Capítulo 7

113 6 1
                                    

—Llegas tarde.

En realidad, Itachi pretendía gritar aquella amonestación, pero parecía haberle ocurrido algo a su voz. Por un instante, cuando le rodeó el cuello con los brazos, Izumi estuvo imposiblemente cerca de él. Su pelo olía como las fresas frescas, tenía los labios entreabiertos y su piel era suave como la de un bebé. Y de pronto Itachi sintió que se le secaba la garganta.

El detective sabía que para Izumi aquello solo era un gesto de afecto producto de su exuberante impulsividad. Algo típico de ella. Izumi jamás dejaba de expresar sus sentimientos.

Confiaba libremente en la vida, sin duda a causa de su privilegiado y seguro pasado, pero, de alguna manera, aquel abrazo lo afectó más que el más tórrido de los besos. Itachi no estaba acostumbrado a las demostraciones de afecto. Ni las esperaba de nadie ni las pedía. Y, maldita fuera, jamás habría pensado que alguna vez podría llegar a echar de menos algo tan tonto y ridículo como una muestra de afecto. Hasta que había aparecido Izumi.

—Sé que llego tarde. Y lo siento, de verdad, pero no he podido evitarlo.

Sus ojos se encontraron durante una décima de segundo. Ni un instante más ni un instante menos. Izumi apartó los brazos de su cuello, los dejó caer y de pronto comenzó a parlotear con más locuacidad que una cotorra.

—He estado en uno de esos cuartos reservados en los que se juega al póquer, Itachi. Allí se mueve mucho dinero negro, es un auténtico nido de delincuentes y no es nada fácil levantarse de allí y marcharse cuando uno quiere. Sabía lo tarde que se me estaba haciendo, pero se considera de muy mala educación abandonar la partida cuando se está ganando. Podía haber perdido intencionadamente varias manos. Pero la cuestión era que estaba aprendiendo tantas cosas...

—¿Has participado en una de esas partidas de apuestas ilegales? —le preguntó Itachi.

Era posible que no la hubiera entendido bien. Esperaba, de hecho, no haber entendido bien.

—Sí, y esa es la razón por la que me he puesto esta camiseta de Mickey Mouse —señaló las enormes orejas del ratón que llevaba en el pecho con una sonrisa—. Imaginé que esos tipos me tomarían por una estúpida, ¿sabes? Y de esa manera no le darían ninguna importancia a lo que podían decir o dejar de decir delante de mí. En cualquier caso, ¿sabes una cosa? Tenía la esperanza de que Suzume hubiera estado moviéndose por esos ambientes, ¡y estaba en lo cierto, Itachi! Uno de esos tipos la conocía y me ha contado todo tipo de cosas sobre ella y su novio. Dios, creo que me está entrando un ataque de hipoglicemia. ¿Conoces algún sitio en esta ciudad en el que vendan helados de vainilla?

En realidad no quería un helado de vainilla. Lo que le apetecía era un helado mucho más saludable y refrescante de yogur con sabor a frambuesa. Les llevó algún tiempo localizarlo.

Después, como estaba harta de permanecer sentada, decidió comérselo mientras daban un paseo.

En la calle hacía un calor insoportable, el sol resplandecía con una fuerza cegadora y el helado goteaba y se derretía en todas direcciones. Izumi zigzagueaba entre los transeúntes mientras lamía su cono de frambuesa y en sus ojos parecía danzar toda la información que había obtenido durante la mañana.

—Suzume ha estado frecuentando el Caesar Palace, y también un lugar llamado O'Henry, especialmente este último. En ambos hay mesas de apuestas legales, pero donde realmente se mueve dinero es en las habitaciones traseras. E, Itachi, no te lo vas a creer, ese tipo a lo mejor solo lo decía por decir, pero insinuó que se había acostado con ella.

—Eh, castaña, la verdad es que en ningún momento se me ha ocurrido pensar que Suzume fuera un ejemplo de moralidad.

Itachi sacó otra servilleta del bolsillo. Izumi alzó la barbilla para que pudiera limpiársela.

Orgullo y seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora