Expreso Hogwarts

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Como tuvo el cuidado de no excederse en la extracción de dinero, no le abundaba cuando terminó el tiempo de espera. No obstante, alcanzaba con un pequeño sobrante. 

El primero de septiembre, desayunó temprano, se aseguró de haber guardado todo y bajó a su lechuza junto a su baúl, arrastrándolo por las escaleras. Antes de partir, se despidió de Lía; la mujer, una empleada, le había agradado, era medida en palabras, una nacida muggle que era bruja de ideología neutral, pues no le interesaban los problemas innecesarios, según ella misma le dijo en una de sus charlas. Y como él mismo había tenido la suficiente discreción de no dejar ver su cicatriz ni dar indicios sobre su persona, nadie adivinó quién era. Siempre andaba cabizbajo; no dejaba que vieran su rostro. Solía simular andar resfriado y andaba con bufandas hasta la nariz, o con capuchas amplias...

También debió influir en eso el abandono del uso de los lentes que acentuaban el parecido con su padre. Era increíble cómo estos cambiaban tanto a una persona. Definitivamente lo mejor que había hecho era visitar aquel dúo de curandero y chamán que atendía en un local mediano, con vidrieras a Diagon, en el sector aledaño al Callejón Knockturn. Había chillado como un niño... Bueno, como el niño que se suponía que era (y que nunca se le había permitido ser). Había estado tan entusiasmado... Lía había estado ahí para acompañarlo cuando regresó, brincando de felicidad, y no le había importado reparar los pequeños destrozos por su magia accidental. 

Fue una despedida breve pero algo emocional; habían llegado a tenerse un mutuo aprecio. La mujer incluso le besó ambas mejillas y realizó un encantamiento para que su baúl fuera "liviano como una pluma", y otro más para que flotara, a la par de la jaula de su lechuza. Ella le deseó suerte e insistió en que podía escribirle algún día en el futuro, cuando necesitara algo, que no se olvidara de ella. "Yo no me voy a olvidar del misterio del entusiasta niño ermitaño", finalizó. Él no pudo evitar abrazarla antes de marcharse. Tampoco girar la cabeza y verla una última vez, antes de sacar su varita e ir en dirección a la estación dentro del autobús noctámbulo. 

Había despertado a la ocho, desayunado poco después, despedido una hora después y antes de las diez ya estaba entrando en la plataforma. No se dio muchas vueltas y entró al tren, con los encantamientos sobre sus cosas aún vigentes. Eligió un asiento junto a la ventana en el último compartimento del último vagón. No había nadie todavía. Mejor así. Seguramente, si nadie lo veía, nadie andaría con rumores sobre su persona, tampoco. 

Decidió que era muy temprano y, considerando el largo viaje, lo mejor que podía hacer era dormir. Se puso la capucha del buzo de su primo Dursley (no compró ropa muggle), se quitó los zapatos (comprados en el Callejón, los únicos, además de "calzado para quiddicht", similar a las zapatillas urbanas muggle), se estiró sobre el asiento (al fin un beneficio de ser tan bajo, exclamó en su mente), se giró con la cara en dirección al respaldo y empezó a esforzarse en conciliar el sueño. Escuchó a la gente ir llegando, pero se durmió antes que se volviera un barullo. Ese último mes había nacido en él un don para dormir que nunca antes tuvo; no se quejaba.

Y así fue como lo encontró cierto par. Por un lado, un pelirrojo que se quedó sin preguntar: el resto del tren estaba lleno realmente y no quería molestar a aquel chico. ¿Realmente era un estudiante? No parecía tener más de ocho, hasta le causaba ternura. Podía atisbar su perfil descansando pacíficamente y oír su respiración cual sonido de brisa relajante. 

Se sentó del otro lado de la ventana.

Por otro lado, cierto rubio más su dúo de amigos. Por una pelea de sus padres, habían llegado con lo justo, y por una discusión, había quedado fuera del compartimento de los otros conocidos suyos por sus padres. Y sus dos amigos lo habían seguido en su fidelidad. No encontraron más lugares vacíos, y se decidieron al último por averiguar del único que lo estaba; tenían la certeza de que así era, no podía ser de otro modo. Desde que arrancó el tren, hacía por lo menos de media a una hora, se había rumoreado sobre un compartimento donde había una sola persona; un muchachito que ni siquiera parecía digno de estar en Hogwarts, que dormía. Qué mejor que ir a averiguar. 

Pero se encontraron con cierto Weasley que lo acompañaba. Su padre le habló de esa familia. No le agradaba, aunque no hubiese tenido presentación formal anteriormente. Pero era orgulloso, no iba a retractarse en un intento de un mísero lugar apretado, y la curiosidad por el chico que dormía era mayor, entonces...

Saludó con fría cortesía al pobretón, sin presentación ninguna. No sabía si el otro había oído de él y lo había identificado o era la simple primera impresión pero no insistió tampoco. 

Mandó a sus dos amigos al lado del otro y él ocupó el asiento donde estaba el misterioso chico. Le levantó cuidadosamente desde los hombros, se sentó junto a la ventana y acomodó su cabeza sobre su regazo e hizo un gesto pidiendo silencio. El sueño era sagrado, él sabía que lo era; aunque sus padres y padrino no respetaran el suyo, eso lo toleraba, pero no ninguna interrupción de nadie más. Supuso que no sería una buena carta de presentación interrumpir el el otro. Así que ni siquiera cuando la mítica cicatriz del niño que vivió asomó entre su flequillo hizo ningún sonido. Solo hizo un gesto cuando la señora del carrito pasó, para que sus amigos compraran algo. Les dio unas monedas suyas, que ni él supo cómo sacó sin mover al dormido.

Premonición [Harry Potter]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora