando de sonar gracioso, ¿Qué se supone que tenga que decir? La verdad no lo sé, pero creo que lo hice bien, parecen estar felices de hablar conmigo.

— Nos encantaría quedarnos pero tenemos que irnos, pásame tu teléfono así algunos de estos días nos juntamos, ¿Quieres?—. Me cuesta creer lo que estoy escuchando.

Nos pasamos los números y nos saludamos, como si fuésemos... amigos.

« Tengo que contarle a Adam» es lo primero que se me viene a la mente, luego lo recuerdo y me vuelvo a deprimir. Bien jugado cerebro.

Quizá si había más gente como Adam, solo que me encerraba yo solo en mi propia caja.

Llego a mi casa y mi padre todavía duerme, perfecto. Cocino la cena. Como dos platos, ya que ayer no comí nada y hoy no comí mucho puchero, la melancolía me ganó. Le dejo la comida preparada a mi padre y subo a mi habitación.

Aún me cuesta creer lo de hoy. Tres chicas que solo "conozco" a una, me hablan como si fuésemos amigos de toda la vida, como Adam y yo... No soy de esos chicos que las chicas le vienen a hablar todos los días, corrijo, que cualquier persona, chico o chica, vienen a hablarle todos los días. Mi sentido común me dice que quizás estén jugando conmigo, me vienen imágenes a la cabeza de ellas riéndose de mí, diciéndole a todos que cómo pude ser tan iluso, toda la escuela se entera y me hacen la vida aún más imposible, empiezo a escuchar que la gente me grita, parece tan real que me empieza a doler la cabeza y de un momento a otro se detiene. Puedo hasta sentir el pitido en mis oídos. Me doy vuelta y apago la luz. Me duermo viendo las hojas pegar contra la ventana y sintiendo esas pequeñas brisas de frío que se filtran por los costados de la ventana.

Vivir Para LucharDonde viven las historias. Descúbrelo ahora