Capítulo 9

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Aunque la distancia de Las Vegas hasta las tierras del Gran Cañón no alcanzaba ni treinta kilómetros, podría haber sido perfectamente la distancia que había hasta otro planeta. Las luces y la civilización se transformaban en un desierto que daba paso a una de las zonas más salvajes y montañosas del país.

Para un turista cansado de perder dinero en los casinos, aquellos cañones podían suponer un refrescante cambio, pensó Itachi. Pero, de alguna manera, sospechaba que Suzume había elegido aquel lugar por motivos completamente diferentes.

Itachi se frotó la barbilla, lenta, muy lentamente. Suzume ya había llegado en un Cadillac amarillo claro. Itachi había podido contemplarla durante un buen rato y no le había hecho gracia lo que había visto.

Aunque la señorita Suzume no lo sabía, el detective se encontraba a unos ocho metros por encima de ella, tumbado en el polvoriento saliente de una roca. Era una posición estratégica que le permitía estar lo suficientemente cerca de ellas como para oír su conversación. Eso en el caso de que no se asara antes.

Suzume le había sugerido a Izumi que se encontraran en el merendero situado en el interior de la zona recreativa del parque. Era un lugar pacífico y totalmente inofensivo para mantener una conversación privada. Y aparentemente seguro, puesto que era público. Pero en un día de trabajo y con aquel sol implacable reflejándose en las rocas desnudas, era también insoportablemente caluroso. No había un solo ser vivo por los alrededores: ni pájaros, ni grillos y, desde luego, ni un solo ser humano.

Itachi se había llevado una cantimplora, pero no se atrevía a arriesgarse a beber por miedo a hacer ruido. Y aunque estaba completamente seguro de que cualquier geólogo consideraría aquel lugar como una suerte de paraíso, a él le importaban un comino tanto la geología como la belleza del paisaje. Cuando había dejado su coche kilómetros atrás y había comenzado a caminar hacia el lugar de la cita, había tenido que hacer un serio esfuerzo para dominar sus nervios al ver lo aislado que estaba. No había ni un solo pueblo, ni un solo edificio a la vista. Era el lugar ideal para hacer cualquier cosa sin arriesgarse a ser descubierto.

Y la mujer que tenía debajo de él había activado todas las alarmas de Itachi. Suzume había llegado veinte minutos antes de la hora prevista para la reunión, de modo que había tenido tiempo más que suficiente para observarla. Tenía una larga melena oscura que le llegaba hasta los hombros. Suponía que otra mujer habría considerado original su estilo, pero él lo encontraba vulgar.

También su maquillaje lo era y parecía habérselo aplicado en toneladas en los ojos. Las piernas no estaban mal. Llevaba una blusa que le llegaba casi hasta el cuello. Itachi pensó que probablemente estaba intentando parecer inocente y digna de confianza con aquella ropa de aspecto caro. Pero su forma de llevarla, su caminar, la delataba. Aquella mujer estaba muy trabajada. Aunque Itachi sospechaba que Izumi le retorcería el cuello con alguna de sus arengas feministas si lo oía utilizar un término como aquel para hablar de Suzume.

Pero lo era. Suzume era una prostituta hasta los huesos. Había miles de kilómetros de la peor vida reflejados en aquellos ojos. No había nada malo en su rostro, de hecho, podría decirse que era una mujer bonita. Pero su expresión era más dura que una bota de cuero. Estaba suficientemente alerta como para saltar al menor ruido, aunque Itachi no estuviera haciendo ninguno.

Ambos oyeron el ronroneo del motor de un coche. Tenía que ser la llegada de Izumi.

Itachi sintió cómo se tensaban todos sus músculos, pero no apartó en ningún momento la mirada de Izumi. A más velocidad de la que tardaba en llegar una mala noticia, Suzume apagó su cigarro, tiró el chicle, se puso un par de gafas de sol y recompuso su rostro hasta convertirlo en un modelo de calma y serenidad.

Orgullo y seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora