Capítulo Cinco.

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Caminé hacia la terraza y me acerqué a una de las mesas que aún no había sido atendida. Había un joven que vestía abrigo gris con capucha, su cabeza apuntaba hacia abajo; en dirección a su celular.

—Buenos días, ¿Puedo tomar su orden?

El joven levantó la cabeza y me sonrió, sus ojos se achicaron en el proceso.

Tomé aire, no estaba de humor para lidiar con él.

—¿Qué vas a pedir Jeremiah? —me preparé para anotar.

—Solo un café, bien fuerte.

—Era de esperarse —dije bajando mi libreta, era una orden fácil de memorizar—, debiste pasarla bien anoche.

—Oye...

—Estuve preocupada por ti, pensando que te había pasado algo, ni siquiera se me iba a ocurrir que estabas en alguna fiesta por ahí, debiste avisarme.

Mi hermano había llegado a las cinco de la mañana, dormí poco porque estuve esperándolo toda la noche, él no se quedaba hasta tarde fuera de casa, realmente estuve asustada de que le hubiera sucedido algo. Escuché la puerta cuando llegó, me sentí en paz cuando lo vi, y a la vez me enojé porque estaba ebrio. Por unos segundos vi a mi padre reflejado en él, eso desató extrañas emociones en mí, al final, me encerré en la habitación, papá también lo había estado esperando, y él sí que estaba furioso.

Por eso Jeremiah llevaba un abrigo con la temperatura tan alta, necesitaba cubrir las marcas en su piel.

—Me descuidé por unos segundos y ya eran las cinco de la mañana, te juro que no planeaba llegar tan tarde...

—En otras circunstancias hubieras podido llegar a la hora que quisieras y no te hubieran golpeado.

—Oh, aquí empiezas a hacerme sentir culpable.

—No busco eso, solo decía la verdad —elevé un poco las cejas—. E incluso hubieras podido defenderte, tienes la fuerza suficiente para romperle la cara, pero dejaste que te golpeara, como siempre.

—Es mi papá.

—Si, como sea —fingí mirar con interés la libreta—, ¿Solo un café?

—Si, bien fuerte.

Me retiré sin pensar.

Jeremiah peleaba varias veces a la semana con hombres más fuertes que él, derrotaba a muchos de ellos y no era capaz de defenderse de nuestro padre. No quería hacerlo, no entendía por qué no lo hacía, ¿le gustaba vivir así? ¿le gustaba ser tratado así?

Volví con su café y tomé el dinero que dejó sobre la mesa.

Segundos después volví a atender a otra cliente, se trataba de una estudiante llamada Julia, estudiaba por las tardes en una escuela secundaria a algunos diez minutos del restaurante. Algunas mañanas desayunaba en el restaurante, le gustaba la terraza y la mayoría de las veces me tocaba atenderla.

—Buenos días Julia —noté que frente a ella estaba otra chica de su misma edad—. Buenos días, ¿Qué desean ordenar?

—Buenos días, Emma. Yo quiero una malteada de fresa y un par de brownies, ¿Tú que vas a pedir?

Su amiga movió los labios de lado a lado, pensando en lo que pediría.

—¿No quieres lo mismo que yo? —habló Julia.

Su amiga sonrió antes de asentir.

—Entonces dos malteadas de fresa y brownies... ¿Algo más?

Reflejada En Los Ojos de la Bestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora