Él soltó el cuello de su prima, pasó a intentar sostener la navaja mientras se quejaba, retrocedió hasta que su espalda chocó con la pared.
Ella pasó a apoyarse en sus rodillas mientras tomaba grandes bocanadas de aire.
Él descansaba su espalda contra la pared, respiraba violentamente, tenía los ojos tan abiertos que parecía que saldrían de sus cuencas. Miraba fijamente la navaja, la sangre que brotaba; manchando el filo de la cuchilla, la tela de su camiseta azul y sus largos dedos.
La tos de la chica hizo que le pusiera mi atención. Se reincorporó, respirando, brusca. Lo miraba enojada, también vi la decepción destallando en su mirada, podía ver la furia creciendo en su rostro, dio dos pasos, tomó la navaja por el mango y la sacó del cuerpo de su primo, lo hizo con lentitud, me dio la impresión de que estaba disfrutando viéndolo sufrir. Su primo se quejó y la intensidad de sus quejidos disminuyó cuando la navaja estuvo fuera de su cuerpo, se deslizó a lo largo de la pared hasta que su trasero estuvo apoyado en el suelo.
Se deslizó adolorido sin quitar la vista de su herida, de donde brotaba más sangre.
Nunca había visto tanta sangre, ni siquiera cuando mi padre me golpeaba a mí o a Jeremiah, ni siquiera en las peleas callejeras. Fue preocupante.
La chica, furiosa, se giró hacia mí. Permaneció quieta, solo mirándome.
Antes me había parecido un ángel, incapaz de lastimar a alguien, en ese momento parecía un demonio con sed de venganza. Era todo lo contrario a como la había visto. No lucía como alguien a quien ayudarías, ya no, lucía como alguien de quien tenías que huir.
Sostenía la navaja como si yo fuera la próxima.
¿Por qué? Sí yo acababa de ayudarla.
Ella dio un paso.
Y yo di cuatro, hasta que giré sobre mis torpes pies y corrí por el otro pasillo, a toda velocidad.
Miré de reojo hacia atrás, ella caminaba con la mirada vacía, dando zancadas.
Venía por mí.
¿Qué le sucedía?
Bajé las escaleras, cayéndome en el último escalón.
Me incorporé, atrayendo la mirada de las personas que estaban cerca de los escalones. Di empujones y avancé hasta la salida.
Le advertí, la ayudé... ¿por qué quería hacerme daño?
No lo entendía, tampoco planeaba detenerme a pensar.
Llegué al auto, Francisco estaba contra este, besando a una chica.
—¡Francisco tenemos que irnos, ahora mismo!
Se separó de forma rápida de la boca que besaba, él y su acompañante me miraron.
—¿Emma?
—¿Verónica?
—¿Se conocen? —preguntó Francisco, limpiándose los labios con el dorso de la mano.
—Si, Emma me está ayudando con una coreografía.
—¿Bailas?
—¡Francisco! —los interrumpí, miré fugazmente en dirección a la casa—, vámonos.
—De acuerdo —él abrió el auto sin rechistar, parecía que entendía que había sucedido algo—. Adiós, linda.
Subimos, yo me coloqué la capucha y él comenzó a conducir, lejos de allí.
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Reflejada En Los Ojos de la Bestia.
Teen FictionEmma tenía que elegir, ¿Debía salvarlo? O ¿Debería tomar la oportunidad para escapar? No importaba su decisión. La Bestia saldría ganando.