Capítulo uno. | Por un examen.

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Lo vi por primera vez un lunes.

Sí, lo recuerdo perfectamente.

Era un día espantoso, referente al clima y a mí. Estaba lloviendo a cántaros. Todo el cielo era de un gris adormecedor, anunciando la posible tormenta que se aproximaba. Traía un enorme abrigo que apenas y lograba medio calentarme. Unas botas altas y acolchonadas, perfectas para el frío que hacia.

La brisa era tan fuerte y agresiva, que cada vez que una ráfaga llegaba a mí, se me enfriaban los huesos.

Por mi parte, traía un dolor de cabeza de mil demonios. Solo rogaba que haber estudiado de tres de la mañana a las cinco (sacrificando seis de catorce horas que debía dormir —¿Qué puedo decir? Amo dormir—) sirva de algo por el examen de hoy.

Porque sí, de diez a dos cincuenta de la madrugada festeje con Alice, por la maravillosa noticia de poder estar con su crush esta noche.

Que viva la amistad.

Y este día, o está semana concretamente, era de estrés puro. Exámenes finales, un lío tremendo. Hoy tenía tres exámenes, cada uno peor que el siguiente. Y las clases seguían. El examen duraba poco menos de media hora, y los treinta minutos restantes solían ser para la clase, y claramente tarea. Mucha tarea.

Cursaba mi segundo año de preparatoria, uno más y a la universidad. Seguía sin poder creérmelo del todo.

Sumida en mis pensamientos, maldiciendo la terrible semana que se aproximaba, no me di cuenta que el bus se detuvo, sino hasta que choque abruptamente con alguien, haciendo que de mi nariz comenzará a salir sangre.

—¡Oh por Dios! —Parpadeé varias veces para observar al individuo frente a mí. Al inicio solo observe puntos negros, pero mi vista se aclaró conforme los segundos transcurrían. —¡Lo lamento mucho! Yo... —Pero me callé de golpe al observar la persona delante de mí.

Él era... Perturbador. Sí, esa es la palabra perfecta para describirlo. Poseía un cabello seco y oscuro, largo y poco cuidado. También tenía unos ojos cafés simples, pero intimidantes. Sus labios eran demasiados gruesos y... Claros. O lo que quedaba de ellos.

Una enorme cicatriz cruzaba su cara, desde su ceja derecha, terminando en su mandíbula, por el centro. Cruzaba parte de su ojo derecho, nariz y labios.

Era terrorífica.

El hombre frente a mí, me examinó de la misma manera en la que yo lo hice; de arriba abajo. Cuando finalizó su recorrido y poso sus escalofriantes ojos en los míos, sonrió ligeramente, y sorprendiéndome más de lo que debería, se pego a mí.

Inevitablemente, contuve el aliento. El desconocido (posible asesino) estaba a escasos centímetros de mí. Yo veía hacia enfrente, esperando con ansias que las personas avanzarán, y el veía hacia atrás. Parecía perfectamente que solo estaba pasando a un lado mío. Pero yo sabía que no era así.

Cuando la chica frente a mí avanzó, lo sentí. Sus largos y fríos dedos rozaron con mi mano. Trague saliva. El roce duró solo unos segundos, porque entonces el hombre tomo firmemente mi muñeca y con una voz para cagarse de miedo, susurro en mi oído:

—Tenga cuidado, señorita.

Y me soltó, justo en el momento en que las puertas del bus estaban a nada de cerrarse.

Las dudas atacaron mi mente. ¿Cuidado? ¿De quién? ¿De qué? Acaso él desconocido... ¿Me conocía?

Muchas preguntas y pocas respuestas. Tuve que convencerme a mí misma que solo me había hecho una broma. Pero la forma en la que lo dijo... No, no era una simple broma. Había algo más, pero, ¿El qué?

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