Prefacio

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Una semana antes.

Devoraba con la mirada las letras que poco a poco se iban escribiendo en mi celular, mientras mis dedos rápidamente tipeaban cada palabra a una velocidad impresionante. Sabrina solía enviarme mensajes tontos con memes para hacerme reír, sobre todo del estúpido nerd rarito que, si no tenía un libro en sus manos, tenía una guitarra colgando de su hombro.

Se sabe que las guitarras ya no son interesantes a menos que seas un músico famoso, obvio, además, ¿Qué tipo de música puede escuchar y tocar un chico como él?

Una voz se filtró en mi mente mientras escribía, tuve que quitar mis audífonos para poder escuchar claramente a mi madre, rodé los ojos antes de hablar.

—¿Qué quieres? —pregunte ante su clara mirada de "te estoy hablando".

Dio un suspiro largo mientras tomaba las llaves del mostrador de la gran sala. Mi familia es una de las más adineradas de la ciudad, gracias a qué mi madre está trabajando todo el día, dejándome sola en mi gran palacio de cristal... Pero no me malinterpreten, aunque tengo el dulce rostro de una princesita, me gusta crear desastres.

La mujer de largas y delgadas piernas, que me heredó su metabolismo perfecto y su hermoso cutis, me indicó una cosa, una sola cosa que sabía que odio más que nada.

—Dorotea, por favor, saca a pasear a zafiro. —Me dió una fugaz mirada de reojo—. Despégate de ese teléfono por dios.

La última frase la dijo con molestia, pero que mujer tan hipócrita era mi madre, justo en ese momento su teléfono sonó en la pequeña cartera de mano que llevaba consigo, esa vez una azul marino que combinaba perfectamente con su blusa marrón.

—Soy Tea... Y no, ese es el trabajo de Clara, no haré el trabajo de la servidumbre.

Me crucé de brazos. Mi madre tenía la cualidad de hablar por teléfono y escucharte al mismo tiempo, así que tenias que responderle en cuanto te hablaba o se molestaba.

—Clara tiene el día libre. —colgó la llamada y me miró directamente con sus ojos azules y glaciales—. Yo soy la madre aquí y aunque seas mayor de edad debes tratarme con respeto... Además, si aún no empiezas clases, deberías empezar a hacer algo productivo.

—Mamá...

Me quejé con la voz chillona que sabía que le molestaba, pero inmediatamente levantó la ceja rubia y me hizo callar. Salió por la puerta de enfrente resonando sus tacones de aguja en el suelo de mármol blanco. Toda la casa era blanca, con grandes ventanales de cristal que hacian que todo luciera sumamente delicado y, en realidad lo era. Ni siquiera cuando era niña pude jugar como los demás lo hacían en su casa, no tenía permitido correr, mi madre podía llegar a dar mucho miedo cuando se molestaba.

Le mensajeé a Sabrina el nefasto plan que había impuesto mi madre y además le pedía compañía, pero como siempre, si no era de compras no queria salir conmigo.

Cuando estaba en el instituto era porrista, mi cuerpo está perfectamente adaptado para eso, es delgado y aerodinámico, además con eso siempre estaba en forma, ahora tengo que ir al gimnasio con constancia para mantener el ritmo, pero esto me ahorraría un día de ir con el entrenador, haría cardio llevando al perro.

Subí las escaleras, si saldría a pasear al mugroso perro de mi madre, lo haría con estilo... Me acerqué al gran armario que estaba en el fondo de mi habitación, un pequeño cuartito dónde guardaba mi ropa y zapatos, mi vida entera. Cogí un par de zapatillas deportivas, un conjunto de short y top deportivo que utilizaba para ir al gimnasio.

¡Ayuda! me obsesione con el nerdDonde viven las historias. Descúbrelo ahora