Capítulo 7: Los planes de Aleck

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Su respiración era agitada, sus músculos estaban tensos y sus ojos no se despegaban de la esfera dorada que levitaba a pocos pasos de él

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Su respiración era agitada, sus músculos estaban tensos y sus ojos no se despegaban de la esfera dorada que levitaba a pocos pasos de él. En esa pequeña acumulación de jaixz podía ver claramente como Nian reponía la barrera de la aldea, hacía algunos días. Él lo había sentido, no era difícil presentir el uso de una cantidad tan grande de jaixz, aunque no había comprendido lo que había sucedido hasta ese momento, donde el destino le ensañaba lo que se había perdido. Pero el que el uviem mitad raix restaurara la barrera no era lo que más le molestaba, no. Lo que más lo enfurecía era dónde se encontraba: la antigua aldea, el hogar del núcleo del bosque, del núcleo del poder de todo Rionix, el trono de quien lo gobernaba todo.

Nian y Zafira estaba un paso por delante de él y eso lo asqueaba. Odiaba sentirse menos, era un sentimiento que había tenido que soportar gran parte de su vida y ya no estaba dispuesto a seguir tolerándolo. Tenía una meta, un objetivo, y un camino claro. No iba a permitir que ellos se lo arrebataran, no una vez más. Por eso había viajado atrás y tal vez las cosas no habían resultado como quería en un inicio, no obstante, tampoco tenía la intención de que ese inconveniente lo tirara abajo. Iba a llegar a la cima, costara lo que costara, se lo había prometido a él mismo y a Rubí. Y ya que Nian se había encargado de arrebatarle a su abuela, Aleck tenía más motivos que lo impulsaban.

Apretó su puño con fuerza y la esfera de jaixz desapareció. Sacudió su cabeza y su cabello blanco cayó sobre su frente, lo acomodó, retomando su aspecto pulcro que tanto apreciaba, y salió de su estudio mientras que cerraba la puerta con fuerza excesiva. Se encaminó al salón central de su lado del palacio de los dioses y bufó. Los incompetentes a los que lideraba ni siquiera habían sido capaces de ocupar todo el palacio para ellos solos, habían permitido que sus rivales se apoderaran de la otra mitad y que, poco a poco, ganaran más y más terreno. Y eso era inaceptable, puesto que eran mayoría y se suponía que serían el bando ganador. Por eso y más debía hablar con ellos, encarrilarlos en el sentido que él deseaba que siguieran. Y el primer paso era hacerlos esperar para que comprendieran quién era el que mandaba.

Esa estrategia, por muy absurda que pareciera, era efectiva. Rubí se la había enseñado cuando era un niño. Los dioses que no esperaban, eran quienes no lo veían como líder, quienes solo intentaban sacar provecho de su trabajo. Los que llegaban tarde, quienes no lo respetaban en lo absoluto, los que se creían por encima de él. Y los que esperaban, quienes eran sus súbditos leales, los que harían todo lo que él ordenara.

Abrió las puertas del salón y se obligó a cerrar los ojos y contener los insultos que se arremolinaron en su lengua. La única que estaba presente era Ópalo, la diosa del amor. La única de entre todos los dioses a los que había convocado. Ni siquiera su padre ni su abuelo se encontraban allí. Y era inaceptable.

Respiró hondo, serenó su rostro, adoptó una sonrisa simpática e ingresó como si la ausencia del resto de las deidades no lo enfureciera.

—Ópalo, siempre la más puntual, me alegra verte aquí —saludó con sinceridad. Ópalo había sido una de las pocas diosas que no se había ganado su desprecio mientras creía. En realidad, Aleck recordaba que la diosa del amor se había vuelto como su segunda madre. Lo cuidado como si hubiera sido su propio hijo y esto se debía a que ella no podía tener por culpa de Peridoto, que en una de las guerras anteriores la había envenenado con esencia de uviem y eso la había dejado al borde de la muerte y una de las muchas secuelas había sido la esterilidad.

La caída de los dioses [Destinos 2] PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora