Capítulo 8: ¿Para qué es tu vida?

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La vida no es como la pintan los videojuegos: si se muere una vez, no existirá un objeto sobrenatural que le conceda al jugador la oportunidad de volver a caminar y corregir sus errores. Tampoco se trata de usar las vidas como zapatos que se desgastan por el asfalto rugoso y se desechan cuando físicamente ya no son atractivos. Las vidas no se pueden multiplicar ni negociar, sino solo eso: vivirlas, tal y como Dios quiso que los osos, los felinos, los caninos, las aves… lo hicieran cuando llegaron a esta tierra. La vida no es un saco de boxeo para desquitarse con él cada vez que las circunstancias le daban una patada; el destino es el único que se puede dar ese lujito, pero la persona misma no debería. La vida es más que eso… Ojalá que fuera así de fácil entender su valor y las puertas que abren para quien descansa en su hamaca.

   ¿Por qué entonces Dios tomaba las vidas de las personas cuando es él mismo quien las concede? Solo alguien que pudiera verlo al nivel de los ojos podía obtener la respuesta. Los demás tendrían que rezar por obtener un camino borroso pero sucinto. Ahí estaba, solo había que entender y confiar en uno mismo. Pero entonces… el pase VIP a la vida no dependía de él, sino de quien lo portaba. Dios no iba a extender su mano para recoger el pase que se le cae a la persona y metérselo de vuelta en su bolsillo. Entonces había que usar bolsillos con cremallera.

   Cualquier persona desearía que todos tuvieran esos mismos bolsillos seguros… Pero nadie estaba exento de la tragedia. Nadie. No, nadie. Dios tenía la destreza de ver sobre nosotros y escoger quién necesitaba partir, como cuando se limpian las semillas de aquellas que se quebrantaron o no eran propias del montón. Tal vez la justificación estaba ahí, pero ni un mortal entendería el porqué de su decisión arbitraria. O tal vez era esa damisela vestida de negro quien decidía qué semillas debían de despedirse del montón.

   Cuando esa persona es víctima de aquellas manos flacas y frías, los demás tienen que pagar por aquello que quedó en deuda. ¿Por qué la necesidad de mantenerlas por tantos años? A la vida no le gustaba eso, y es de suponerse que a las mismas personas tampoco. Entonces ¿por qué crear ese lazo tan horrible? A la damisela de negro le venía guango de cualquier forma, así que, para ella, estas personas podían adeudarse tanto como para llenar una libreta con notas y más notas. Las deudas no son un escudo contra su oz, pero vaya que enferman a la sanidad.

   Frederick tampoco se salvó de haber acumulado las deudas con su esposa difunta: había precios que pagar. Él tuvo la oportunidad de reivindicar a su preciada vida, pero la ponzoña que desprenden estas deudas fue mayor. La diabetes y presión alta eran soportables en cierta medida, ¿no? Un doctor podía asignar un tratamiento adecuado para que la tarjeta VIP de la persona no se desintegrara de sus patas. La de Frederick ahora usaba muletas para andar, pero ahí estaba, dentro de su bolsillo bien resguardada.

   Duele, sí, y duele mucho. Uno podría pensar que la gente no se da cuenta de lo muchísimo que duele y cuán anhelado se vuelve el deseo de no salir de la cama y solo hacer lo que parecía mitigar el dolor. No precisamente para alejar a las personas porque son molestas, sino para evitar que vean al llorón que se esconde adentro, a ese que creían era de plomo y su corazón no lo quiebra nada. ¡Claro que no! Llorar está bien, ¡se vale, caray! Y quien no entendía eso, era porque la flaca no había tocado a su puerta, por desgracia. Esa mujer delgada no es alguien a quien se deba provocar, porque su contraataque puede dejar a alguien lisiado, sordo, ciego, obeso, mudo o hasta esquizofrénico. Depende de ella si tomar cartas en el asunto o no, así que mejor no torearla.

   Por fortuna, nunca se estaba solo cuando se trataba de seguir caminando y dejando atrás lo que fue una vez. Hay mucho más adelante, y solo se consigue desatando las cuerdas que uno mismo se amarra al poste del pasado. Pero no era fácil desatarlas, ¿o sí? Menos si no se tenía un cuchillo para hacerlo. La buena noticia es que sí son capaces de ser cortadas, ¡claro que sí! Solo era cuestión de voluntad y fuerza, muchísima, muchísima fuerza. Frederick tardó cuatro años y cuarenta kilos en obtenerla, así que era claro que tomaría tiempo.

Mi papá osoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora