Capítulo 1

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Toda la escena le resultaba ofensiva a Izumi Haruno.

Era una oscura noche de tormenta... ¿podía haber algo más trillado? Los rayos rasgaban el cielo, iluminando una enorme y ostentosa mansión que parecía salida del decorado de una película de serie B.Y. lo peor era que estaba a punto de entrar en ella.

Izumi escribía novelas de misterio. Había arrojado a sus heroínas a las situaciones más peligrosas que su tortuosa mente había sido capaz de concebir... y ella tenía una imaginación considerable. Pero habría tirado su procesador de textos a la basura antes de obligar a ninguna de sus protagonistas a penetrar en un escenario tan tópico como aquel.

La lluvia corría por su pelo, chorreaba por su cuello y empapaba sus pestañas. Izumi temblaba, enfundada en unos pantalones cubiertos de barro.

Normalmente, marzo era un mes frío en Minnesota, pero aquel día había sido extrañamente cálido, casi primaveral. Antes de salir de casa, Izumi había oído que pronosticaban tormenta, pero su chubasquero era de color amarillo chillón, un atuendo de lo menos indicado para una ladrona, de modo que había decidido ponerse un jersey negro y unos pantalones del mismo color. Y ambos se aferraban a su cuerpo como si estuvieran hechos de pegamento.

Seguramente Izumi había estado en situaciones mucho más lastimosas. Pero no recordaba cuándo. Su larga experiencia en el mundo del crimen, que incluía el aprendizaje de un amplio espectro de técnicas de robo, la había adquirido en la agradable seguridad de su estudio, delante de un teclado y de todos sus libros de consulta. Pero la realidad estaba demostrando ser ligeramente más difícil que la teoría.

Ella pensaba que lo tenía todo perfectamente planeado. La larga verja de hierro que protegía la propiedad estaba cerrada, pero había conseguido saltarla. Eso no había supuesto un gran esfuerzo. Justo después de la muerte de Tayuya, la casa se había convertido en un hormiguero de policías y detectives. Pero en ese momento había muy pocas probabilidades de que alguien la descubriera. La casa estaba silenciosa como una tumba, y completamente desierta.

Izumi llevaba una mochila llena de herramientas. La mansión tenía cinco entradas exteriores. La escritora probó una llave maestra comprada por catálogo en todas ellas allí empezaron a fallar las cosas. La llave no abría ninguna de las cerraduras. Izumi también se había llevado una palanca, porque prácticamente todas sus heroínas le habían descubierto en sus novelas alguna utilidad. Rodeó la casa comprobando el estado de las ventanas del primero piso.

Todas estaban cerradas a cal y canto, de modo que la palanca solo sirvió para desportillar la pintura de las ventanas.

Llevaba otra media docena de herramientas en la mochila, pero hasta entonces ninguna le había servido de nada. Y la mochila pesaba una tonelada. El cielo estaba cada vez más negro y un trueno retumbó a tan corta distancia que la tierra tembló. O quizá fuera ella la que estaba temblando. Una mujer cuerda, se dijo, renunciaría.

Desgraciadamente, Izumi nunca había sido capaz de renunciar a algo que le importara.

Algunos decían que era cabezota hasta la imprudencia. Pero Izumi prefería pensar que se parecía a su madre, Tsunade, que siempre había tenido el valor y la voluntad necesarios para hacer lo que tenía que hacer.

Y aquello era algo que Izumi tenía que hacer. Por supuesto, había otras personas intentando librar a su hermano de la acusación de asesinato de Tayuya. Pero no habían conseguido nada hasta entonces. Y no había nadie, aparte de la familia, que creyera realmente en la inocencia de Obito.

Izumi apretó los labios con resolución y volvió a rodear la casa. Tenía que haber alguna forma de entrar. Y ella iba a encontrarla.

Una fuerte ráfaga de viento sacudió su pelo. Cuando levantó la mano para apartarlo de su rostro, advirtió los reflejos dorados que lanzaba el brazalete que llevaba en la muñeca. Aquel brazalete era de su madre, no de ella, y desencadenó en la mente de Izumi docenas de recuerdos traumáticos y turbulentos.

Orgullo y seducciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora