La noche tomaba la forma de un manto de negro terciopelo engarzado con gemas. Una brillante aura fantasmal envolvía la luna llena en el firmamento robándose todas las miradas que atrajeran antes las estrellas, resentidas con celosía. Ni las farolas eran rival para su esplendor.
En el parque, el estanque rodeado de un manto de césped verde en medio del núcleo urbano, no había nadie salvo Alec (mi pareja desde hacía más de cuatro años) y yo, acompañados del crujir de la gravilla bajo nuestros pies.
Nos sentamos en el banco de madera más cercano al agua y admiramos el reflejo de los árboles desdibujarse sobre sus perezosas ondas.
La luz blanca acentuaba la palidez de su rostro y resaltaba con ligereza la profundidad de sus pómulos, cada ondulación de su cabello castaño desaliñado y sus ojos, almendrados, del más intenso color de la melaza, que se iluminaban siempre que me sonreía. Daba la impresión de que la luna lo estaba esculpiendo allí mismo tallando con perfecta definición su silueta color marfil.
Tras unos minutos de silencio, Alec rompió la calma con un suspiro profundo. Percibí una media sonrisa dibujarse en la comisura de sus labios carnosos.
Se giró y me pilló admirándolo embobada.
Carraspeé intentando disimular y en sus ojos vislumbré un brillo divertido.
―Hace una noche estupenda. ―Fallé estrepitosamente. Sinceramente, no se me ocurrió nada mejor... Llevábamos mucho tiempo saliendo juntos y todavía reaccionaba a su presencia como en la primera cita. ― ¿Has visto que luna tan bonita?
―Sí. ―Dijo sin apartar la mirada de mí. Ladeó la cabeza ligeramente. ―La luz te sienta muy bien. Te ves radiante. ―Sonrió.
Su manera hipnótica de contemplarme, como si quisiera escudriñar cada rincón de mi ser, me erizó la piel.
―Estaba pensando lo mismo de ti. ―Dije sin mirarlo a los ojos. Sabía que si lo hacía me subirían los colores.
―Ah, ¿sí? ―Preguntó divertido. ― Qué casualidad.
No quise decir nada. Sabía que me encantaban las esculturas de piedra, pero no podía decirle que parecía una. Sonaría muy extraño, a pesar de que para mí era un halago.
―Pero seguro que a ti te sienta mejor. ―Me cogió el mentón y me acercó la cara a la suya. Apoyó con cuidado su frente sobre la mía y su aliento rozó delicadamente mi piel con una calidez que me hizo desear un contacto más íntimo.
Me soltó tras unos segundos sin siquiera acercarse a mis labios. Mi corazón se saltó un latido con decepción.
―Estoy seguro...―Comenzó a decir mientras se llevaba la mano a un bulto que tenía en el bolsillo del pantalón vaquero.
Pensando lo peor tapé su mano con las mías a toda prisa y miré hacia los lados.
― ¿Qué haces? ¿Estás loco? Estamos en un lugar público. ― Susurré alarmada.
Alzó las cejas y soltó una risotada.
―Pero qué mal pensada.
Sacó su mano del bolsillo con un estuche pequeño de terciopelo granate.
No sabía si lo que sentía era vergüenza por meter la pata, decepción porque no tenía razón sobre sus intenciones, o sorpresa porque resultó ser un regalo.
Me lo acercó para que lo cogiera y tendí la mano. Cuando rocé el terciopelo con los dedos, apartó la cajita.
Fruncí el ceño por su broma y él rio divertido.
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Al Anochecer: La diosa y el mestizo
FantasyHace más de dos mil años, en una dimensión totalmente diferente a la nuestra, una explosión rompió la barrera que separa su mundo del nuestro. Sus habitantes fueron absorbidos durante el incidente y se vieron obligados a esconderse de los humanos en...