Estabamos a finales de un abril lleno de sorpresas e infortunios, recién entraba en la adultez abrupta. Mi vida se cayó a mis pies y ya no me quedaron ganas de volver a caminar con fuerzas ajenas. Todo indicaba que el vaso medio vacío ganaba otra vez, rezarle al cielo ya no servía de nada.
No tuve otra opción que rendirme ante la realidad una vez más y aceptar lo que acababa de suceder. Llorar fue mi única respuesta ante semejante dolor, un dolor inexpresable en simples palabras.
Mucho me costó vivir entre estas paredes que, se supone, compartiríamos. Dejar en cajas una vida que no fue. Tanto era el dolor de ver arruinados los regalos que te daba, que decidí regalarte una vida llena de alegría.
El día que te fuíste a ser el ángel favorito del cielo, no sentí tu pérdida hasta que fue demasiado tarde. Mi vista se volvió borrosa y mi cerebro se negaba a recibir información, al día de hoy ni siquiera recuerdo quiénes se presentaron a tu despedida. Lo único que sé es que todos ellos tienen el paraíso ganado.
Hoy, tres años después, sigo pensando que estoy muerta en vida. Mi vida se perdió con la tuya. Pero no me atrevo a bajar los brazos, tendré días débiles pero mi alma es fuerte por vos, gracias a vos.
