Capítulo Trece.

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Abrí mis ojos.

La azotea de uno de los muchos edificios de la ciudad, otros carros me rodeaban. Pálida iluminación de las faloras... estaba de noche.

Giré mi cabeza hacia la izquierda, asustándome por un segundo al ver la figura masculina sentada en el otro asiento.

Reprimí un chillido. Me costó un poco reconocer a Malek.

Me había quedado dormida antes de que Julia llegara a su casa.

—¿Por qué no me has llevado a mi casa?

—No tenía ganas de hacerlo —le dio un sorbo al contenido en su vaso plástico, se había terminado todo, usaba la pajilla para remover el hielo.

¿Se había detenido para comprar algo de tomar mientras yo dormía?

—A mí no me importa sí tienes ganas o no de llevarme, tienes que hacerlo de todas formas. Le dijiste a tu hermana que me ibas a llevar...

—Sé lo que dije.

—Entonces empieza a conducir —apoyé la cabeza contra la ventana y añadí, calmada—: No puedes hacerme daño, soy la coreógrafa de Naila.

—Hacerte daño no está en mis planes.

—¿Seguro? Porque sé cosas de ti y algo me dice que tu familia no sabe en lo que andas —lo miré de reojo.

—No me preocupa. No vas a contar nada.

—¿Estás seguro? Porque...

—No tienes ningún poder sobre mí, lo que sabes no es suficiente como para chantajearme y no es suficiente para que yo quiera hacerte daño. No te traje aquí para eso.

—¿Por qué estoy aquí?

Miré sus ojos azules, podía captar la intensidad de ellos a pesar de la poca iluminación del espacio donde estábamos. Estaba molesto.

—Puedo hundirte antes de que intentes derribarme —confesó.

—No planeo hacerte nada —solté con cuidado.

Vi la desconfianza en su mirada. La seriedad en su rostro fue opacada por una sonrisa, juguetona, peligrosa... por un segundo sentí que estaba en peligro.

—Sí yo caigo, no caeré solo, así que siempre ten en mente que tu hermano trabaja para mí —advirtió.

Apreté los dientes ante sus palabras y la tensión que ellas provocaron en mi cuerpo.

Sellé mis labios. Me parecía que no importase lo que dijera, no me iba a creer.

Él tampoco volvió a hablar, por lo que nos sumergimos en un gran silencio. Yo ni siquiera tenía ganas de decirle que me llevara a mi casa, y me molestaba que él se quedara removiendo el hielo de su vaso plástico, sorbiendo la pajilla de vez en cuando como si nada hubiera pasado, como si no me hubiera amenazado.

No sé cuantos minutos pasaron hasta que yo bostecé. Continuaba cansada aunque no tanto como antes.

Me desabroché el cinturón, quise abrir la puerta pero esta tenía seguro. Se lo quité, y él volvió a ponerlo.

Me atreví a mirarlo, me miraba mientras sorbía el líquido inexistente en aquel maldito vaso, ese ruido resonaba dentro del auto, era el único ruido allí, era tan irritante que mis ganas de arrebatarle el vaso y vaciar el hielo sobre su entrepierna eran inmensas.

—Si no vas a llevarme a mi casa, me iré sola.

—Voy a llevarte.

Me relajé un poco contra el asiento.

Reflejada En Los Ojos de la Bestia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora