Capítulo 6:

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Olivia:

Al llegar al sitio que Kara me indicó la encuentro bebiendo de una taza de lo que parece ser café a las afueras de una pequeña cafetería de estilo colonial. La observo hojear las páginas de la prensa francesa que tiene en sus manos. Suspira, parece relajada a simple vista; claro, con esa pose puede engañar al mundo si lo desea, pero no a mí que la conozco desde hace años, que puedo notar la rigidez en sus hombros y la actitud de defensa que simula con sus piernas. Yo que la vi destruirse y reconstruirse por culpa de la separación de sus padres, que le sequé las lágrimas cuando le rompieron el corazón por primera vez, que la escuchaba hablar durante toda la madrugada sobre sus sueños y frustraciones. Es increíble como puedes llegar a conocer tanto a una persona, adelantarte a sus respuestas, completar sus frases y adivinar sus gestos porque simplemente sabes lo que va a decir, y aún así despertarte un día y darte cuenta de que no la conoces de nada.

Mi mente viaja al pasado, cuando nos conocimos por primera vez en aquella aburrida fiesta del trabajo de nuestros padres, yo tenía seis años y ella siete. Recuerdo a la perfección el movimiento de su coleta rubia cada vez que hacía alguna travesura.

— ¿Sabes algo, Olivia? — me preguntó aquella niña que hacía menos aburrida mi estancia en aquel lugar.

— ¿Qué? — susurré algo tímida.

— Algún día tú y yo estaremos dando una fiesta como esta en algún país de Europa.

— Eso suena aburrido.

— Claro que no, nosotras lo haremos divertido.

Y le sonreí, sabiendo con una seguridad cargada de inocencia que esa chica y yo seríamos inseparables.

— ¿Qué haces ahí parada?

Vuelvo a la realidad cuando la voz de Kara me saca de mí trance. Me mira como si me hubiesen salido dos cabeza. Camino hacia ella sentándome en la silla vacía que tiene a su lado. La observo, me pregunto dónde estará aquella niña inocente. Las personas cambian, crecen y maduran, no necesariamente en ese orden; sin embargo lo que siento no tiene nada que ver con el crecimiento personal, es más bien una intuición que me asegura que hay algo que atormenta a mí mejor amiga, y lo peor es que sé que ese algo tiene mucho que ver con el famoso Renaud.

— ¿Estás bien? — mueve las manos frente a mi rostro.

— Solo estoy algo cansada, ha sido un día agotador.

— ¿Cómo te fue en tu día turístico?

— Genial, todo tranquilo — omito el incidente en la torre Eiffel y el recuerdo de aquellos ojos penetrantes que taladran mi mente de manera inesperada; y justo ahí me doy cuenta de que puedes conocer perfectamente a una persona, pero eso no significa que no tengáis secretos entre sí — Háblame del trabajo.

— Antes tengo que darte una buena noticia — una sonrisa traviesa se dibuja en sus labios.

— Conozco demasiado bien esa mirada, ¿qué hiciste, Kara?

— ¿Qué dices? No he hecho absolutamente nada, qué mal piensas de mí.

— No es que piense mal de ti, es que simplemente te conozco lo suficiente como para saber cuando una idea loca se te cruza por la cabeza.

— Debería sentirme ofendida, pero estoy demasiado feliz para permitir que lo arruines.

— Ay, cuenta de una vez — suplico, la curiosidad carcomiendo cada célula de mi cuerpo.

— No seas impaciente — se da la vuelta buscando algo en su bolso — Mira esto.

Cojo entre mis manos el papel que me muestra. Mi mente intenta traducir cada palabra, y para mí sorpresa lo logra con bastante agilidad.

— Es un curso sobre arte — comento — Y es en francés.

— Olvídate del idioma, sabes que lo dominas, sólo tienes que practicarlo más.

— En estos momentos le agradezco un montón a la profesora de francés que me castigaba cada vez que pronunciaba alguna palabra mal.

— ¿Te acuerdas? — nos reímos juntas al recordar aquella famosa escena en la sala de castigo — Esa mujer te odiaba.

— ¿Qué culpa tengo yo de que mi padre la haya rechazado cuando eran adolescentes?

— Supongo que hay mujeres que no saben diferenciar ese tipo de cosas — suspira con dramatismo — Volviendo al tema, creo que esta es la oportunidad perfecta para ti.

— Kara, soy graduada de periodismo no de bellas artes.

— No estás siendo objetiva, si te inscribes al curso podrás nutrirte con todo lo referente al arte, conocerás personas y tendrás contactos que te ayudarán a alcanzar tu objetivo; además de que tu currículum tendrá muy buenas cosas que decir sobre ti.

— Yo no lo veo tan claro.

— Todo el mundo empieza desde abajo, Olivia, ¿o acaso creías que ibas a llegar a Francia e ibas a conseguir el trabajo perfecto? — asiento como una muñequita de cuerda, a lo que Kara responde con un suspiro antes de proseguir — Así no funcionan las cosas, él que llega a la cima es porque se esfuerza en llegar, y porque se rodea de personas que estén a su nivel o por encima.

— ¿Qué intentas decirme?

— Somos lo que proyectamos ser, si le haces creer al mundo que eres la mejor te volverás indestructible, así que ve allí y toma lo que quieres, demuéstrale a Francia que eres lo que ella necesita.

— Estás muy inspirada.

— He tenido una dosis de sexo antes de salir esta mañana.

Me quedo pensativa unos minutos, pensando en las palabras de Kara, hasta cierto punto tiene razón, no sé en qué momento se ha vuelto así de ambiciosa, sin embargo, confieso que la admiro por eso.

— Lo haré — digo apretando con fuerza el papel que se encuentra entre mis manos.

— Así me gusta — sonríe — .Con respecto al trabajo, empiezas el lunes.

— ¿Qué? — chillo — ¿Tan rápido?

— ¿Acaso esperabas tener vacaciones antes de empezar a trabajar?

— No, es sólo que..

— El trabajo es perfecto, Olivia, tienes un horario flexible que te permitirá dedicarte al periodismo, es algo fácil y sencillo y además, pagan muy bien para empezar.

— ¿Cómo lograste conseguirme algo así?

— El dueño me debe un favor — encoge los hombros antes de darle un último sorbo a su expresso.

— ¿Y de qué es el trabajo?

— No tengo idea, pero seguro no es nada complicado, tranquila.

— ¿Estás segura de esto? — pregunto guardando en mi cartera la tarjeta que me tiende, tarjeta que ni siquiera me molesto en mirar.

— Por supuesto, tú confía en mí.

Confiar... al final en eso consiste la vida, en lanzarte al vacío mientras rezas para que haya alguna especie de colchón inflable en el fondo, justo como hacíamos cuando éramos niños, cuando confiábamos plenamente en que la persona que nos lanzaba al cielo nos volvería a coger. Lástima que esa confianza se deteriore con el tiempo, y que muchas veces, la persona que te lanza al cielo es la misma que te deja caer contra el pavimento.

— Confío en ti — aseguro, lanzándome una vez más con los ojos cerrados, porqué sé, que si llego a caer contra el pavimento, ella estará ahí ayudándome a reconstruir cada pedazo, como mismo hacíamos cuando éramos dos niñas.

Efímero [Re-edición] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora