Capítulo siete | Derek.

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Dos días después.

—¡Venga, Leyna! ¡Apresúrate, que no tenemos todo el día!

—Que ya voy. —Refunfuñe, de mala gana. Era viernes por la mañana. O por la jodida madrugada. Son las seis de la mañana, y vamos rumbo al pueblo del hijo de Nana Rose. Lo que no entiendo es por qué me tuvieron que despertar a las cinco de la mañana. El pueblo está a cuarenta minutos, llegaríamos casi a la siete. A esa hora ni quien esté despierto.

—¡Leyna! ¡Vamos!

—¡No puedo bajar la maleta! —Gruñí, dando una patada en el suelo. Un gesto muy infantil, he de decir. La maleta estaba pesadísima. Solo iríamos tres días, pero yo empaque como para un mes. Eso sí, solo llevaba tres mudas de ropa, una pijama, ropa interior, cosas personales y diez libros. No me juzguen, soy muy indecisa a la hora de escoger que libro leer.

—¡Leyna, carajo! ¡Vamos a perder el vuelo!

Eché una mirada incrédula a la puerta. ¿En serio? Con suerte habíamos podido coger un autobús que transitara a las seis de la mañana. Porque, repito, ¿Quién jodidas se levanta a las seis de la mañana un viernes? Yo no.

Volví a intentar levantar la maleta, pero de nuevo fallé. Esta cayó desplomada en el suelo, causando un sonido ensordecedor. Pronto, la puerta fue abierta estruendosamente. Me preparé para una buena regañiza de parte de Nana. Sin embargo, no fue ella quien se adentró a la habitación, sino Simón Collins, con una sonrisa de "Soy un rompe corazones y me vale madre lo que piensen de mí"

Cabrón.

—¿Qué mierda haces aquí? —Fruncí el ceño, enfadada, mientras intentaba levantar la maleta del suelo. ¿Cabe decir que no funcionó? Porque fue así.

—Rose me ha pedido venir, para ayudarte con las cosas. —Pequeño dato: Los Collins y los Becher son vecinos. Que emoción (nótese el sarcasmo). Se acercó hasta mí, en un intento de agarrar la maleta y ayudarme. Pero mi día había comenzado con el pie izquierdo, por lo que simplemente refunfuñe por lo bajo, evitando toda su ayuda posible.

Mi mal humor se debía, principalmente, a la hora en qué me despertaron. Y el hecho de que ayer, (u hoy) me dormí a la una y media de la madrugada. Apenas y medio dormí. Súmenle lo que a mí me gusta hacerlo, bueno... No era una buena combinación.

Luego estaba Eros, el rarito con heterocromía, que, ¡Oh, sorpresa! Resulta que, si era invisible, el canijo. Tenía en mi lista de pendientes muchas cosas. Primero, descubrir como rayos Eros es invisible. En seguida, hallarlo. Me arrepentí de echarlo a los diez minutos de que lo hice, y salí al patio, a gritar su nombre. Ya sé, patético.

Sería una semana ajetreada.

—¡Leyna! ¡Baja de una jodida vez o te quedas! ¡Vamos diez minutos de retraso! ¡El bus está a nada de cancelarme!

Parpadeé un poco para ubicarme. Me encontré a mí misma sola en mi habitación, con Señor Miau viéndome fijamente, esperando que mis dos neuronas reaccionaran.

—¡Voy!

Tomé mi bolso de la cama, y cargué al gatito junto a su maleta con sus cosas, para luego bajar rápidamente las escaleras. Llegué al patio delantero medio jadeando, encontrándome con Nana Rose riendo a un lado de Collins. Sí, esos dos se llevan de maravilla.

—Hola, Nana. —Me acerqué hasta ella y la saludé de un beso en la mejilla. En respuesta, recibí un golpe en la cabeza.

—¡Vamos tarde por tu culpa!

—Auch. —Me queje, sobándome la cabeza. —Entonces ya vámonos.

Eché una rápida ojeada a mi alrededor, y hallé a Simón viéndome fijamente. Quité mi vista de él y la enfoque en cualquier otra parte, intentando hallar las maletas. Al no encontrarlas me abrí paso entre ambos.

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