Capítulo 12

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El Hombre De la Niebla


Harry no estaba satisfecho de la vida. Los brillantes detectives de Burguess habían experimentado un revés que les afectó tanto al bolsillo como a su orgullo personal. Llamados profesionalmente a dilucidar el misterio del robo de un collar de perlas en Adlington Hall, Adlington, los brillantes detectives de Burguess fracasaron en la empresa. Mientras Harry, disfrazado de pastor protestante, seguía la pista de una condesa muy aficionada por cierto a la ruleta y al bacará y Tommo a un sobrino de la casa, el inspector local, sin grandes esfuerzos, había arrestado a uno de sus lacayos, pájaro bien conocido en jefatura y que al instante admitió su culpabilidad.

Harry y Tommo, por lo tanto, hubieron de retirarse mohínos y apenados y se hallaban ahora tomando sendos combinados en el salón de bebidas del Hotel Adlington. Tommy llevaba aún su disfraz de clérigo.
— Veo que esto de representar al padre Brown — dijo éste con lúgubre acento — tiene también sus problemas.
— Naturalmente — respondió Tommo —. Lo que hace falta es saber crearse una atmósfera apropiada desde el principio. Obrar con naturalidad. Los acontecimientos vienen después por sí solos. ¿Comprendes la idea?

— Sí. Bien, creo que es hora ya de que volvamos a la ciudad. ¡Quién sabe si todavía el destino nos deparará alguna sorpresa antes de que lleguemos a la estación!
El contenido del vaso que había acercado a sus labios se derramó súbitamente bajo el impulso de una fuerte palmada que alguien, inopinadamente, le había dado por la espalda, mientras una voz, que hacía perfecto juego con la acción, le saludaba ruidosamente.
— ¡Pero si es Harry! ¡Tommo! ¿Dónde demonios os metéis que, según mis cálculos, hace varios años que no os veo?
— ¡Bulger! — exclamó Tommy con alegría, dejando en la mesa lo que había quedado de su combinado y volviéndose para mirar al intruso, hombre de unos treinta años, corpulento y vestido con ropa de jugar al golf.
— Oye, oye — dijo Bulger (cuyo nombre, diremos de paso, no era Bulger, sino Nick Grisham) —; no sabia que te hubieses ordenado. La verdad, me sorprende verte con esa ropa.

Tommo soltó una carcajada que acabó por desconcertar a Harry. De pronto, ambos se dieron cuenta de la presencia de una cuarta persona.
Era una joven alta, esbelta, de cabello rubio y ojos grandes y azules, llamativamente hermosa, vestida con elegante contraste de raso negro y pieles de armiño, y largos pendientes cuajados de valiosas perlas. Sonreía con esa complacencia que da la seguridad de ser quizá la mujer más admirada de Inglaterra. Tal vez del mundo entero. Y no es que fuese vana, no. Simplemente, lo sabía. Eso era todo.
Harry y Tommo la reconocieron al instante. La habían visto tres veces en El secreto del corazón y otras tantas en su gran éxito Columnas de fuego. No había actriz en Inglaterra que tuviese la habilidad de cautivar al auditorio como Gilda Glen. Estaba considerada como la mujer más hermosa de Inglaterra. También se rumoreaba que su belleza corría parejas con su estupidez.
— Antiguos amigos míos, miss Glen — dijo Nick Grisham con un matiz de disculpa en su voz por haberse, siquiera por un solo instante, olvidado de tan radiante criatura —; Harry y Louis, permítanme que les presente a miss Gilda Glen.


El timbre de orgullo que había en su voz era inconfundible. El mero hecho de ser visto en compañía de la famosa artista debía parecerle un honor, el más grande.
— ¿Es usted verdaderamente sacerdote? — preguntó la joven.
— Pocos, en realidad, somos lo que aparentamos ser — contestó Harry cortésmente —. Mi profesión no difiere grandemente de la sacerdotal. No puedo dar absoluciones, pero sí escuchar una confesión. Yo...
— No le haga caso — interrumpió Nick —. Se está burlando de usted.
— No comprendo entonces por qué razón viste de ese modo. A menos que...
— No — se apresuró a declarar Harry —. No soy ningún fugitivo de la justicia, sino todo lo contrario.
— ¡Oh! — exclamó ella frunciendo el ceño y mirándole con ojos de sorpresa.
«No sé si me habrá entendido», se dijo Harry para sí. Y añadió en voz alta, cambiando de conversación:
— ¿Sabes a qué hora pasa el próximo tren para Londres, Bulger? Tenemos que salir sin pérdida de tiempo. ¿Cuánto hay de aquí a la estación?
— Diez minutos a pie. Pero no tengas prisa. Son las seis menos veinte y el próximo no pasará hasta las seis treinta y cinco. Acabamos de perder uno.
— ¿Por dónde se va a la estación?
— Primero tomas a la izquierda y después... espera, sí, lo mejor es que vayas por la avenida Morgan...
— ¿La avenida Morgan? — interrumpió miss Glen con violencia y mirándole con ojos espantados.
— Ya sé en lo que piensa — dijo Estcourt, riendo —. En el fantasma. La avenida Morgan linda por uno de sus lados con el cementerio y existe la leyenda de que un policía que falleció de muerte violenta sale de su tumba y monta su guardia como de costumbre a lo largo de la avenida Morgan. Será una ridiculez, pero lo cierto es que hay muchas personas que juran haberlo visto.
— ¿Un policía? — preguntó miss Glen estremeciéndose —. Pero, ¿es que hay todavía quien crea en semejante tontería?

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⏰ Última actualización: Jul 14, 2021 ⏰

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