⇝ Capítulo 32 [p. I]

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•──•──•──•✦•──•──•──•LA DECISIÓN

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LA DECISIÓN.
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        Al ver como se la llevaban, entendió que los sentimientos que trataba de acallar eran los que debía escuchar. Una vez en el instituto Alec soltó la mano de Lydia y sin dar explicación alguna se fue a vagar por los pasillos.

Necesitaba pensar. Tenía que entender como se sentía y definir que quería y que no. Por primera vez fue consciente de que nunca se había dado el tiempo ni para escucharse ni para conocerse. Había interiorizado tanto su papel que una parte de él siempre lo había visto innecesario dar ese paso... ¿Acaso la «sombra de Jace» tenía personalidad? Su sombra, no. Pero Alec empezaba a recordar que él sí tenía una. La cual había ido enterrando en capas de perfección hasta no verla.

      Todos parecían conocer lo que era mejor para él. Todos, menos él.

      Mientras deambulaba llegó a la sala de entrenamiento donde tanteó el saco de boxeo hasta dar el primer golpe en él.

      «¿Cuándo fue la última vez que decidí algo solo?» se preguntó mientras repasaba todas las decisiones que lo habían abordado desde que tenía uso de razón hasta el presente. Con impotencia de dio cuenta de que la respuesta era clara: ni una sola vez.

       La posibilidad de decidir por sí mismo fue introducida en su vida con la aparición de Atenea. Su actitud y la atención que le había dedicado le ayudó a empezar a darse valor a sí mismo. Dio otro golpe al saco de boxeo. No pudo evitar reflexionar sobre ello y pensar: «Cuando alguien te empieza a decir lo que más le gusta de ti, empiezas a darte cuenta de quién eres y lo que vales».

Dio otro golpe, esta vez, porque en el fondo lo sabía. Sabía que no era ni la sombra de Jace ni de nadie. Pero tanto su madre como los miembros más prestigiosos de La Clave sí lo pensaban y sí se lo habían hecho saber en numerosas ocasiones.

Antes en su búsqueda de ser el hijo perfecto, y por lo tanto, estar conforme con cualquier opinión que La Clave emitiese, solo oía esas voces, que en vez de potenciarlo, lo hundían. Pero ahora era diferente, Podía oír la voz de Izzy –diciéndole que él también tenía valor como persona– y la de Atenea –expresando su interés en él–. Dio un par de golpes más al saco de boxeo y apoyó su cabeza en él.

—¿Alec? —la voz de su prometida lo sacó de sus pensamientos—. ¿Va todo bien, cielo?

—No —ni siquiera se movió, estaba dando un gran paso: decir lo que pensaba y aún no se veía capaz de confrontarla.

—¿Cómo? ¿Qué pasa? —tras unos segundos de silencio, prosiguió—: Es por ella, ¿verdad?

Aquella pregunta descoló tanto a Alec que lo sacó de sus pensamientos e hizo que se girase para ver a Lydia con confusión.

La flecha que nos unió » Alec Lightwood | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora