Relatos del team Wattpad

La luna y ella

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Autor: CristianDBF

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     Aquí estoy, sentado en mi moto a la orilla de la calle, esperando que mi madre salga de la iglesia. Hoy llegué un poco más temprano. En mi mano izquierda sostengo la llave, juego con ella haciéndola girar en mi dedo índice. Me canso de jugar con el objeto y miro al nublado y solitario cielo.

Tímida.

Esta noche la luna está tímida, se esconde detrás de dos grandes nubes. No entiendo por qué hoy le apena mostrar su belleza, su grandeza, pero su luz impide que sea invisible del todo. Detrás de esas dos cortinas grises aún se nota su brillo. Su majestuosidad.

Entonces me acuerdo de ti, te parecías a ella, a la luna. Recuerdo aquella vez que jugábamos a las escondidas en el parque, el Parque de Los Enamorados. Te escondiste detrás de un arbusto, varias hojas intentaban cubrir tu bello y perfecto rostro. Pero la luz del sol se reflejaba en tu cara angelical, creías que no te vería, pero nuestras miradas chocaron y vi tus labios formar una sonrisa al ser descubierta.

No había manera de ocultar lo hermosa que eras, mucho menos ante mí.

Me pregunto si la luna será igual de suave como tu piel, igual de dulce como tus carnosos labios, si tendrá tu mismo aroma. Ese olor que me volvía loco, esa voz que me hipnotizaba, esa sonrisa que me alegraba a cada instante, ese cuerpo que me hacía adicto a ti.

Ahora una brisa cálida me acaricia, pero no se igualan a las tuyas. Toca mi rostro, pero no con la misma suavidad y ternura que tenían tus delicadas manos.

Todo y nada. Ambas palabras tienen igual número de letras ¿Casualidad? Contigo lo tenía todo y ahora que no estás no tengo nada. Eras mi todo y ahora sin ti soy nada.

Aquella vez, cuando te conocí. Había salido de mi casa un poco más temprano de lo habitual. No quería recibir tanto sol mientras me dirigía al supermercado, pero él disfrutaba quemarme y entonces también decidió salir antes.

Con mi cara empapada de sudor y anhelando algo refrescante me senté en una banca del parque que estaba frente al local. La sombra del gran árbol de almendro cubría todo a mi alrededor, el canto de un pájaro sobre una de sus ramas me transmitía tranquilidad y una fresca ráfaga de aire secaba mi cabello.

La gente caminaba de un lado para otro por los andenes de la calle. Algunos iban para el trabajo, otros llevaban a sus hijos a la escuela, unos cuantos se ejercitaban.

Cerca de mi estaba un señor que vendía cholados. Me levanté y caminé hacia él.

—Me vende uno, por favor.

—A mí también, si es tan amable —dijo una suave y dulce voz a mi espalda.

Eras tú, esplendida. Lucías un vestido blanco con rosas rojas estampadas en él, te quedaba perfecto. En realidad, todo te quedaba perfecto. Te miré y supe que jamás te olvidaría, tú me sonreíste, dejando ver tus intachables dientes blancos.

—Hola, ¿qué tal? —me dijiste al notar que te continuaba mirando como un idiota.

—Hola. —Creo que te dije, o eso intenté decir—. Mucho gusto, soy Antonio.

—Encantada. —Volviste a sonreír, sin saber que me estabas hipnotizando. Tal vez si lo sabías y lo disfrutabas—. Me llamo Angélica.

¡Qué más pistas! Eras mi ángel.

—Joven, ¿quiere el cholado o no? —dijo la gruesa voz del señor.

—Oh, claro. —Tomé el vaso de hielo con ensalada de frutas.

Nos sentamos en la banca donde antes estaba yo solo. Me hablabas sobre el clima y lo que en la radio habían dicho hoy acerca de una lluvia que caería en la tarde. No recuerdo los detalles, pues solo te miraba y asentía, mientras de vez en cuando mordías un pedazo de una fresa y yo veía cómo tus labios se tornaban rojos. Deseaba ser esas fresas, anhelaba besarte en ese instante.

—Hijo, ¿llevas rato esperándome? —escucho la voz de mi madre, sacándome de aquellos hermosos recuerdos.

—Eh... sí. Hace un ratito.

Ella se acerca y acompañado de un abrazo me da un beso en la frente. Luego se sube a la motocicleta y conduzco hacia su casa.

Mañana te visitaré. Mañana iré al cementerio y te llevaré las rosas rojas que tanto te gustaban. Angélica, mi todo.