La soledad me deja aturdida, como una bofetada en el pecho, cuando entro en la habitación del hotel. No existe rastro de las prendas de ropa que Elsa solía tirar al suelo con la excusa de echarlas a la maleta más tarde, cuando regresara de tomar una copa e intentar camelarse al camarero de recepción, e incluso el perfume de Nyan se ha desvanecido ya de las paredes.
Si aún estuvieran aquí, ¿me abrazarían al verme entrar helada de frío y con el maquillaje corrido, o me echarían al pasillo? Les llamaría para satisfacer mi curiosidad, de no ser por que tengo miedo de que Flavio haya pinchado mi teléfono o algo parecido. ¡Quién sabe! Lo último que puedo hacer es arriesgarme y poner al descubierto su escondrijo.
Me acurruco en la cama, abrazándome a la camisa de Neón como si fuera un abrigo de piel. Y pensar que este pedazo de tela sudado está en mejores condiciones que cualquiera de mis prendas de ropa... Debería darme vergüenza que a mis veintiún años aún no haya sido capaz de conseguir un trabajo decente con el que mantenerme, o al menos, con el que poder comprarme unos pantalones sin tener que recurrir a la caridad de los demás.
No valgo para nada.
El teléfono vibra encima de la almohada. Es la cuarta vez que marcan mi número desde que tome el taxi en mitad de un arcén. Puesto que ya sé de quién se trata, y no tengo intención de dirigirle la palabra nunca más, espero que el tono chirriante de llamada se disuelva para conciliar finalmente el sueño. Eso si las náuseas también me lo permiten, claro.
Mañana será otro día.
Hoy será otro día. Es lo que me repito al despertar por culpa de un nuevo mensaje. Doce, en lo que va de mañana. Y sin embargo, el contenido es el mismo en todos ellos: "Lo siento, nunca quise hacerte daño". "Te prometo que mi intención era ayudarte". "Yo no sabía que ocurriría algo así... Ni se me pasaba por la cabeza" "Perdóname". Cuando llega el número trece, marco su número.
—Chanel...
— ¡Déjame de una puta vez! —le espeto, nada más descuelga—. ¿Por qué no te entra en la cabeza?
—Escucha...
—...no —le interrumpo—. ¡Olvídame de una puta vez! Borra mi número de teléfono, escribe mi nombre en una lista negra e, incluso, hazme vudú si te da la gana. Sinceramente, me importa una mierda. ¡Pero déjame en paz! Ni se te ocurra volver a llamarme o buscarme, porque te aviso, yo puedo ser incluso más peligrosa que Flavio. Él, al menos, tiene un mínimo de consideración por sus chicos, pero a mí me importan una mierda los míos, ¿te enteras? Así que, si por culpa tus gilipolleces no consigo recaudar todo el dinero de la deuda y, por consiguiente, aprietan el gatillo contra tu hermano, a mí me dará completamente igual.
Respiro. Recapacito. Y me arrepiento. O, ¿no?
—Me equivoqué —digo más tarde, en respuesta al silenció de Neón—. No tendría que haberme presentado en la cafetería para molestarte con mis tonterías. Reconozco que metí la pata, y por eso te pido perdón. Pero ya estamos en paz...
Espero que me rebata; el silencio me está abrasando el oído.
—Adiós, Neón.
Ni siquiera se digna a protestar, por lo que cuelgo con un regusto amargo. Me quedo mirando el teléfono echado encima de la cama, esperando que vuelva a vibrar, hasta que la esperanza se desvanece al cabo de unos minutos. Decido no perder más tiempo, y me encamino hacia la ducha para prepararme y enfrentar un nuevo día.
Salgo del baño con una toalla enrollada alrededor del cuerpo y otra en el pelo. Me siento a los pies de la cama, haciendo chirriar las inestables patas, mientras reviso mi historial de llamadas y me enciendo un cigarro, el primero en lo que llevamos de mañana. Apenas me cuesta encontrar el número de mi verdugo, ¡es un contacto vip en mi lista!

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LEAVING TONIGHT
Ficção AdolescenteLos secretos de Chanel quedan al descubierto la noche que encuentran a su mejor amiga Elsa dentro de un contenedor de basura. En menos de una semana, Chanel ha de saldar una deuda de 500 mil euros si desea seguir con vida. Ante la desesperación, Cha...