Sol paseaba de un extremo al otro del pabellón, su corazón latía con fuerza. Le dolían los ojos de mirar fijamente la batalla, como si hubiera estado tratando de cambiar el resultado con el poder de sus ojos.
«No mueras tratando de salvarme. Por favor, por favor, no mueras».
Era casi como si la mataran al ver a su madre esquivar llamas, garras y colas mortales. Un Ala Arenosa gigante se estrelló contra el pecho de Púa e intentó empujarla hacia la arena. Ella le cortó el hocico y salió disparada, pero otro soldado atacó por detrás de ella, tratando de apuñalar con su cola venenosa hacia el centro de su columna vertebral.
Sol chilló de miedo y el mensajero que estaba detrás de ella estuvo a punto de caerse de la torre.
—¿Qué? —grañó— ¿qué es? ¿quién está muerto?
En el último momento, Qibli se abalanzó sobre el soldado y lo derribó. Sol no estaba segura de que su madre se hubiera dado cuenta de lo cerca que había estado.
«No es lo suficientemente cuidadosa», pensó Sol con ansiedad, parándose sobre sus patas traseras y batiendo sus alas.
—¿Qué está pasando? —dijo el mensajero lastimeramente, estirándose para ver a su alrededor.
—Es mi madre —Sol contestó—. Ella vino para rescatarme.
El Ala Arenosos arrugó su hocico hacia ella.
—¿Estás segura? eso no suena a ninguna madre que conozca.
—Bueno, eso es simplemente triste —dijo, tratando de escucharlo y ver la batalla al mismo tiempo—. ¿Incluso tu propia madre?
El dragón hizo un ruido que sonaba mitad risa, mitad bufido.
—Mis padres me enviaron al ejército de Brasas para que madure. Dijeron que de esta manera terminaría siendo tan valiente como un verdadero soldado, o si no muerto, y cualquiera de esas cosas sería una mejora.
—¿Cuál es tu nombre? —Sol le preguntó. Abajo, en la batalla, Seis Garras agarró a dos soldados y les chocó sus cabezas entre los dos, luego se dio la vuelta para cortar la garganta de otro con la cola.
El mensajero vaciló.
—¿Debería decirte eso?
—¿Por qué no? mi nombre es Sol.
—Lo sé —dijo—, está bien. Mi nombre es Camello (Camel).
Sol abrió y cerró las alas, rozando las campanas de viento. Camello parecía un dragón nervioso y normal. Alguien con quien pudiera ser amiga en otra vida. Quizás él escucharía sus razones.
—¿Tienes algún dragonet? —ella preguntó.
—Todavía no, pero mi pareja y yo tenemos tres huevos para incubar el próximo mes —dijo con orgullo.
—Así que puedes ser un padre diferente al tuyo —dijo Sol—. Del tipo que se ocupa de sus dragonets. Del tipo que atacaría una fortaleza llena de soldados para protegerlos —agregó esperanzada. No sabía mucho sobre los padres en general, pero sabía lo que haría si tuviera dragonets y alguno de ellos estuviera en peligro.
—Hmm —dijo Camello, luciendo aún más nervioso. Movió la cola y contempló la batalla: la sangre en la arena, los cuerpos desparramados, las garras centelleantes.
«Quizás esta no sea la propuesta correcta para este dragón», pensó.
—Lo que quiero decir —continuó—, es que no puedo quedarme aquí y ver morir a mi madre tratando de salvarme. Por favor, por favor, déjame ir a ayudarla —se inclinó hacia el cielo azul abierto de par en par, imaginando cómo se zambulliría y arrastraría a todos los soldados lejos de Púa.
—Oh —dijo Camello, incómodo—, oh, no, no. No puedo hacer eso. Si Brasas se enterase, podría llevarse mis huevos. Eso no sería una buena crianza, ¿verdad?
Sol suspiró.
—Supongo que no —admitió ella con franqueza—. Pero tal vez pueda detener la pelea, así nadie más tendrá que morir.
Camello miró hacía la batalla, vacilando, y Sol se preguntó si su pareja era uno de los que estaban peleando.
—¿Cómo? —preguntó—. Quiero decir, tú no... —él miró su inofensiva cola y se apartó rápidamente.
«No soy exactamente aterradora. No soy exactamente grande. Ni siquiera un poquito útil».
Él tenía razón. ¿Qué pensaba que podía hacer realmente si se unía?
¿Hay otra forma de detenerlos? ¿Una forma Sol?
Ella miró a los dragones que luchaban, con el cerebro chisporriteando.
Y luego algo se movió bajo la arena.
Sol se inclinó hacía adelante, mirándolo fijamente. No muy lejos de uno de los soldados caídos, un trozo de arena se ondulaba como si algo estuviera enterrado debajo.
Algo o alguien.
Tuvo por un momento la horrible sensación de que el fantasma de la Reina Oasis estaba a punto de salir de la arena para atacar a los dragones.
Pero la cabeza que salió no era la de un Ala Arenosa. Fue seguido por hombros y alas que brillaban de color naranja cobrizo a la brillante luz del sol. El dragón se escabulló el resto del camino para liberarse y comenzó a atravesar la arena hacia las murallas de la fortaleza.
Sol se quedó boquiabierta.
Reconocía esas escamas. Al igual que las suyas, eran de un color único para un solo dragón en Pirria, por lo que todos sabían.
Era Peligro. Tenía que serlo. Peligro, la Ala Celeste que los había ayudado a escapar del palacio de la Reina Escarlata.
Bueno, primero había fingido ayudarlos a escapar, luego los había traicionado, y después casi mató a Cieno, pero al final había hecho lo correcto, aunque a veces era difícil recordarlo. Sin embargo, sin ella, los dragonets y Rapaz podrían haber quedado atrapados en el Palacio de la Reina hasta que la misma descubriera una muerte «emocionante» para cada uno de ellos.
A Sol le dio un vuelco el corazón al pensar en Rapaz y en cómo había muerto bajo las garras de Ampolla en el Reino del Mar. ¿Cómo reaccionaría Peligro ante la noticia de la muerte de su madre?
Pero más importante, ¿qué estaba haciendo ella aquí? ¿y por qué claramente estaba tratando de colarse en el palacio?
Peligro llegó al muro y miró atrás, a la batalla, pero la lucha era demasiado feroz para que alguien la notara. Extendió sus alas y se lanzó sobre el muro, aterrizó limpiamente en el patio real y se lanzó al interior del palacio.
Sol inhaló violentamente cuando un pensamiento terrible la golpeó.
«Seguramente no».
—¿Viste a esa dragona naranja? —le preguntó a Camello—. Tengo que seguirla. Ven conmigo, así no parezco como si me estuviera escapando de ti.
—Um —dijo Camello—. Pero espera, ¿no debería yo...?
Sol no escuchó el final de esa frase; ya estaba en el aire volando hacia el patio real que contenía la extraña torre. Podía ver una corona rojo oscuro que se cernía sobre los tejados.
Sus garras cayeron con un ruido sordo en la fosa de arena y miró a su alrededor hacia la puerta de la torre, pero aún estaba cerrada, y esperaba, bloqueada. No es que una cerradura en una puerta de madera fuera de mucha utilidad para detener a Peligro y sus ardientes garras. Los seis soldados Alas Arenosas dispuestos afuera tampoco podrían detenerla. Miraron con curiosidad a Sol, pero mantuvieron sus posiciones.
Camello revoloteó detrás de ella y aterrizó en el muro, tan lejos de la torre como pudo sin perder de vista a Sol.
Esperó un momento, tratando de calmar los latidos de su corazón.
«Puede ser que esté equivocada. Quizás Peligro no esté aquí para rescatar a Escarlata. Quiero decir, ¿por qué ella lo haría?».
Pero entonces escuchó el ruido de las garras sobre piedra y Peligro entró corriendo en el patio.
La Ala Celeste patinó hasta detenerse cuando vio a Sol. Sus ojos azul fuego se abrieron de par en par a través de las volutas de humo que se elevaban de sus escamas.
—Hola, Peligro —dijo Sol, esperando sonar más amigable que aterrorizada.
Peligro se movió, nerviosa.
—Ella dijo que no permitiera que ustedes me pararan —Peligro miró alrededor del patio, mirando hacia las sombras con una expresión esperanzada—. Él, um... Digo, ¿están todos aquí?
—No, perdón —dijo Sol—. Sabía a quién estaba realmente buscando Peligro— Cieno no está aquí, pero se preocupa por ti.
—¿Dijo eso? —preguntó Peligro—. Ella tocó sus garras delanteras juntas, de la misma manera que lo había hecho después de que Cieno tomara sus garras con las suyas. «Cuando se despidieron», recordó Sol—. ¿Que se preocupa por mí? ¿Qué dijo exactamente?
—Um —dijo Sol, tratando de recordar la última vez que Cieno había mencionado a Peligro. Habían estado últimamente un poco ocupados, escapando de Alas Marinas, invadiendo la isla de los Alas Nocturnas y huyendo de volcanes. Pero había dicho algo sobre ella una noche en el Bosque Lluvioso, después de que Nocturno desapareciera. Cieno y Sol se habían acurrucado juntos cerca de Kinkajú, la pequeña dragonet Ala Lluviosa que había resultado herida en el concurso donde Gloria se convirtió en reina. Estaba dormida y fue el turno de Sol de mirarla; Cieno le hacía compañía.
—Dijo: «Me pregunto dónde está Peligro ahora mismo» —dijo Sol—. «Espero que esté bien. Está esa nueva reina en el Reino Celeste...», y yo dije «Rubí», y él dijo: «Correcto, ella. Espero que se esté ocupando de Peligro y no la obligue a luchar más.
Peligro esperó un momento y luego dijo:
—¿Eso es todo?
—Bueno, entonces su estómago comenzó a gruñir y tuvo que ir a buscar algo para comer —dijo Sol—. Pero quiere verte de nuevo. Estoy segura de ello.
—Apuesto a que han tenido todo tipo de aventuras juntos —dijo Peligro con un poco de amargura.
—Ha sido realmente aterrador —dijo Sol—. Parece que todos los dragones que conocemos quieren matarnos o encerrarnos —miró a su alrededor hacia la torre y suspiró—. Caso exacto.
Peligro miró sus garras. La luz del sol brillaba sobre las venas doradas de sus alas.
—¿Tú que tal? —Sol preguntó—. Um, ¿has...? —no sabía cómo terminar esa frase. ¿Has dejado de matar dragones? ¿Has encontrado una forma segura de vivir con otras personas? ¿Por casualidad has venido aquí para rescatar a un dragón que realmente quiere matarme?
—La respuesta es que no lo hace —dijo Peligro con aspereza—. Rubí. No me está cuidando. Ella me ordenó salir del Reino Celeste tan pronto como se hizo cargo. Dijo que si alguna vez volvía a poner mis garras en el Palacio del Cielo, encontraría una manera de matarme, y será mejor que lo crea. Dijo que era una amenaza e impredecible y que no me quería cerca de sus súbditos —se le quebró la voz y tosió, agachándose bajo un ala.
—Oh, lo lamento mucho, Peligro —dijo Sol.
—No sientas pena por mí —Peligro levantó la cabeza y frunció el ceño—. Soy peligrosa. Ese es, como, todo el punto de mí.
—Eso no es cierto —dijo Sol—. Puedes ser lo que quieras ser. Quiero decir, podría decir, bueno, no tengo púas en la cola, supongo que soy inofensiva e inútil y debería sentarme en la esquina cubriéndome la cabeza cada vez que hay una pelea. Pero no quiero ser un inútil y no voy a hacer eso, no si los dragones que me importan están en riesgo —miró al cielo, preguntándose ansiosamente cómo iba la batalla y si Púa seguía bien—. Um, hablando de eso... realmente me vendría bien tu ayuda ahora mismo.
Peligro se estremeció y sus escamas de cobre centellearon.
—No puedo ayudarte. Tengo que sacar a Escarlata mientras todos están distraídos con esa batalla afuera.
Sol sintió un escalofrío de miedo recorrer sus escamas. Había esperado que tal vez no fuera por eso que Peligro estaba ahí.
—¿Pero por qué? —se lamentó.
—He estado esperando días por una oportunidad como esta, en la que podría sacarla sin pelear con nadie —dijo Peligro—. Entonces podes decirle a Cieno que estoy tratando muy duro de no matar a nadie —vaciló, mirando a los guardias detrás de Sol, entre ella y la torre—. Lo estoy intentando —dijo de nuevo.
—No, quiero decir, ¿por qué la ayudarías?—Sol preguntó—. ¿Después de todo lo que te hizo?
La brisa se convirtió en un viento silencioso, esparciendo granos de arena sobre las garras de Sol, llevándole el olor pesado y escamoso del miedo de los Alas Arenosas detrás de ella. No se habían movido de sus lugares, pero estaban tensos y listos con sus armas. Sol supuso que al menos algunos de ellos sabían quién era Peligro por las visitas al Reino Celeste con Brasas.
—Sé que Escarlata no es perfecta —Peligro dijo. «Subestimación del año», pensó Sol—. Pero ella no me mató cuando pudo haberlo hecho, cuando cualquier otro lo hubiera hecho, cuando yo era un dragonet. Y ella no me echó. Ella me trató como si fuera especial.
—Ella te mintió —remarcó Sol—. Sobre Rapaz y sobre las rocas negras. Y las rocas dijo que tenías que comerlas para no dejarla nunca. Ella te estaba usando, no cuidándote.
—Ella me cuidó mejor que mi madre —estalló Peligro—. Y por lo que vi de ella, Rapaz tampoco es el dragón más agradable del mundo, ¿verdad? —ella vaciló de nuevo, luego dijo tentativamente:
—¿Has visto a Rapaz? ¿Sabes donde esta ella? Me pregunto... me preguntaba si debería haber ido con ella cuando me lo pidió.
El corazón de Sol se hundió. Ella no quería dar esa noticia. «Pero no puedo mentirle literalmente veinte segundos después de que acusé a Escarlata de muchas mentiras. No sé cómo reaccionará. Pero tengo que decirle la verdad».
—Peligro —dijo en voz baja—, lo siento mucho, pero... Rapaz está muerta.
Peligro la miró fijamente durante un largo momento, sus extraños ojos brillaban azul y negro. Luego, lentamente, como una montaña que se desmorona, se derrumbó sobre las piedras y se cubrió la cara con sus garras.
—No, no, no —dijo—. La envié lejos. Dije que nos encontraríamos de nuevo.
—Lo sé —dijo Sol, deseando poder envolver sus alas alrededor de Peligro de la forma en que Cieno lo había hecho. Pero Cieno era el único dragón que conocía que podía tocar a Peligro sin morir—, lo sé. Oh, Peligro, lo siento mucho. Escucha —dijo desesperada. Su ansiedad por la batalla de afuera hacía que cada escama de sus alas pareciera estar a punto saltar y volar—. Escucha, soy como vos. Pensé que mi madre tampoco me quería. Pero acabo de descubrir que eso no es cierto, al igual que tú, mi madre me quería de la forma en que Rapaz te quería a ti. Excepto que tengo tanto miedo de que muera antes de que la conozca, y por eso necesito tu ayuda, por favor, Peligro. Ella está atacando el palacio ahora mismo tratando de rescatarme, y tú podrías salvarla. Lo siento, sé que es terrible lanzarte todo eso de una vez, pero realmente te necesito.
Peligro presionó sus garras contra la piedra y se sentó. Respiró hondo, exhalando humo en una nube alrededor de sus alas. Finalmente miró a Sol, con una expresión como si estuviera tratando de encontrar una pequeña parte de ella misma en sus ojos.
—Cuéntame más —dijo. Sus piernas temblaban como si no pudieran seguir sosteniéndola, pero escuchó con atención mientras Sol le explicaba sobre Púa y los Forajidos.
—Está bien —dijo por fin, cuando Sol hizo una pausa para respirar—. Detendré la pelea. Pero luego voy a liberar a Escarlata, así que no intentes interponerte en mi camino.
—Pero...
—Ese es el trato —dijo Peligro obstinadamente—. Ya perdí a una madre. Escarlata es lo que queda, así que es lo mejor que puedo hacer.
Sol curvó su cola alrededor de sus garras. Estaba muy preocupada por ese plan, pero no había tiempo para seguir discutiendo. ¿Y qué podía decir? ¿No tener madre sería mejor que tener esa madre? ¿Qué sabía ella realmente de eso?
—Gracias —dijo en su lugar—, confío en ti —agregó. No estaba segura de si realmente lo sabía, pero quería hacerlo—. Sé que puedes hacerlo sin lastimar a nadie.
—Um —dijo Camello con tristeza desde arriba de ellos—. Realmente creo que no debería dejar que esto suceda.
—No puedes detenerla —le dijo Sol mientras el peligro se elevaba hacia el cielo—. Y tu trabajo es vigilarme; eso es todo lo que dijo Rubor. No me voy a ninguna parte, ¿ves? Bueno, excepto volver al pabellón para mirar. Vamos.
Siguió a Peligro hacia arriba y observó las brillantes escamas de cobre destellar hacia la batalla fuera de los muros.
Desde el alto pabellón, Sol pudo ver dos cadáveres más debajo de la batalla, pero después de un momento de infarto, se dio cuenta de que ninguno era Púa o Seis Garras. Ella miró fijamente la batalla hasta que finalmente vio a su madre, luchando garra con garra con un soldado.
Rubor también estaba allí, no lejos de Qibli, gritando órdenes y dando vueltas entre las formaciones. Fue uno de los primeros en detectar Peligro cuando se acercó. Sol pudo adivinarlo porque se había quedado paralizado muy abruptamente, mirando en dirección a la Ala Celeste.
Los soldados que lo rodeaban se volvieron para ver lo que él estaba mirando. Tres de ellos echaron un vistazo a Peligro, gritaron y huyeron al desierto, sus sombras parpadearon rápidamente a través de las dunas hasta que desaparecieron en dirección a la Madriguera del Escorpión. Sol supuso que habían estado en el palacio de Brasas y habían visto lo que podía hacer Peligro.
Nunca había visto lo que Peligro podía hacer, no a otro dragón. Estaba atrapada en su jaula mientras todos sus amigos estaban en la arena del Palacio, así que se había perdido todas las peleas. Pero Cieno se lo había contado: las escamas derritiéndose, las huellas negras de las garras quemando a sus víctimas y el olor a quemado. Sonaba aterrador. Esperaba no estar dispuesta a verlo ahora.
Gradualmente, los Forajidos también dejaron de luchar y retrocedieron hasta que hubo un amplio círculo de dragones alrededor del despejado espacio del cielo, donde planeaba Peligro.
Los agudos oídos de Sol captaron algo de lo que Peligro les estaba diciendo, pero no todo. Algo sobre apoderarse de la fortaleza, algo más sobre rendirse.
Vio que Rubor se adelantaba como si fuera a discutir con Peril. «Oh, por favor no lo hagas», pensó con ansiedad. Era extraño admitirlo, pero en realidad le gustaba. Definitivamente no quería que él muriera o que sus escamas se derritieran.
Pero varios soldados Alas Arenoso lo agarraron y lo empujaron hacia atrás, sacudiendo la cabeza y señalando el humo que se elevaba claramente de las alas de Peligro.
Púa dijo algo y Peligro señaló la fortaleza. Con una especie de reverencia de agradecimiento, Púa pasó volando junto a ella, seguida por todos sus Forajidos.
—¡Hurra! —Sol gritó, batiendo sus alas de emoción—. ¡Corré hacia el patio, Camello!
Saltó de la torre y se elevó hacia las piedras donde había aterrizado por primera vez en la fortaleza.
Púa acababa de sentarse y se estaba girando para dar órdenes a sus dragones cuando Sol se catapultó frente a ella y lanzó sus alas alrededor de su madre.
—¡Por todas las serpientes! —gritó su madre—. ¡Sol! —la levantó de sus garras y la hizo girar—. ¡No importa! —gritó a los Forajidos por encima del hombro de Sol—. ¡La encontré!
Sol se sentía mareada e ingrávida, como una tienda de campaña con las estacas levantadas, suelta en una tormenta de arena.
—Viniste a buscarme —dijo sin aliento.
—Por supuesto que sí, Escarabajo —dijo su madre, dando un paso atrás y mirando a su alrededor—. Seis Garras me lo contó todo. Pasé siete años buscándote; No estaba dispuesta a perderte después de solo diez minutos de conversación —ella sonrió con todos sus dientes—. Además, siempre he querido invadir la fortaleza de Brasas. Supongo que ella no está aquí.
—Por suerte —dijo Sol—. Dudo que se hubiera rendido tan amablemente como lo hizo Rubor.
—Entonces deberíamos hacer el recorrido rápido antes de que ella regrese —dijo Púa alegremente, como si no hubiera estado a escamas de la muerte unos momentos antes—. ¿Qué crees que es? —puso un ala sobre los hombros de Sol y la condujo hacia el obelisco negro que había visto antes.
Sus garras se hundieron en la arena alrededor del monumento, que estaba blanca y limpia como si fuera barrida todos los días. A medida que se acercaban, Sol podía leer las palabras grabadas y pintadas en oro en el costado del pilar:AQUÍ MIENTE
LA REINA OASIS
MADRE DE LA REINA BRASAS
SUS HUESOS AHORA PERTENECEN A LAS ARENAS DEL TIEMPO.
—Caramba —dijo Sol, dándose cuenta de repente de lo que significaba. Ella gateó hacia los lados, fuera de la arena, arrastrando a Púa con ella—. ¡La Reina Oasis está enterrada allí! ¡Justo debajo de nosotras!
—Probablemente donde murió —supuso Púa, mirando hacia las paredes que Brasas había agregado después de que ella asumiera el poder—. Esto habría sido justo afuera del palacio original, donde los carroñeros la atacaron —volvió a mirar la inscripción—. Eso es más poético de lo que hubiera esperado de Brasas. Muy impresionante.
El sonido de batidos de las alas en lo alto hizo que ambas miraran hacia arriba mientras los soldados Alas Arenosas volvían hacia el patio real. Estaban Peligro y Rubor con ellos, que descendieron en espiral para aterrizar junto a Púa.
—Voy a tener tantos problemas —le dijo Rubor a Sol con un suspiro—. Brasas podría matarme esta vez. ¿Perderte a ti y a Escarlata de un solo golpe? Eso es probablemente peor que cualquier cosa que hayan hecho mis hermanos.
—Lo lamento —dijo Sol.
—¿Lo lamentas lo suficiente como para seguir siendo nuestra prisionera? —Rubor preguntó esperanzado.
—¿Quién es este dragón hilarante? —le preguntó Púa.
—Él es Rubor, el hermano de Brasas —dijo Sol—. Rubor, ella es Púa, mi madre. Es la líder de los Forajidos. Y ella es Peligro.
Púa se inclinó a medias de nuevo ante Peligro.
—Nuestro ángel de la suerte —dijo.
Peligro asintió, luciendo un poco incómoda. Sol supuso que no estaba acostumbrada a la gratitud y, ciertamente, nunca antes la habían llamado ángel.
—Quizás debería mudarme a la Madriguera del Escorpión —dijo Rubor con tristeza—. Púa, ¿verdad? Mmm... —él la miró pensativo, como si hubiera oído hablar de ella en algún lugar antes.
—Necesito matar al dragón que me traicionó —anunció Púa—. Su nombre es Adax. Por favor, preséntalo.
—Oh, no, no lo hagas —Sol dijo súbitamente—. Quiero decir, no lo mates, por favor. Él solo... él sólo... tenía sus razones, y mira, estoy bien, ¿no?
Su madre inclinó la cabeza hacia Sol, luciendo sorprendida y preocupada.
—¿No quieres castigarlo? ¿No estás enojada?
«¿Lo estoy?»
Sol echó un vistazo al cuartel de soldados más allá de Rubor. En algún lugar de allí, Adax se había reunido con su familia. Y en algún lugar de allí, probablemente se estaba escondiendo en este momento, sabiendo lo que podría sucederle a continuación.
—Castigarlo no hará nada mejor —dijo Sol—. Probablemente sólo hará que alguien más se enoje y se vuelva vengativo y lleve a cosas más horribles. Realmente estoy bien. Dejémoslo y salgamos de aquí.
Púa rozó el ala de Sol con la de ella y asintió.
—Está bien, si eso es lo que quieres. La misericordia es tuya para concederla. Sin embargo, tengo una pregunta más para este dragón —se volvió hacia Rubor—. Has vivido aquí mucho tiempo. ¿Podrías decirme si tienes un prisionero Ala Nocturna?
Rubor negó con la cabeza.
—No. Me temo que mi hermana no tiene a la mayoría de sus prisioneros. Quiero decir, vivo.
—Sin embargo, tenías un Ala Nocturna —ofreció Sol—. En la colección de Brasas, ¿no? ¿El rellenado que destruyó Escarlata?
—¿Qué? —dijo Púa. Sus alas se quedaron muy quietas—. ¿Qué quieres decir con rellenado?
—Es una especie de pasatiempo para Brasas —dijo Rubor con una expresión de vergüenza—. Si encuentra un dragón que quiere para su colección, por lo general lo matará y lo atiborrará ella misma... Lo sé, suena bastante horrible.
—Es horrible —le dijo Sol sin rodeos—. Es una de las peores cosas que he escuchado en mi vida.
—¿Dónde? —Púa le dijo a Rubor con voz fría—. Muéstrame al Ala Nocturna asesinado. Ahora mismo.
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Alas de Fuego: La Noche más Brillante (Reescribiendo)
RastgeleUna va a tener el poder de las alas de fuego... Sol siempre se tomó la Profecía del Dragonet muy en serio. Si los dragones de Pirria la necesitarán, Cieno, Tsunami, Gloria y a Nocturno, está lista para salvarlos. Ella hasta tiene un par de buenas id...