CAPÍTULO III

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Me encontré de pie, justo a un lado del escritorio de Williard, a primera hora de la mañana.

El mago no estaba cuando había bajado, pero no pasó demasiado tiempo para que saliera de la que era su habitación, pasara frente a mi y se sentara en su silla. Ni un saludo, ni una mirada, nada. Él simplemente continuaba haciendo el trabajo del día anterior, en la misma posición.
No me había fijado en las ropas que vestía, pero estaba bastante segura que podría ser también la misma.

Aquel día estaba sin la compañía ni ayuda de Ivantie y nuevamente me pregunté si era sensato interrumpirle para preguntar sobre mis tareas diarias.

¿Debía ayudarle en lo que sea que se encontrara haciendo? ¿Estudiar alguna poción específica? ¿Hacer algún descubrimiento mágicamente mundial conocido sobre otra posible enfermedad mortal como la viruela de dragón?

Realmente deseaba que mi boca se abriera y soltara alguna palabra, lo que sea, pero el aura de Williard me hacía no querer pronunciar absolutamente ni una sola letra del abecedario.

Me acerqué hacia el ventanal y observé hacia fuera, parecía haber bastante movimiento desde que el humo en las chimeneas de las cocinas había hecho su aparición. Siendo las siete de la mañana probablemente se trataba de la hora del desayuno.

—¿Vas a quedarte parada ahí todo el día sin hacer nada? —interrumpió su voz, de repente, haciéndome pegar un pequeño brinco.

—N-no, por supuesto que no —por fin, me atreví a hablar—. Yo...¿Cuáles serán mis tareas? ¿Necesita ayuda en algo? ¿He de estudiar alg...?

Mis preguntas quedaron suspendidas luego de que él me regalara una mirada que claramente ordenaba que me callase.

—Limpia la estantería —decretó y volvió a lo que hacía. Miré la puerta del lugar indicado. Al menos era un comienzo. Caminé hacia la habitación y antes de dedicarme por completo a mi nueva tarea, observé a Williard, esperando su confirmación, o que quizás me diera un mandato más importante que simplemente hacer la limpieza—. Oh, por cierto... —habló y me sentí esperanzada—. Cierra la puerta, no me gusta el ruido.

Hice exactamente lo que dijo y suspiré luego de recargarme en la puerta.

Es el primer día, solo es el primer día, me repetí a mi misma.

Evitando pensar en más cosas, me dispuse a hacer lo que mi nuevo maestro requería. Me acerqué a los muebles de madera para intentar hacer un inventario. Sin embargo, a simple vista, era fácil ver las seis hileras de estantes con pocas pociones, un par de paquetes de gasas, ingredientes totalmente desorganizados y esparcidos por doquier, y algunas telarañas de adorno.

Tomé cada uno de los pequeños frascos para examinar las etiquetas; díctamo, antídotos para venenos comunes, pimentónica, para heridas y protectora de llamas. Unas dos o tres botellitas de cada uno. Aunque aún no tenía idea de cuantas eran las personas que trabajaban en todo el santuario, pero sabía que no eran suficientes.

Los ingredientes también eran escasos y me pregunté si aquella era la razón de la falta de pociones esenciales para un santuario de dragones. Aún más extraño, no me explicaba por qué habían unas cuantas botellas de poción para crecer el cabello o Elixir de adelgazamiento del Dr. Pinguis. Al menos estaba segura de algo, no encontraría respuesta si le preguntaba a Williard.

Luego del inventario, procedí a ordenar y limpiar todo. Abrí las cortinas y por fin la luz del día inundó aquella oscuridad. Luego de sacar todo el polvo y limpiar las telarañas de los rincones, las pociones tomaron posición en un solo estante, catalogadas por su uso. Los ingredientes en otro, al igual que los utensilios, frascos e implementos. Pronto todo pareció más organizado y agradable a la vista. Si Williard necesitaba algo, no tendría problemas en encontrarlo.

Rose Grey y el domador de dragones [#3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora