Capítulo Uno.

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—Yo quiero un café bien cargado, ¿Tú que vas a pedir? —le preguntó el cliente a su acompañante.

Yo estaba frente a la mesa, anotando.

La joven miraba pensativa el menú.

—Naila, pide ya.

—No puedo decidirme.

—La señorita tiene que atender a otras personas y tú le estás haciendo perder el tiempo.

El hombre me miró, tenía unos ojos azules claros, ¿O quizás eran grises? Era un tono bastante peculiar. Tenía el pelo largo, hasta las orejas y rizado. Era muy atractivo.

Le dediqué una sonrisa, queriéndole expresar que no pasaba nada. Ya estaba acostumbrada a los clientes indecisos.

Miré a la joven de pelo rizado, quien movía sus labios de lado a lado, pensativa. Tenían cierto parecido, debían ser hermanos o primos.

—¿Por qué no has desempacado tus cosas? ¿Vas a irte?

Jeremiah apareció de pie junto a mí, mis clientes lo miraban, curiosos.

—Voy a darte algo más de tiempo para que decidas que vas a tomar —le sonreí a ambos—. Disculpen los posibles inconvenientes, estaré de vuelta en unos minutos.

Tomé a mi hermano por el antebrazo y caminé con él hasta llegar al área de los baños.

Nos detuvimos en el pasillo, frente a la puerta del baño de damas.

Llevé mis manos a mis caderas. Era demasiado temprano para lidiar con asuntos familiares, y no era el lugar adecuado, ¿No podía respetar que me encontraba trabajando?

—Jeremiah, pueden regañarme por esto.

—Encontré tu maleta, escondida, debajo de tu cama, con toda tu ropa. No puedo creer que estés pensando en irte.

—Oh, ¿Estás pensando en quedarte? Cuando dijiste que...

—No quieras hacerte la víctima.

—No lo haré. Siempre y cuando tú tampoco lo hagas.

—Ok... es justo.

—Hablaremos cuando termine de trabajar, ¿De acuerdo? La familia y el trabajo no se mezclan.

—Bien, pero pasaré a buscarte en cuanto termines tu turno.

Asentí rápido para que se marchara. Me aseguré de verlo cruzar la salida.

Volví a la terraza del restaurante, el área de la cual otras compañeras y yo estábamos encargadas, la joven de pelo rizado ya parecía saber lo que ordenaría.

—Malteada y pastel de chocolate, por favor —pidió en cuanto le pregunté.

—¿Algo más?

Ella negó, miré al hombre en busca de otra negación, quería que me hiciera todo más fácil.

—Se ve algo intenso —habló, confundiéndome.

—¿Disculpa?

—Tu novio, ¿no? Si te está dando muchos problemas, es mejor dejarlo ir.

Sonreí incómoda.

Muchos clientes daban opiniones que a nadie les interesaba. El truco estaba en asentir con una sonrisa y cambiar el tema.

—Su orden estará lista pronto —y con esa oración, dejé la mesa.

Mi padre arrojó parte de mi ropa al suelo y rompió algunas blusas, al final, volvió a golpearme de hombros hacia abajo. Dos días pasaron después de eso, los moretones eran insistentes.

Reflejada En Los Ojos de la Bestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora