Capítulo 6: Policías y ladrones

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No es ningún secreto que las personas prefieren mantener las ventanas y puertas bien cerradas en las noches para evitar que esos malandros lleguen y les den una visita del anti-San Nicolás. Es cierto, nadie debería dejar las entradas de la casa abiertas mientras se está dormido, pues uno nunca sabe si va a volver sus joyas en el mismo cajón o su televisión sobre aquel mueble. ¿Por qué es que esas personas siguen afuera haciendo de las suyas en contra de la supuesta gente buena? Controlarlos era tan difícil como asegurar que ninguno se volvería malo de la noche a la mañana. No hay garantía de ello. Solo se puede esperar que la escuela o la familia reconstruyan sus mentes y decidan caminar al mismo ritmo que las personas buenas.

   Pero… ¿a quién le importaban esa clase de violaciones éticas cuando se tenía la oportunidad de taclear a Springtrap mientras corría despavorido por el patio del jardín de niños? Cuando le daba la gana, comenzaba a molestar a Bonnie acerca de aquella nueva niña que llegó a su salón de clases y no dejaba de jugar con las orejas de Bonnie. «Son muy largas y suaves», decía como si en la vida fuera tan natural elogiar de esa forma a un extraño. Entonces Springtrap encontró el arma perfecta para burlarse de Bonnie tanto como a él se le antojara.

   Mmm… entonces esto no se trataba de un juego amistoso de Policías y Ladrones, sino una correteada para que cierto conejo verde oscuro aprendiera su lección. ¡Muy bien, Bonnie! ¡Atrapa a ese mequetrefe!

   Al final sí lo atrapó, pero se convencieron de que perseguirse el uno al otro era más divertido si lo hacían por jugar Policías y Ladrones, y no porque Bonnie estuviera molesto por aguantarse las burlas de Springtrap.

   —Pero sí es tu novia, ¿no? —preguntó con ese mismo tono fastidioso.

   —¡Que no! —gritó Bonnie en medio del patio.

   De no ser por aquellas veces en que papá flagelaba a Bonnie por hacer las cosas mal, se hubiera atrevido a darle un golpe a Springtrap en el hocico para que se callara. Sí, Bonnie, a pesar de la actitud asquerosa de Springtrap, no quería que él sufriera lo que él vivió durante su muy temprana infancia. ¿Quién le aseguraba que el papá de Springtrap no era un gordo deprimido por la muerte de su esposa infiel? Tal vez era injusto tratarlo así sin saber lo que sus riendas cargaban.

   Esa reflexión se perdió cuando sonó la chicharra, la cual indicó la hora de la salida.

   Bonnie tomó su mochilita y salió junto con Springtrap. Tenía un ligero deseo de ver a Chyna con su mismo atuendo negro, entre todos esos papás en la salida. En cuanto viera a Bonnie, ella diría “aquí estoy, Bonnie”, y ambos caminarían de vuelta a casa; hasta la esquina, eh, porque Chyna no quería que Frederick notara que ella todavía cuidaba bastante de Bonnie de lejitos. ¿Por qué rayos le molestaba eso? Si Frederick no lo quería alrededor, entonces ¿por qué le molestaba que Chyna se quisiera encargar de algunas de sus necesidades? Eso le dolía a ella: le generaba un sentimiento de impotencia y frustración. Tenía las manos atadas; sabía que no podía llevarse a Bonnie de ahí nada más así porque sí.

   Esos pensamientos murieron cuando Bonnie duró más de cinco minutos entre la multitud de papás y no había visto aún a Chyna. Entonces… tal vez no había llegado. Ay, otra vez le tocó regresarse solo a casa.


A pesar de nunca haber estado detrás de unas rejas reales, Frederick sentía que se estaba deslizando entre ellas lentamente. Aceptar que esto había pasado no era tarea sencilla, ni siquiera para la parte de él que le gustaba mentir para redimirse de los problemas. Bueno, ya había logrado el paso más difícil, ¿no? Y si lo hizo por su cuenta, entonces eso era lo que en realidad quería su corazón: paz, libertad y perdón. Por fin se había quitado las esposas que le inmovilizaron las patas, se había despojado de ese atuendo anaranjado, se… ¿¡se le había quitado el apetito!? ¿Cómo era eso posible?

Mi papá osoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora