Capítulo 4: Chismesito sobre Leduard

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Agosto.
El verano está a punto de acabar. Un gran pinar, Villa Lima, un camino que atraviesa unos bosques llenos de hojas, de agujas de pinos y de cigarras. Y, además, el calor de ese "indio" que se prolonga durante todo el día. Un eco a lo lejos, el rumor de las olas del mar.

-Esto..., esto es peligroso, ¿verdad?

Avanzamos un grupo de cinco. Éramos Cristina, yo, Ray, Leduard e Isabel, ala que siempre hemos llamado Isafea, entre otras cosas porque lo es.

Estamos en medio de la senda del pinar, tenemos que caminar medio escondidos porque está prohibida traspasar la gran verja de la villa. Y, en cambió, nosotros lo hemos hecho, hemos decidido recorrer el riesgo y aventurarnos. Vamos a ver el castillo de Villa Lima.

-Pero es peligroso..

-¡Qué peligroso ni qué ocho cmcuartos! Lo único que puede pasar es que el vigilante nos ponga una multa si nos pilla.

-Sí, pero... ¡Está lleno de víboras!

-¡Qué va! ¡Las víboras no salen de noche!

-¿Cómo que no? ¡Salen al atardecer porque tienen hambre!

-Que no, óyeme. Te digo yo que no.

Cristina está obsesionada. Se cree que lo sabe todo. No la soporto cuando se comporta así. Pero su madre hace una torta de ensueño y a la hora de comer nos la trae a la playa, de manera que nos conviene tenerla de nuestra parte. Leduard guía el grupo, es el más valiente explorador que conozco. Ray, que, desde siempre o, al menos, desde que lo conozco, es amigo suyo, parece tener miedo de nosotros, quizá porque es el más pequeño.

-Trac

Leduard separa los brazos y todos nos paramos en seco. Hemos oído un ruido sordo a la derecha de aquel arbusto.

-Quietos, podría ser un animal. Por el sonido, grande es.

-Puede que sea un erizo -apunta Cristina.

Pero acto seguido oímos unas carcajadas. Nos volvemos todos. Isafea está al final de la fila y se ríe como una loca, es más, se deja llevar por la hilaridad, se ríe a mandíbula batiente. Debe de haber tirado algo que ha causado mucho ruido. Ray entorna los ojos.

-Eres .... ¡Eres una estúpida! -Leduard le dice encogiendo sus hombros.

-Haz el favor de hablar como es debido... -corrigiendo la frase de Led, digo-. Es una imbécil, una gilipollas, tía, nos ha dado un susto de muerte.

Cristina cabecea y automáticamente empezamos nuevamente al debate.

-Bueno Hany, ha sido lista, ha tirado la piña justo al arbusto con las bolitas rojas.

-Cristina, por favor mijita. ¿Qué quieres decir?

-¿No lo sabéis? ¡Las víboras precisamente comen esos frutos!

No sé que llegará a ser Cris en la vida. ¡Pero sí no se dedica a la Botánica o al estudio del mundo animal, cometerá un gran error! ¡Cómo el que hemos cometido nosotros dejando que nos acompañarse! Sin embargo, no consigo reírme de mi ocurrencia porque justo en ese momento...

-¡Eh vosotros! ¿Adónde se supone que vaís?

Un vozarrón interrumpe de repente nuestros sustos, carcajadas y peleas. Lo divido a lo lejos, avanzando amenazador entre los árboles. A sus espaldas, a un lado del camino, está su viejo Seiscientos gris con una de las puertas delanteras abiertas. No cabe ninguna duda.

-¡Es el vigilante! ¡Huyamos!

Y echamos a correr a toda velocidad entre las plantas, entre los árboles. Leduard me coge de la mano y tira de mí.

-¡Vamos, venga, corre lo más de prisa que puedas! Vayamos por aquí, que están las cuevas.

-¡Tengo miedo!

-¿Miedo de qué? ¡No debes tener miedo, yo estoy aquí, contigo!

De manera que echamos a correr entre el bosqur, en medio de los arbustos, cada vez a más velocidad en línea recta.

Ray y Cristina, en cambio, de han desviado a la izquierda, mientras que Isa corre más despacio, casi se tambalea detrás de nosotros. Esa chica no tiene remedio, es un alfeñique.

-Venga, de prisa, vamos.

Leduard me arrastra al interior de una de las cuevas. Tiene una altura de, al menos, diez metros y de repente se tornan frías y oscuras, tan oscuras que tras dar dos pasos no vemos nada. Es un buen escondite, y nos apretujamos contra la pared. El silencio es absoluto y se percibe un extraño olor a verde, como si todo estuviese húmedo. Después de vislumbramos al vigilante que pasa a lo lejos, a través de los tablones de madera que hacen las veces de puerta de la cueva, de esas que apenas rozas se te clava una astilla y te hace un daño horrible.

Se divisa un poco de luz y el verde del bosque con los reflejos del sol en las hojas grandes. Pero en la cueva hace frío y, cuando respiramos, se forman unas pequeñas nubecitas delante de nuestras botas, como si estuviésemos fumando.

-Oye Led, pero...

-Chssssssss.... - susurra mientras me tapa la boca con una mano. Justo a tiempo, porque el vigilante se asoma entre los tablones de la entrada y escruta a derecha e izquierda mientras nosotros nos aplastamos aún más contra la pared. No ve nada, de manera que retira la cabeza y se aleja, pasados unos segundos. Les me quita la mano de la boca.

-Uf, suerte -exhalo el aire que había contenido hasta ese momento.

-Menos mal. ¿Has sentido miedo?

-No, contigo no.

Le sonrío; y veo sus ojos en la penumbra, se iluminan apenas y son grandes y profundos, y preciosos, y no consigo dilucidar si me está mirando o no, pero sonríe. Veo sus dientes blancos en la oscuridad de la cueva; y la verdad es que un poco de miedo sí que he sentido. Un poco. Sea como sea, no quiero decírselo.

-Venga, sí que has tenido un poco de miedo Hanylú, si nos hubieran descubierto.

-¡Bueno...!

Pero no me da tiempo a proseguir porque sr acerca a mí, y me besa. ¡Sí, me besa! Siento sus labios sobre los míos y permanezca un instante con la boca quieta sin saber muy bien qué hacer. Pero siento que él hace presión.

Su boca es blanda, y que extraño, la va abriendo lentamente mientras yo también lo hago. ¡Y lo primero que pienso es que, por suerte, no llevo hierritos! Lo llevé hasta el invierno pasado, ahora mis dientecillos están bien alineados. Pero, en caso de que lo hubiese llevado. Leduard se habría dado cuenta, es un chico atento y detallista. Sí, me gusta mucho porque es atento, es decir, piensa en tí, en sí tienes miedo, en sí te apetece, si te gusta ir al castillo, en fin que le interesa tu opinión. De esos pocos que regalan flores.

Pero, ¿qué ocurre? Siento algo raro en la boca. Estamos en la oscuridad de la cueva, tan cerca el uno del otro que ni siquiera sé si me están mirando o no. Abro lentamente un ojo, echo un vistazo pero no se ve nada, de manera que vuelvo a cerrarlo. ¡Es su lengua! ¡Socorro! Sin embargo, no me molesta, menos mal. Qué bonito. Siempre me he imaginado este momento; quizá demasiado; en serio, porque al final los demás te cuentan tantas cosas que acabas preocupándose más de lo que harías por tí sola.

Así que por fin me abandono y lo abrazo mientras seguimos besándonos. Sus labios son suaves y de vez en cuando nuestros dientes chocan, nos echamos a reír y volvemos a empezar, ligeros, sonreído en la penumbra y él me besa mucho y tengo el contorno de la boca mojado. Pero no me molesta, de verdad, no me molesta.

Hanelyn ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora