Epílogo

251 11 6
                                    

Tsunade rara vez se ponía nerviosa. Había pasado por demasiados trances en la vida para que algo realmente la afectara. Había sobrevivido a un accidente de avión, a intentos de asesinato, a sabotajes... Y todo lo había soportado. Sabía que era una mujer fuerte.

Pero una boda en su propia casa era algo diferente...

Permanecía en el balcón, retorciéndose inquieta las manos y mirando el jardín. La mansión que era su hogar se encontraba a las afueras de Minneapolis y tenía muy poco que ver con el orfanato en el que había crecido. Y al parecer, no había manera de que las cosas fueran suficientemente perfectas... por lo menos aquel día.

Estudió el jardín, buscando algún detalle que se le hubiera pasado por alto. Las camelias se alineaban a lo largo de la alfombra blanca preparada para la novia. La brisa de verano acariciaba el lago, levantando algunas olas y transportando en el aire el perfume de las flores. Los invitados estaban empezando a llegar y el murmullo de sus risas se oía incluso desde el balcón.

Tsunade percibía la felicidad en sus voces. Aun así, escrutó sus rostros, buscando también en ellos esa felicidad. Minato y Kushina, Neji y Ten Ten, Obito y Rin, Sakura y Sasuke... Por un momento, pensó que Mebuki y Kizashi no habían llegado, pero no tardó en reconocer a la pareja, con las manos unidas y regresando de un paseo por la orilla del lago. Yahiko y Konan, Asuma y Kurenai, Temari y Shikamaru, Sai e Ino... para un desconocido, seguramente, todos esos nombres y rostros no significarían nada, pero no para Tsunade. Para ella, cada uno de esos rostros era algo único y preciado.

Representaba otra generación de la familia Haruno, los hijos de sus hijos, y todas las esperanzas y promesas de futuro. Había habido muchas bodas durante los últimos dos años... pero ninguna tan crítica como aquella, por lo menos para ella.

Izumi era la más pequeña de sus hijos y la última en casarse. Y Tsunade siempre había temido que no pudiera encontrar la felicidad.

Por eso había hecho todo lo posible para que ese día fuera perfecto. Les había ordenado a los dioses del tiempo un día soleado. Y habían obedecido. Se había encargado de organizar el banquete, las flores y la decoración de las mesas. Y había ayudado a vestirse a su hija.

Pero cuando le estaba poniendo el velo de encaje belga, las lágrimas habían inundado sus ojos y había decidido concederse unos minutos de soledad.

Oyó el sonido de una puerta que se abría tras ella. Sin necesidad de volverse, supo que era Kakashi. En cuanto sintió deslizarse su brazo alrededor de su cintura, la invadió la calma. Cerró los ojos y se inclinó contra él. Había pasado mucho tiempo, años, desde la última vez que había podido disfrutar de la libertad de apoyarse en alguien.

Pronto le comunicaría a la familia sus propios planes de boda con Kakashi. Acarició su mejilla con un cariñoso beso. Tenía setenta y un años y sus días de salvaje pasión podrían haber terminado, pero Tsunade sospechaba que, a su manera, iban a disfrutar de una memorable noche de bodas.

—¿Estás nerviosa, Tsunade? —Kakashi siempre era capaz de intuir su estado de humor.

—Nerviosa exactamente no. Pero estoy un poco exasperada con el novio. ¡Ese Itachi! Tengo todo el derecho del mundo a hacerle un regalo de boda a mi hija pequeña.

—¿Entonces Itachi ha renunciado al cheque?

—Le ofrecí que utilizara uno de los yates, un avión, pero no ha querido aceptar nada. Y tampoco ha querido decirme dónde van a pasar la luna de miel. Me ha dado un abrazo, me ha dado las gracias y me ha dicho que puede cuidar de mi hija sin mi ayuda.

Kakashi se echó a reír.

—A mí me parece que un hombre tan orgulloso y cabezota es la pareja perfecta para Izumi.

—Sí, supongo que es cierto, ¿pero crees que tendrá el detalle de dejarme intervenir aunque solo sea un poco en su vida?

—Ya tendrás oportunidad de vengarte. Siempre podrás mimar a tus nietos, Tsunade. Y algo me dice que ya viene un nieto en camino.

—¿Tú crees? —Tsunade, inmediatamente aplacada, bajó la mirada hacia el novio.

Itachi acababa de aparecer y estaba ocupando su sitio, en espera de la novia. A diferencia de cualquier otro novio, Itachi no estaba en absoluto nervioso y parecía más contento que un pirata que acabara de robar un tesoro.

A Tsunade le produjo un gran placer recordar la última vez que lo había visto en su despacho.

Estaba tan alterado como un tigre enjaulado y Tsunade había sabido entonces que era el hombre ideal para su hija pequeña.

Y casi podía perdonarle que fuera tan cabezota.

Kakashi le acarició la mejilla.

—¿Has guardado el secreto?

—Sí. Ha sido muy difícil. No quería que nada distrajera la atención de la boda de Izumi, pero tengo que reconocer que he tenido que emplear toda mi fuerza de voluntad para no revelar esa noticia tan maravillosa.

Toda la familia estaba al corriente de que habían encontrado el secreto de la fórmula de la juventud, pero solo Kakashi y ella sabían que había pasado todos los controles sanitarios con éxito y estaba lista para ser lanzada al mercado.

Tsunade acarició el brazalete que llevaba en la muñeca. Ya solo le quedaban unos cuantos dijes, pero sabía que vería a sus nietas llevando sus propios dijes. Ya eran un símbolo para la familia.

Tsunade le había prestado el brazalete a Izumi y sabía que su hija había descubierto la fuerza de aquel talismán. El brazalete siempre había sido un símbolo de la familia, un recuerdo del amor y la lealtad que los Haruno necesitaban compartir.

Pero Tsunade había recuperado aquel recuerdo aquella mañana y le había regalado a Izumi su propio brazalete. Izumi ya no necesitaba más recuerdos, más símbolos. Iba a comenzar a formar su propia dinastía.

Kakashi le tocó suavemente el brazo.

—¿Estás preparada para bajar a despedir a tu hija, cariño?

—Más que preparada —alzó la barbilla y le tomó la mano—. No estaría bien que tuvieran que esperar a la madre de la novia.

Por un breve instante, Tsunade pensó en la época en la que en su vida no había nada que pareciera más importante que amasar fortuna y poder. Pero, con el tiempo, Tsunade había aprendido a definir la palabra fortuna de una forma muy diferente. Sus hijos habían encontrado la felicidad. Su familia estaba unida.

Y esa era la única fortuna que realmente importaba.

Orgullo y seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora