Capítulo 10

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Itachi llamó con los nudillos a la puerta del baño.

—Servicio de habitaciones.

Oyó una risa amortiguada.

—Todavía estoy en la bañera, Itachi. Pero salgo en un periquete.

—No tienes ningún motivo para salir de la bañera. Cuanto más tiempo estés en remojo, mejor. Pero la sopa de pollo se va a enfriar. ¿Por qué no te tapas con una de las toallas del baño para que pueda meterte la cena?

—¿Pretendes que cene en la bañera? —Itachi la oyó suspirar—. Qué idea tan decadente y desvergonzada.

—¿Eso significa que no quieres o que ya has agarrado la toalla?

—Eso significa que ya tengo la toalla encima y que no puedo creer que hayas conseguido sacarle una sopa de pollo al servicio de habitaciones.

Itachi tuvo que hacer equilibrios con la bandeja para poder abrir la puerta. Lo recibió un vapor fragante, cargado de perfumes exóticos y sensualmente femeninos como el del jazmín.

Aquel aroma despertó cada una de sus hormonas masculinas, pero, dispuesto a ser más discreto que un monje, Itachi mantuvo en todo momento los ojos apartados del cuerpo de Izumi. No tenía sentido decirle a la castaña que habría encontrado otra manera de entrar en el baño si lo de la sopa no hubiera funcionado. Estaba condenadamente decidido a verla desnuda.

Izumi le había dicho, como una docena de veces ya, que estaba bien. Él había estado examinando el corte que aquel canalla le había hecho en el cuello. Pero durante aquella revisión, Izumi iba vestida con una camiseta de manga larga y unos pantalones que le llegaban hasta los tobillos y no había manera de averiguar si aquel cerdo le había herido en alguna otra parte. Y confiar en que Izumi admitiera que le habían hecho daño era como esperar que las vacas aprendieran a bailar el vals.

—Supongo que eres consciente de que todavía no tengo demasiadas habilidades como camarero. Así que si termino tirando la sopa en la bañera, te permito ahorrarte la propina —desviando todavía la mirada, dejó la bandeja sobre el lavabo y cerró la puerta del baño para impedir que continuara perdiéndose aquel vaporoso calor más ardiente, todavía que el sexo.

—Primero la cuchara. Y después el cuenco. También me han dado una servilleta de lino para completar esta elegante comida, pero, personalmente, creo que no te quedaría muy bien atada al cuello. Así que te la dejaré al alcance de la mano. Y teniendo en cuenta que estoy yo solo de testigo, déjame anunciarte que no me importará que sorbas la sopa.

Aquel comentario mereció dos carcajadas de Izumi, pero no sonaron como su risa habitual y tampoco duraron mucho tiempo. Sin dejar de representar el papel de caballero virtuoso, Itachi consiguió acercarse a la bañera y servirle la cena sin bajar una sola vez la mirada del cuello de Izumi.

Y en cuanto Izumi atacó la sopa, utilizó la taza del inodoro para sentarse. El calor le proporcionó una excusa para quitarse los zapatos y los calcetines, aunque la verdad era que solo quería parecer ocupado. Pero por el rabillo del ojo, estaba completamente pendiente de Izumi.

El pelo de la escritora se había convertido en un halo con la humedad. Por su frente y su nuca descendían mechones rizados y empapados de agua. Ella, pudorosamente, se había cubierto con una toalla, escondiendo la redondez de sus senos, pero, afortunadamente, las toallas de los hoteles tendían a ser pequeñas por naturaleza.

La piel de Izumi era más blanca que la nieve virgen e Itachi podía ver gran parte de ella. Y cada vez que distinguía en ella el pinchazo que aquel desgraciado le había hecho en el cuello se le encogían las entrañas. Izumi tenía además dos moratones en el muslo y dos más en la frente. El canalla de Yasha se había empleado a fondo. Podía haber sido peor, se repetía Itachi constantemente. Pero la verdad era que ya era peor.

Orgullo y seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora