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¿Qué más podía hacer? Si dejaba que sus entrañas hablaran por él, ya se hubiera arrancado el pelaje de la cabeza y hubiera insistido en saber cuál era su problema. ¡Qué estrés seguir peleando! Hasta parecía que la barriga de Frederick no era en realidad grasa, sino su pobre hígado inflamándose de tantas discusiones. Su pelaje desaliñado tampoco ayudaba a su aspecto de oso café.

   Cuando Mallory salió a dar su caminata refrescante, Frederick vio este momento de soledad como una oportunidad para volver a leer el libro interno de su vida. ¿El título? El que Bailey, su tía, repitió una y otra vez: "No piensen que un novio o novia es la solución de su vida. Conozcan su valor". Y a este punto del partido, tal vez Frederick ya se había desviado un poco del camino.

   Claro que él disfrutaba de iniciar una vida adulta con Mallory, en la cual todos sus deberes (hogareños y personales) pendían de sus hombros y no los de su mamá. Ah... pobre señora, ¿no? Cómo le hubiera encantado ver a su Freddy con ella todas las mañanas «a agradecerle a Dios por todo lo que nos ha dado, y arrepentirnos por nuestros pecados».

   ¿Pecados? ¡El único pecado era inducirle a un niño a la fuerza algo que le impedía estar en casa y jugar a la pelota! Lo peor de todo no era salir en las frías mañanas con la nariz congelada, sino lo que debía hacer el pobre osito al llegar a la iglesia. ¡Ay, mami, mi espalda!, se quejaba por las bancas de madera tan duras y grandes; ¡ay, mami, mis rodillas!, aborrecía cuando el sacerdote les pedía arrodillarse y los bracitos de Frederick no alcanzaban la banca de enfrente; ¡ay, mami, ¿y yo cómo iba a saber eso?!, reclamaba a su mamá cuando todos en el recinto sabían cuándo persignarse y qué decir cuando el sacerdote tomaba la palabra.

   Eran días lejanos, pero... fueron días especiales si tuvo la oportunidad de estar con su mamá con una sonrisa genuina, sabiendo que su Dios la cuidaba. Frederick no entendía eso de niño, ¿y cómo lo haría? Si de chamaquito sólo le importaba regresar a casa a las doce en punto y ver "Dragon ball".

   «¿Qué hice mal?», se preguntaba una y otra vez al pensar en la nueva actitud de Mallory. «¿Qué si tiene esa actitud después de que se alivie? ¿La tendré que aguantar con ese genio para siempre? ¿Por qué la dejé irse a tan pocos días del gran día? ¿Y si comienza a tener contracciones en el parque?» Y ahí iba de nuevo: preocupándose del "¿y qué si...?".

   Bueno, al menos Mallory llegó a casa a salvo y no tan tarde. Frederick estaba sentado en su silla de trabajo tratando de seguir planeando el viaje, pero el rencor y el cansancio fueron suficientes para que se quedara dormido ahí sentado. Mallory, viéndolo de nuevo destrozado por otro día, decidió dejarlo ahí para que pudiera recuperarse por su cuenta.

   ¿Qué? ¡A ella también le dolía todo y no se andaba quejando como ese oso cada día más panzón, y no por embarazado!

   Entre plática sin sentido, Frederick murmuraba mientras seguía soñando:

   —Mi felicidad no depende de ella, depende de mí mismo.

   ¡Ay! Si Mallory hubiera escuchado eso, ya se lo hubiera traído de corbata por toda la sala. Para su mala suerte, eso no lo despertó, y Frederick pasó toda la noche sentado ahí.

Los días siguientes no ayudaron a mejorar la actitud de ambos, pero, al menos para Frederick, el gran día había por fin tocado a su puerta, y él, en el fondo, inconscientemente, esperaba que esto solucionara todos sus problemas. Pues sí, ¿no? Al fin y al cabo era lo que esperaban desde hace nueve meses, o incluso antes.

Mi papá osoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora