Apocalipsis

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Autora: Blue_Dog1515

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Caminaba por las calles desoladas en búsqueda de mi familia. Mamá y papá no me habían dicho que esto iba a suceder si no accedía a sacrificarme. Tenía miedo.

Veía rojo, solo rojo.

Las calles vacías y el ruido ensordecedor del viento y de la alarma de dos autos a lo lejos.

—¡Papá!

Nada.

—¡Mamá!

Menos que nada.

Me acerqué al cadáver de un soldado y le quité su katana y revolver, las coloqué en mi cinturón con unos cuantos movimientos de manos.

Tenía que apresurarme. Habían pasado como quince minutos. Tiempo suficiente como para encontrar zombies.

Mi cabellera tintada de rojo me hacía camuflarme entre el ambiente del mismo color. Apareció una neblina del mismo color y procedí a taparme la boca. Todo era escalofriante.

Necesitaba encontrar a mi familia.

Caminé entre cuerpos tirados en el asfalto, demasiados cuerpos. Me pregunté si estaban inconscientes o muertos, pero no quise averiguarlo. No quería tener que pelear con algún muerto viviente, no de nuevo.

Me harté de tener que llevar la mano en mi boca. Habían pasado veinte minutos. Si algo iba a sucederme por inhalar el aire del lugar en el que estaba, que sucediera ya. Mi instinto de supervivencia se estaba apagando.

—¡Annie! —escuché a una niña a lo lejos—. ¡Annie!

Me eché a correr, siguiendo aquella voz rasposa de una niña. No tarde mucho tiempo en darme cuenta de que estaba lastimada y pedía ayuda a una tal Annie.

—¡¿Dónde estás?! —grité.

Estaba dispuesta a ayudar a esa niña, pero ¿a qué costo?

Respiré alterada. No paraba de imaginar que la neblina roja me haría daño. Pero esa niña necesitaba mi ayuda.

—¡Annie!

Vislumbré a mi alrededor. Estaba en medio de la autopista, árboles alrededor de esta y un montón de cuerpos de gente que no había logrado escapar como se debía sobre el cemento frío y duro. Unos cuantos autos abandonados después de sus respectivos choques contra otros vehículos.

Apresuré el paso cuando sentí más cerca mío la voz de la niña. Ella estaba atrapada en un auto. El cinturón de seguridad se le había atascado y parecía estar abandonada.

—¡Tranquila, voy a ayudarte!

Ella era increíblemente pálida. Supuse que había estado ahí gritando por ayuda un buen rato. Sus ojos parecían apagados, sin ese brillo natural cuando los miras de frente. Las venas de su cuerpo se marcaban en las muñecas, cara y piernas. Llevaba un short y una blusa rosa. Sus coletas le daban una inocencia difícil de describir si no la miras como lo estaba haciendo yo en este momento.

—¿Quién eres? —dijo ella. Las lágrimas resbalaron por sus mejillas, pero lo opaco de sus ojos me llamaba la atención.

—Soy... soy... —me metí en el vehículo y traté de quitarle el cinturón. Difícil. Jadeé antes de conseguir mi cometido—. Soy Beth.

Tiré fuerte y el objeto se rompió, liberando a la pequeña.

Contemplé mis manos rojas por el roce.

No teníamos mucho tiempo.

—¿Dónde está Annie? — dijo ella.

Era pequeña, no mayor de diez o nueve años. La tomé entre mis brazos y la saqué del auto, provocándole tanto a ella como a mí distintas heridas al contacto con los vidrios ya rotos del objeto en cuestión.

El trayecto cambió. La niña no paraba de llorar y hablar, preguntando cosas que yo no sabía responder. Nunca había sido buena tratando con niños. Pero le corté y empecé a hacerle preguntas yo, porque de lo contrario no se calmaría con las respuestas mías a las suyas.

—Mi papá fue por ayuda y un sujeto lo mordió al salir del auto. Solo quedamos Annie y yo, pero ella salió del auto después de que mordieran a papá. Le he estado gritando desde entonces y...

—¿Cuánto tiempo llevas gritando?

—Desde las siete.

Mierda, eran las ocho.

—¿Cómo te llamas?

—Luz.

—¿Luz? — ella asintió—. Bien Luz, creo que lo mejor que podemos hacer es buscar refugio.

Caminé una eternidad con la niña en los brazos. Ella tenía diversas heridas, pero se calmó en cuanto empecé a hacerle más preguntas de las que ella me hacía a mí. Partí por detenerla a media frase y preguntar cualquier cosa, por más tonto que fuera.

—¡Una cabaña! —exclamó ella a los veinte minutos de viaje.

Aparté el cabello de mi cara con unos cuantos soplidos. Era verdad. La suerte parecía estar de mi lado. Solo faltaba encontrar a más personas y con fortuna nos ayudarían a mantenernos con vida. Pero al llegar a la cabaña, no nos encontramos con nadie. Había una ampolleta y una cama junto a un velador. Sin ventanas, una cómoda junto a la puerta de un diminuto baño.

Bajé a la niña y ella entró en el baño sin pensárselo dos veces. No me dijo nada y cerró la puerta detrás de ella. Yo me aproximé y toqué.

—¿Estás bien?

Silencio.

Me acerqué a la cama y me eché sobre esta. Estaba exhausta. El colchón era bastante duro. Eché de menos mi cama, la de mi habitación en la casa de mis padres. Miré el techo lleno de mugre y mágicamente, los ojos se me fueron cerrando. Me quedé dormida.

Al despertar, noté la cálida luminosidad de la ampolleta golpear sobre mi mirada. Me senté sobre la cama. Me dolía la cabeza, pero no parecía tener otro problema más que ese.

Me quité el cinturón con la katana y el arma de fuego y lo arrojé sobre la cama. Empecé a avanzar a la puerta del baño. ¿La niña había pasado ahí toda la noche? Pensé en que a lo mejor me tenía miedo y había dormiten la bañera.

Abrí la puerta y ahí estaba. Su cabello le cubría la cara, pero se las había ingeniado para acomodarse en la bañera.

—Oye, Luz...

La remecí un poco, pero ella gruñó y se lanzó sobre mí con la intención de morderme. Lo consiguió, me mordió el brazo y el cuello. Logré salir del baño y cerrarle la puerta a ese monstruo en la cara.

Supe que iba a convertirme, que ya no sería humana después de esto. Tomé aire y me deslicé desde mi altura en la puerta hasta topar con el suelo.

Alguien abrió la puerta de salida.

Y yo vi...

—Papá...

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