Capítulo 3: Pasos para hundir una colonia de hormigas

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Es interesante cuando observamos el comportamiento de estas pequeñas criaturas, ¿no? Son vistas como poco cuando, al estudiarlas, nos damos cuenta de que ¡son increíbles! Tanto que a pesar de medir menos de un centímetro, son capaces de moverse y pensar como una bestia. Pueden emigrar y reconstruir colonias tan grandes como un camión de carga. Suena cansado asumir semejante carga de trabajo, pero la recompensa es invaluable: el dominio y la expansión. ¡Vamos a expandir las colonias!

   Para fortuna de los habitantes de Oakville, estas pequeñas tunantes no eran tan abundantes como en las junglas del sur de América, así que quien quiera que fuera caminando en la calzada principal, podía estar seguro de que no había una colonia laborando debajo del asfalto o de las losetas de su hogar.

   Esto fue diferente en la casa de Frederick, pues, por pura casualidad, Bonnie se topó con la exploradora en el patio de su casa. Al ser descubierta, se dio media vuelta y regresó con rapidez al hueco del que había salido. Bonnie la siguió con pasos torpes, así como dejaba un rastro de saliva que escurría de su hocico por el suelo. La hormiga desapareció en una esquina del patio de concreto, y Bonnie decidió gatear para ver mejor a esa cosita linda.

   Cuando llegó a ese lugar sucio y húmedo, se encontró con más esbirros arrastrándose sobre una mosca sobre su espalda. Estaba muerta. Entonces ¿quién iba a desaprovechar la oportunidad de llevarle a la reina su aperitivo matutino? Al fin y al cabo solo una podía mandar por aquí. Bonnie las observó absorto, y ¿cómo no? Si la mosca era diez veces más grande y gorda que ellas. Nada que les impidiera cumplir el trabajo.

   Bonnie estiró su pequeño brazo hasta que uno de sus dedos rozó la espalda de una de ellas. La hormiga corrió hacia todas direcciones, seguida de sus colegas, dejando atrás su cena yaciente en el patio. Bonnie se extrañó de ese comportamiento, pero lo que más le interesó era hacerlas salir de ese agujero.

   Existen muchas maneras para que las hormigas salgan de sus colonias. Una de ellas es la destrucción total o parcial de sus refugios; esto las pone como agua para chocolate, pero el núcleo de su problema tiene hincapié en la búsqueda de otra morada más que en la aniquilación del lobo que sopló su casa. Es sencillo convencerlas a todas de emprender el viaje, pero encontrar la zona perfecta era como encontrar una aguja en un pajar, y peor si la urbanización estaba de por medio.

   Estas pobres hormigas comenzaban a pagar las consecuencias de haber existido en casa de Frederick: Bonnie comenzó a soplar en dicho agujero para hacerlas salir, pero eso solo mandó a volar los yelmos y lanzas de las guardianas. Ya comenzaban a parecerse a Frederick en esas madrugadas cuando Bonnie no dejaba de lloriquear y de gritar: refunfuñando y maldiciendo a esa bestia cutre, con ganas de estrangularlo pero con la voluntad tan frágil como la misma bestia. ¿Qué más podían hacer las guardianas? Aguantarse y mantenerse firmes en su deber.

   Entonces a Bonnie se le ocurrió otra estrategia: llenar la oquedad de esa esquina con agua. Ah, ¡qué rico era ser recompensado con epifanías funcionales! Y más para Bonnie, quien no necesitó de su papá ni de la tía Chyna para rescatarla de su intelecto.

   Con las expectativas hasta el cielo, trató de correr de vuelta a la casa para obtener un vaso de agua. La casa tenía de nuevo ese olor agrio y un poco aglutinante, pero eso era el pan de cada día. Bonnie ya estaba acostumbrado. Caminó a la sala para encontrarse con Frederick sentado en su mesa de trabajo, la televisión encendida, el sillón con envolturas de frituras y latas de aluminio en las orillas de este. No sabiendo diferenciar entre la cerveza buena y mala, agarró una botella redonda color café y se la llevó al patio. ¡Qué suerte! Frederick no notó su presencia; de seguro comió tanto que se quedó dormido el gordito.

Mi papá osoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora