Prólogo.

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Vi el celular una vez más, lo coloqué a un lado, pasé a morder mis uñas.

Jeremiah no llegaba, mucho menos llamaba. Temía que esa gente le hubiera hecho algo.

La puerta de la habitación se abrió y dejé ir todo el aire que contenía, sintiendo como mi cuerpo dejaba de estar tenso.

Me levanté, mi hermano no estaba golpeado, así que tan mal no le había ido. Solo necesitaba una confirmación de que tenía el dinero.

—¿Y bien?

Formuló una sonrisa hasta que mostró sus dientes.

—Me pagaron.

Chillé, estaba feliz. Me acerqué para abrazarlo con fuerza.

Por fin nos iríamos. Escaparíamos de mi padre, y del mundo en el cual nos hundió. Hemos estado soportando sus abusos por años y ya era momento de irnos.

—Pagaremos la deuda mañana mismo —dijo Jeremiah en cuanto dejé de abrazarlo.

—Podemos dejar el dinero e irnos hoy mismo —me aseguré de recordarle que debíamos marcharnos cuanto antes.

Él no pareció muy contento con lo que había dicho, formó una línea recta con sus labios y retrocedió, relamiendo sus labios.

Pasé las manos por mi cabello, sintiéndome tensa.

Algo había sucedido.

Me senté en el borde de la cama, no iba a estar preparada para lo que fuese a decir. Iba a postergar las cosas, lo sabía, y yo no quería quedarme más tiempo. No podía soportarlo más.

—Vendí las pastillas más rápido de lo esperado...

—Cualquiera con una amenaza de muerte lo hubiera hecho.

—Me entregaron más píldoras.

—Jeremiah, no —negué con la cabeza repetidas veces.

¿Por qué aceptaba algo así? Habíamos acordado irnos en cuanto pagáramos la deuda, él había hecho una promesa.

—Tengo que venderlas.

—¿Por qué? ¿Por qué aceptaste eso?

—No lo acepté, no me preguntaron, me lo ordenaron.

—Tú me hiciste una promesa.

—Se me escapó de las manos, sabes que cumplo lo que prometo. A veces. Sabes que iba a hacerlo, no te enojes.

Me rasqué la nuca.

—No estoy enojada.

Lo estaba.

Él lo sabía, porque había desconfianza en sus ojos.

Dejó a un lado la mochila que yo había ignorado que tenía, ahí debía de estar las pastillas.

—Necesito que me ayudes a venderlas —dijo un segundo después.

—No voy a ayudarte. No cuentes conmigo para eso.

—Me ayudaste la primera vez.

—Porque pensaba que nos íbamos a ir —me levanté de la cama, mirando las dos maletas que yo había empacado.

—¿En serio? —Jeremiah tenía los ojos en ellas.

No respondí.

Me sentía tan miserable que no podía hablar.

—Desempaca todo antes de que vuelva —se refería a nuestro papá—, iré con Frank, volveré lo más rápido posible.

Colocó la mochila dentro del armario antes de retirarse.

Abrí mi maleta sobre mi cama y comencé a sacar la ropa. Estuve tan cerca de lograrlo...

Nunca saldría de ese hoyo, ¿verdad? Cada vez que intentaba escapar, algo surgía. Quizás era la clara señal de que no debería soñar con salir de la miseria. Mi destino estaba allí.

La puerta se abrió bruscamente, sobresaltándome, eso no era propio de Jeremiah, era una persona tranquila, paciente.

Era mi padre.

Impregnó la habitación de alcohol sin ni siquiera cruzar el marco de la puerta, sus ojos algo apagados me indicaron que había bebido demasiado.

Frunció las cejas poco a poco, yo no entendía por qué, hasta que recordé la maleta frente a mí y mi ropa doblada sobre la cama.

Mi ritmo cardiaco aumentó.

En un segundo pasé a estar en el suelo, sentía la parte derecha de mi rostro entumecida, veía parcialmente negro, intenté reincorporarme, pero una patada en el pecho me lo impidió.

—¿Planeas dejarme? —vociferó, dándome patadas furiosas con sus botas—. Eres igual que tu madre, eres una malagradecida, eres una traidora...

Cada patada era más fuerte que la anterior.

No me quedaba más que hacerme bolita e intentar cubrirme con mis piernas y mis brazos.

Me tomó del cabello, obligándome a sentarme sobre el piso, acercó su rostro al mío, encargándose de que viera sus ojos oscuros y furiosos.

—Que no se te ocurra dejarme, perra mal nacida. Primero te mato —escupió, con su aliento alcoholizado.

Me dolía el cuero cabelludo, me dolían las piernas y gran parte del torso. Y yo sabía que no pararía ahí, me haría sufrir más.

Siempre sería lo mismo, lo haría enojar y me golpearía por ello, era todo un ciclo de sufrimiento. No podía más.

Tenía que irme.

Aunque eso implicara abandonar a Jeremiah.

Reflejada En Los Ojos de la Bestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora