Capítulo XIX

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Seis meses después...

POV Itachi

Recordaba haber visto a aquel veterano shinobi desesperado antes. No obstante, jamás lo había estado tanto como ahora. Inojin Yamanaka, Shikadai Nara y yo nos dirigíamos rumbo a la Torre Hokage cuando el hombre de cabellos grises y cuyo rostro visiblemente marcado por los años permanecía aun oculto tras esa máscara negra nos detuvo a medio camino. Agradecimos con mi rubio acompañante que el tercer miembro del equipo fuera quizá el shinobi con mayor sentido común entre los miembros de la generación de Boruto y Sarada. De lo contrario, alguien a quien los tres apreciábamos tanto como conocíamos de su impulsividad le hubiera reprochado a Kakashi el haber interrumpido nuestra misión. El hombre de rasgos casi idénticos a los de su padre Shikamaru excepto por sus ojos verdes en cambio simplemente permitió al mayor explicarse sin cuestionamiento alguno. Ninguno de nosotros (yo mismo, en particular) sin embargo estaba preparado para lo que Kakashi nos informaría a continuación. Sus ojos vagaron brevemente del primero al último de nosotros antes de detenerse y observar fijamente a los orbes azulados de Inojin, pidiéndole que se dirigiera a la Unidad de Barrera y explicando que su madre Ino le necesitaba con urgencia. Luego se desvió apenas ligeramente hacia Shikadai, comunicándole algo similar, aunque enviándolo esta vez a la oficina del Séptimo sin darle mayores explicaciones. En ese momento tuve la sensación de que algo extraño estaba sucediendo. Y a pesar de no considerarme un hombre de fe, rogué a cuanto dios me escuchase que no fuera lo que imaginaba. La sola idea de que algo malo les hubiera ocurrido a Shizune y a nuestra hija por nacer me paralizaba como no recuerdo que algo lo hubiera hecho antes en mi vida. Mi temor solo se acrecentó -exponencialmente, debo agregar- cuando Kakashi apoyó una mano en mi hombro derecho casi como si intentara tranquilizarme aun antes de hablar. Y fue entonces cuando estallé. La fatiga de aquella última misión llevaba ya un par de horas haciendo mella en mi cuerpo; aquella actitud por parte de mi ex-compañero en ANBU solo logró empeorar las cosas y, sin poder evitarlo, mis piernas cedieron. No obstante, su mano libre rodeando apenas mi cintura evitó que cayera.

- Necesitas ver a un médico; ahora mismo... -afirmó el Jōnin frente a mí -Y no toleraré protestas; nunca has sido testarudo. Hazte el favor y no pretendas cambiar eso ahora. Ella no soportará que algo te suceda; no en su estado...

Mis ojos, ahora escarlatas y con mi Mangekyō Sharingan activado se dispararon hacia su rostro extrañamente imperturbable. Aquel no era bajo ningún punto de vista el Kakashi Hatake que conociera a los 11 años. Mucho menos el que enfrentara en Akatsuki. Sentí como si mis pulmones ardieran por falta de aire en ese instante. No obstante, me las arreglé para preguntarle a qué se refería. Qué había sucedido con Shizune. O con nuestra hija. Su respuesta me desconcertó y me alarmó en igual medida, puesto que me estrechó en sus brazos con fuerza antes de susurrar con la voz entrecortada sus felicitaciones.

- Tsunade... -musitó aun entre lágrimas -Tsunade-sama definitivamente la ha entrenado bien... Ven conmigo; ellas están esperándote...

Me recargó prácticamente sobre sus espaldas y en ese instante no pude evitar recordar las incontables veces que Shisui hiciera lo mismo por mí después de nuestras sesiones de entrenamiento. No es que fuera precisamente alguien torpe en mis movimientos, sino que mi mejor amigo simplemente había adoptado ese hábito. Mismo que yo tomara algunos años después con mí hermano menor.

- ¿Sería muy imprudente de mi parte preguntarte en qué o en quién piensas?

La voz -y la pregunta- de Kakashi me sacaron de mis cavilaciones y, alzando mis ónices ligeramente borrosos producto del cansancio, simplemente le relaté esa pequeña 'anécdota' de mi adolescencia. El Jōnin ya veterano sonrió sin poder evitarlo, señalando que creería a Shisui capaz de hacer mucho más que eso por mi o mi hermano. Admitió además que había oído en varias ocasiones al Tercero mencionar que en efecto éramos la mayor debilidad de mi mejor amigo. Algo de lo que no dudaría, puesto que yo mismo había escuchado a Shisui mencionar aquello. Un agudo siseo de mi parte interrumpió nuestra conversación por demás tranquila, provocando que el hombre que me llevaba sobre sus espaldas girara el rostro tanto como le permitió precisamente la carga que llevaba y preguntó –a pesar de lo obvio que pudiese resultar dicho cuestionamiento- si sentía algún dolor o molestia. Asentí, admitiendo que no estaba seguro de cuánto tiempo más pudiera mantenerme consciente, puesto que no solo comenzaba a faltarme el aire, sino que además tenía la sensación de que algo punzante y, como si eso no bastara, ardiente, me estuviera atravesando el pecho. Le escuché dejar escapar un grito apenas audible con lo que -imaginé- debía ser horror antes de pedirme que intentara mantener la calma. Y que no cerrara los ojos. Lo cual, para ser honesto, me resultaba imposible a esas alturas. La fatiga estaba ganándome irremediablemente; dudaba poder llegar despierto al hospital. Finalmente no pude soportarlo. Antes que la consciencia se desvaneciera por completo y con un último atisbo de fuerza que honestamente no creí tener aún me aferré a mi compañero tanto como pude. Realmente no podré comprender jamás como pudo llegar el ex-ANBU al hospital llevando prácticamente un peso muerto sobre sus espaldas. De ello, por supuesto, solo supe cuando logré despertar nuevamente, al anochecer.

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