Capítulo 13: Restaurando la lluvia

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Nian estaba caminando en el bosque con pasos lentos y dudosos

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Nian estaba caminando en el bosque con pasos lentos y dudosos. Estaba desesperado, deseoso de hablar con Zafira, de aclarar todos sus problemas, pero al mismo tiempo esa voz que lo había guiado al núcleo del bosque no paraba de susurrarle al oído, con más fuerza que antes, como si en ese momento se encontrara en su interior. Le susurraba que la dejara, que no tenía caso hablar, que no serviría de nada, que ella no lo comprendería. Pero Nian se negaba a escuchar a ese susurro constante, no quería oírlo porque no quería que lo convenciera como lo había hecho las veces anteriores. Se negaba con todas sus fuerzas a desconfiar de vuelta de Zafira.

Por eso estaba en el bosque, allí la voz era amortiguada por el sonido de la naturaleza y el jaixz que circulaba entre las ramas y raíces de los árboles. En el bosque podía escuchar solo sus propios pensamientos e incluso le costaba comprender a estos últimos. El bosque era el único lugar donde podía sentirse seguro, cerca de su familia y cerca de Zafira, era el único lugar donde hallaba paz. El bosque era casi su hogar, no lo era del todo solo por el simple hecho de que a Nian le resultaba imposible desprenderse del todo de la casa que compartía con Zafira en la playa de los dioses. No importaba cuán seguro estuviera que en un tiempo no iba a poder regresar allí, para él, ese seguía siendo su hogar.

Se dejó caer al suelo y recostó su espalda contra las raíces de un árbol de fuego. El calor que emanaba la madera lo tranquilizaba, le daba otorgaba una sensación de seguridad. Cerró sus ojos y dejó que el aire escapara de sus pulmones. Buscó el vínculo en su interior y le costó hallarlo. Seguía bloqueado. Eso significaba que Zafira seguía molesta. Suspiró e intentó desarmar la barrera que la diosa había armado, mas no pudo y eso no lo sorprendió. Zafira siempre sabía lo que hacía, incluso cuando no.

El uviem se tensó al escuchar unos pasos lentos y suaves, que intentaban ser sigilosos. Pero pronto se relajó una vez más al identificar el jaixz sutil que expendía la persona que se estaba acercando. Ni siquiera hizo el amague de abrir sus ojos. No quería hablar con nadie, mucho menos con alguien tan cercano a Zafira.

—Sé que sentiste que me acerqué —anunció Reintal mientras se dejaba caer a su lado. El pelirrojo clavó sus iris marrones sobre Nian y lo analizó. Se veía horrible, más pálido que de costumbre, con ojeras enormes e incluso más delgado—. Zafira me mandó —se le ocurrió decir.

Nian abrió sus ojos de golpe y los calvó sobre él. Reintal dudó. El pelinegro incluso tenía los ojos irritados y algo brillosos, no por llanto, pero sí por algo más, muy probablemente por lo que Zafira sospechaba.

—¿En serio? —cuestionó el chico mitad raix.

—Bueno... —Reintal se rascó la ceja derecha—. No, no me envió Zafira, pero el otro día lo sugirió, que ya es un avance —admitió y volvió a rascarse la ceja. Desvió la mirada y la clavó sobre uno de los árboles de agua que había varios metros por delante de ellos—. Hay algo que debemos hacer, los dos.

Nian alzó las cejas. Había hablado muy pocas veces con Reintal desde que había despertado. El pelirrojo se pasaba la mayor parte del tiempo con Zafiro, recorriendo el bosque y otros lugares, recuperando el tiempo perdido. Casi no se conocían, así que no comprendía qué era lo que debían hacer juntos. Y Reintal lo notó.

La caída de los dioses [Destinos 2] PausadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora