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La dureza del suelo empieza a pasarle factura a mi espalda encogida. ¡Ni qué decir del frío que irradia la madera y atraviesa la roída tela de mi pijama mal conservado! Procuro arroparme con la sábana que a media noche me echó Nyan por encima a fin de que los temblores dejen de cebarse con mi columna...

Sospecho que la imagen de mí durmiendo encogida en una esquina de suelo le enternece, pues después de entrar en la habitación de la mano de Elsa, viene a darme un beso en la mejilla. Luego se acerca a la silla de plástico donde la rubia ha tomado asiento y le murmura al oído.

— ¿De verdad que no te apetece tomar un café?

—No, tranquilo —le acaricia la espalda, incitándole a marchar—. Si necesito algo, ya te llamaré.

—Bien...

Nyan sale hacia el pasillo y cierra suavemente la puerta detrás de sí.

«Cojonudo».

Elsa, que por otro lado, es consciente de que ando despierta, espera que me incorpore y le pida perdón. Un suspiro brota de mis labios. Tal es la insistencia en su mirada que me veo obligada a sentarme antes de que esta me arrebate el aliento. No obstante, la disculpa que había planeado se enreda en mi lengua y apenas balbuceo una protesta.

«Mierda».

Agacho la cabeza como una cobarde. La vergüenza confunde a mi corazón cuyos latidos descompasados parecen responder a la ansiedad. Echo un vistazo a la almohada desinflada donde anoche escondí debajo de esta mi enésimo paquete de cigarros, pero me contengo.

— ¿Cómo estás...? —suelto en apenas un hilo de voz.

Elsa desvía la mirada. Se muerde el labio inferior, como si de tal modo retuviese las lágrimas que ensucian sus ojos verdes, antes de encoger de hombros.

—No sé qué decirte, Chanel.

—Ya, es una pregunta estúpida... —meneo la cabeza, avergonzada—. Pero quiero que sepas que lo siento, ¡de verdad!

Ver a Elsa tragarse su llanto me resquebraja el alma.

—Te he metido en esta mierda cuando tú eras quien menos merecía pagar el pato y...

— ¿...por qué no me lo contaste antes? —me interrumpe. Sus labios hinchados destacan sobre su rostro enrojecido.

—Quería solucionarlo por mí misma, sin involucrar a nadie más... pero la he cagado —suspiro.

—Si hubieras pedido ayuda, Chanel, cuando te encontrabas en problemas... —Su chasquido se entremezcla con su reciente amarga sonrisa—. Pero no, optaste por hundirte sola sin incomodar a nadie. ¿Y sabes lo peor? Que tenías una puta tabla de salvación a mano, pero como siempre, tu arrogancia te impidió cogerla —se detiene y baja el tono—. Y ahora, Chanel, ¿qué, eh? Ahora toda la tripulación se va la mierda porque tú te fuiste al fondo...

Una grieta se abre paso en mi corazón. Cada latido supone una nueva cicatriz en mi pecho. Las heridas se adueñan de mi garganta, donde las lágrimas se arremolinan.

—Sí... tienes razón —murmuro, con la cabeza aún inclinada hacia el suelo—. Yo... perdona.

Me dirijo hacia el lavabo tanto pronto como recojo mi paquete de cigarros del suelo.

—Chanel... —dice, arrastrando las vocales—. ¿Por qué lo tienes que hacer aún más difícil?

Echo el cerrojo en cuanto escucho las pisadas de Elsa acercarse.

—Abre la puerta, ¿quieres?

El incesante aporreo de Elsa se ahoga en mis oídos. Todo cuanto escucho es el desgarrador grito del silencio. Hasta que un pensamiento sobre querer poner fin a mi vida se estrella contra mi cerebro. Intento llorar, pero no puedo. Es como si estuviera vacía, como si el corazón hubiera abandonado mi pecho. Y sin embargo, apenas es doloroso.

LEAVING TONIGHTDonde viven las historias. Descúbrelo ahora