Capítulo 4: Cuestionamientos

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Nian se acomodó mejor en la cama

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Nian se acomodó mejor en la cama. Sus ojos negros iban de un lado a otro del cuarto. Su pie derecho repiqueteaba con velocidad en el suelo. Su cabello negro caía sobre su frente. Todo en él indicaba que estaba sumido en un debate interno, desde su postura encorvada, hasta el lugar de la cama en donde se encontraba sentado, justo a los pies de esta, del lado derecho, en frente de la chimenea encendida.

Él estaba sumergido en un mar de pensamientos nada alentadores. Todo lo que deseaba era poder participar. Y eso era lo que estaba más lejos de conseguir. Ahora no solo Zafira lo dejaba de lado, sino también toda su familia. Su padre se había ido, lo había abandonado para ayudar a los raix. Sus tíos maternos se encontraban demasiado involucrados con el destino, así que era demasiado difícil llegar a ellos. Su madre casi lo había obligado a dejar de entrenar, ya que aseguraba de que su jaixz se encontraba demasiado inestable, y que, si seguía, se convertiría en un peligro, no solo para él, sino para todos en la aldea o el bosque entero. Sus tíos, los raix, en realidad, Reixle, el único en quien confiaba, había acabado las sesiones de entrenamiento por lo dicho por su progenitora. Y Zafira, ella lo había alejado más de lo normal. Cada día que pasaba se cerraba más, guardaba más secretos, le ocultaba información importante sobre la guerra.

Se sentía más solo que nunca y había crecido rodeado de personas que en realidad no se encontraban allí. Así que el rencor y el desespero se apoderaban cada día más de él. Y eso no era bueno, lo sabía, lo tenía muy claro. No obstante, también sabía que no podía hacer mucho al respecto. No podía decirle a su madre, porque eso solo la preocuparía; no podía buscar a su padre; no podía comentárselo a sus tíos, porque nunca estaban para hablar; no podía decírselo a Reixle, porque él no lo comprendería; y Zafira no lo escucharía, ella estaba demasiado centrada en la guerra, en el destino, poco le importaba en ese momento si él se sentía inútil o solo, o por lo menos eso creía Nian.

—¿Qué te sucede? —dudó la diosa.

Nian elevó la vista y la encontró recostada sobre una de las estanterías llenas de libros, libros que él debería leer, según todos a su alrededor.

—Nada.

—Nian, ambos sabemos que no es verdad —murmuró la diosa y se acercó unos pasos a él. Cuando consideró que estaba lo suficientemente cerca, se arrodilló en el suelo para poder hablarle con comodidad—. Además, ambos sabemos que eres un pésimo mentiroso —agregó con una pequeña sonrisa.

Ella sabía el por que se encontraba así, mas no iba a admitirlo, no deseaba permitir que sus sentimientos guiaran sus acciones.

—Sí, ambos sabemos que no soy tan buen mentiroso como tú —farfulló el chico poco antes de apartar la mirada. No quería que Zafira estuviera allí. No quería discutir con la diosa, aunque eso era lo único que parecían obtener cada vez que se encontraban en el mismo cuarto.

Zafira presionó sus labios en una delgada línea y se levantó, sin decir ni una palabra. Ella tampoco quería discutir, no importaba si era inevitable. Así que hizo lo mismo que siempre cuando necesitaba pensar. Se encaminó al centro del cuarto y comenzó a caminar en círculos, esa era el único método que sabía que le funcionaba para despejar su mente, para resolver los enigmas del destino. Y Nian era un enorme acertijo en ese momento, porque la diosa no tenía ni la menor idea de qué era lo que debía hacer para que el uviem abandonara la idea de actuar por su cuenta. Zafira no sabía qué era lo que podría impedir que el chico dejara de actuar de manera impulsiva, porque si seguía así, jamás podría avanzar, nunca podría contarle nada de lo que él tanto deseaba saber.

La caída de los dioses [Destinos 2] PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora