Epílogo

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Un mes más tarde...

Era un día perfecto para volar.
  Estelas de nubes blancas salpicaban el luminoso cielo azul como si las hubieran pintado con pinceladas largas y delgadas. El viento soplaba a su alrededor rápidamente, alegre e intensa, y las montañas abajo parecían afiladas piedras preciosas verdes bajo la cálida luz del sol.

  —¿No se lo pueden imaginar? —Sol les dijo a sus amigos— ¿no sería perfecto?

  Se pararon en uno de los picos de la Montaña de Jade, con toda Pirria extendida debajo de ellos. Desde acá, en un día como este, Sol podía ver las blanquecinas arenas del desierto al oeste y el verde oscuro de la selva al este. Podía observar el océano azul brillante en el sur y los dientes ásperos de las montañas extendiéndose en una larga línea al norte, hacia el Reino Celeste.

  Abrió las alas y sintió el viento zumbando en torno suyo, levantándola casi de sus garras.

  —Puedo imaginarlo —dijo Tsunami—. Podríamos usar las cuevas como aulas, pero tendríamos que tenerlos afuera tanto como sea posible.

  —Mucho sol —estuvo de acuerdo Gloria—. El sol debe ser obligatorio.

  —Y excursiones —sugirió Cieno, cojeando sobre las rocas hacia ellos—. Para que cada dragonet pueda sentir el barro, la arena, el agua, la nieve y también alimentarse de mangos —le sonrió a Gloria—. Los mangos deben ser obligatorios.

  —Y pergaminos, ¿verdad? —dijo Nocturno—. Muchos, muchos pergaminos. Todos los pergaminos de Pirria. Podríamos tener la biblioteca más grande del mundo aquí —hizo una pausa, e incluso con el vendaje sobre los ojos, pudieron ver su rostro decaer. Sol entrelazó su cola con la de él, sabiendo que se sentía más cómodo cuando sentía el tacto de otro dragón.

  —No te preocupes, Nocturno —dijo Profecía desde su otro lado, empujándolo suavemente—, descubriremos una manera de hacer pergaminos que los dragones ciegos también puedan leer. Y hasta entonces, te leeré cada uno de los pergaminos que encontremos, te lo prometo. No voy a ninguna parte.

  Él sonrió tímidamente en su dirección y Sol sintió otra punzada de culpa.

  Habían hablado de ello, por fin, una vez que estuvieron todos a salvo en la selva tropical. Sol lo había encontrado solo por una vez, tumbado al sol en una de las plataformas de hojas, y se había acurrucado a su lado hasta que él se despertó.

  —Perdón, Nocturno —dijo ella, y él supo de inmediato de lo que estaba hablando.

  —Lo sé —respondió él, alejando la cabeza de ella.

  —Yo sólo... te amo. Pero...

  —Como un hermano.

  Ella dudó y luego dijo en su lugar: —No es como Profecía te ama.

  Él se dobló las alas sobre la cara y tosió, avergonzado.

  —Está bien si la amas de igual manera —dijo Sol—. Deberías. Ella es... ella se preocupa por ti. Y ella es bien graciosa.

  No dijo nada durante mucho tiempo. Finalmente, Sol dijo: -Te traje algo -levantó la cabeza al oír el crujido del pergamino-. ¿Te acordás de Las Leyendas de los Alas Nocturnas (Tales of the Nightwings)? ¿querés que te lo lea?

  —Ja -había dicho, en realidad sonriendo—, sonará un poco diferente ahora que sabemos que nada de eso es verdad. Claro, por favor hazlo.

  «Aquí, ahora, en la cima de la montaña», Sol pensó... bueno, se esperanzó... que todo estubiese bien entre ellos. Sería un gran profesor; no necesitaba su vista para hacer eso. Y su planeo se volvía cada día más seguro.

Alas de Fuego: La Noche más Brillante (Reescribiendo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora