Capítulo 3

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Me dirijo a casa, después de todo no ha sido un día tan malo como pensaba.
Sólo he pasado un momento vergonzoso. Eso ha sido lo malo.

Yo estaba tan tranquila en la excursión, hasta que vi una mariposa. Tengo fobia a las mariposas. Me asusté y miré hacia atrás, buscando a Joy quien se suponía que estaba detrás mío. ¿Pero qué me encontré? Me encontré a un chico. ¿Cómo diablos se llamaba? Ren... ¿Renjae? ¿Renji? ¡Renjun! Eso mismo, un muchacho chino (si no me equivoco) que coincide conmigo en alguna clase. Bueno, pues da la casualidad de que nunca he establecido una conversación con éste, y me giré lo más rápido que pude hacia delante, "ignorando" lo que sucedió segundos antes. ¿Lo peor? Que estaba a punto de abrazarlo, porque pensaba que era Joy.

Soy un desastre con patas, siempre lo he dicho.

—¡Minhee! Voy a salir a comprar, ya vengo. —Dijo mamá antes de salir por la puerta principal.

—Pues nada Minhee, tienes la casa para ti solita —me digo para mi misma.

—Meow, meow, meow, meow —se oye sin parar fuera.

¿Quién está maullando? —me pregunté.

Salí del salón dirigiéndome hacia la puerta que lleva al jardín. Al llegar me encuentro una gran sorpresa peluda y preciosa.

Habían 3 pequeños gatitos junto a la valla, cerca del cerezo. Más bien estaban encima de los girasoles y tulipanes que mamá tanto amaba.

Me acerqué.

—Hola pequeños —hablé en un tono suave y tranquilo para que no se asustaran— ¿qué hacéis aquí? Mamá me va a regañar... Pero no os puedo dejar solos. Os llevaré dentro y os cuidaré hasta que encuentre a alguien que os adopte —anuncié mientras iba dentro de casa a por una manta.

—¡Ya llegué chiquitines! —dije para cogerlos y ponerlos encima de la manta, llevándolos al salón con sumo cuidado.

No tuve otra opción que ir a la cocina y agarrar un biberón de cuando Chirimoya era apenas una gatita pequeña e indefensa. Ay, que recuerdos.
Me encontré a uno de los gatos en el suelo. Era el único macho, gris atigrado. Precioso.

Los otros dos felinos eran diferentes, uno era negro y el otro era de color caramelo. Me daban ganas de abrazarlos, eran una ricura.

Le dí el biberón a cada uno de ellos, y luego me senté en la mecedora, los acurruqué en mi regazo, con una mullida manta debajo. Se durmieron, parecían cansados.

Pasaron unas horas y ya era de noche, me desperté por culpa de los animalitos, supongo que tenían hambre. Al parecer mamá aún no ha llegado. Creo que se fue y volverá el domingo.

Toc, toc, toc.

Tres delicados golpes sonaron, indicando que alguien había llamado a la puerta. Me levanté y puse a los pequeños en la mecedora, en un ratito les daría de comer.

—Ya voy —dije llegando a la puerta.

Mi cara pasó a una sorprendida. Miré quién era de nuevo, encontrándome con la mirada de Sweet Nightmare.

—Buenas noches, preciosa.

—¿Qué se te ofrece? —dije ocultando mi nerviosismo.

—Pues nada, simplemente quise verte, linda.

De pronto me acordé de los gatitos, tienen que estar hambrientos.

—Joder —murmuré.

Sin importarme la estancia de Nightmare, preparé el biberón de nuevo.

—Espera... ¿¡Eres madre?! —exclamó mirando de reojo la pequeña botella de plástico.

—¿Qué? No, no me gustan los niños, que asco — dije asqueada.

Él pasó dentro, así como así, sin preguntar.

—Oh.

—Venga, solo queda un poquito, bebe un poco más —susurré al pequeño felino.

—Tienes gatitos...

—No, los encontré hace unas horas fuera, sin su madre. Estaban solos y no quise que les pase nada.

—Que buena persona —estornudó

—¿Tienes frío? —le pregunté algo preocupada

¿Desde cuando te preocupas por un criminal, Minhee?

—No, estoy bien.

No sé cómo pasó el tiempo, pero estuvimos hasta tarde hablando, se pasó todo muy rápido. Llegaron las once de la noche, y puse la televisión. En ese momento salió el individuo con el que estaba. Un robo. Él robó en un museo. En el museo en el que mi madre se encontraba ahora. Seguro que un compañero le llamó para que fuera, y mamá como cabezota que es, no perdió a oportunidad.

—Tengo una pregunta...

—¿Eh?

—Bueno, verás... La verdad es que sigo sin entender cual es el motivo de tus robos.

—Es algo largo de explicar, y obviamente no te lo puedo contar. No sé si eres de fiar. Tendría que conocerte más. Espero que no te moleste.

Hizo un gesto y se despidió de mí. Esta vez salió por la puerta principal. Cogí a los gatitos y los llevé a mi habitación, con  un par de biberones. Los tapé y los metí entre las sábanas, de la "cama improvisada" que hice con un sillón, para que descansen.

Esperaré a mamá, tengo hambre.

Aunque creo que primero recogeré todo, he hecho un desastre.

𝗗𝗿𝗲𝗮𝗺 𝗥𝘂𝗻 | 𝗟. 𝗝𝗲𝗻𝗼Donde viven las historias. Descúbrelo ahora