8. Una sola dirección

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La llamada que tanto temió había salido mejor de lo que esperaba y resultó ser que Paula a pesar de ser un poco orgullosa y terca a veces, tuvo tiempo para pensar aquella noche y le cogió el teléfono, dándole la oportunidad a Carol de poder disculparse por el desafortunado comportamiento que tuvo con ella. Sin embargo, la rubia aún estaba un poco molesta, pero seguía queriendo pasar aquellos días a su lado y así se lo dijo en la tan esperada conversación. No duraron poco más de unos minutos hablando y concretando exactamente los días y el lugar a donde tendría que dirigirse. Ya lo tenía todo preparado y mañana saldría rumbo Alicante. Le esperaban unos días bastantes entretenidos.

Llegó con la caída de la tarde, siguiendo las indicaciones del GPS que tenía en el coche y la ubicación que le había mandado Paula esa misma mañana. Se sentía bastante nerviosa y un poco atacada por verla otra vez después de lo que había sucedido entre ellas. No estaba lista, pero antes de llegar a Benissa paró en una estación de servicio para descansar un poco y serenarse. Se sentó para tomar algo y vio que le había llegado un mensaje, lo miró y al parecer no era la única que estaba desesperada por llegar a su destino ya que Paula también lo estaba, le había mandado un sticker en el que dos monitos corrían para abrazarse y a Carol le apareció una enorme sonrisa en su cara, la echaba de menos y quería verla cuanto antes.

Partió de nuevo dirección: brazos de Paula. Cuando se iba acercando al lugar en la siguiente bifurcación a la derecha se encontró un buzón pintado de azul y con margaritas a un lado del camino, tal y como le había dicho la rubia, junto a una gran puerta de acero rodeada de murallas limitando la villa de la otras. Iba en buen camino, puso el intermitente paró el coche y se bajó para tocar el telefonillo. Cuando la puerta se abrió se subió de vuelta al coche y se dirigió hacia la casa, solo le faltaban unos metros para llegar. Justo cuando se estacionó, estaba una Paula esperándola impacientemente frente a la puerta de la entrada esperando a que se bajara.

Al verla corrió directamente hacia Carol, se detuvo un momento observándola, para luego fundirse en un abrazo necesitado que duro mucho más de lo establecido. Después de abrazarse y haber sentido el calor de la otra después de un tiempo, a Carol se le instaló una sonrisa enorme y no podía dejar de mirarla.

- ¡Hola, eeh! - le dijo Carol con brillo en sus ojos, estaba feliz de estar allí y de poder estar con su rubia.

- Hola, perdón. - Paula sonrió tímidamente. - ¿qué tal? Oyee, ¡que guapa! - la miró intensamente, le había contagiado su entusiasmo, también estaba feliz de que su morena pasara unos días con ella.

- ¿Sí? Tú también eh...- le clavó la mirada y Paula no pudo mantenerla ni unos segundos apartando rapidamente su mirada, la había puesto nerviosa y Carol sabía que jugaba con ventaja porque en el juego de la seducción ella era la reina. - Me encanta este lugar, es muy bonito... - dijo mirando a su alrededor y parándose en sus ojos, no solo le parecía bonito aquel lugar.

- Eeeeh... gracias... - dijo en un tono bajo, sonrojándose. - no te has perdido para llegar hasta aquí ¿no? - quería cambiar de tema y empezó acelerarse - entonces ¿te gusta? Porque te gustará más cuando veas el atardecer desde el puertito. ¡Es maravilloso! Así que venga, apúrate. - agarró las maletas de Carol para ayudarla a entrarlas y dejarlas en el recibidor. - después te haré un tour por mi casa para que no te pierdas, pero debemos irnos porque nos perderemos unas de mis cosas favoritas en el mundo. - se paró, miró a Carol, le sonrió y cogió su mano sacándola de allí para ir por el camino privado que daba al muelle.

Cuando llegaron el sol estaba en la hora exacta para poder apreciar el atardecer. Se sentaron en un banco que había por aquella pequeña avenida marítima para poder observar como el sol se escondía detrás del mar, mostrando un ocaso dorado cubriendo todo el Peñón y la costa calpina, algo difícil de olvidar. Disfrutaban de aquel momento, no solo de la puesta de sol, sino de la compañía, la cercanía y el calor que desprendía cada una las hacía trasladarse a otro lugar, se sentían como en casa.

La Última EscenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora